miércoles, agosto 31, 2005


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El Portero del Prostíbulo...

No había en el pueblo peor oficio que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio.

Un día, se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor, que decidió modernizar el negocio. Hizo cambios y citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, va a preparar un reporte semanal donde registrara la cantidad de personas que entran y sus comentarios y recomendaciones sobre el servicio. Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceo - pero yo no sé leer ni escribir. -Ah! ¡Cuanto lo siento! -Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabaje en esto toda mi vida. -Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Le vamos a dar una indemnización hasta que encuentre otra cosa. Lo siento y que tenga suerte. Sin mas, se dio vuelta y se fue.

El portero sintió que el mundo se derrumbaba. ¿Qué hacer? Recordó que en el prostíbulo, cuando se rompía una silla o se arruinaba una mesa, él lograba hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta conseguir un empleo.
Pero solo contaba con unos clavos oxidados y una tenaza derruida. Usaría parte del dinero de la indemnización para comprar una caja de herramientas completa. Como en el pueblo no había una ferretería, debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. Y emprendió la marcha. A su regreso, su vecino llama a su puerta: -Vengo a preguntarle si tiene un martillo para prestarme. -Si, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo... -Bueno, pero yo se le devolvería mañana bien temprano. -Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino toco la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por que no me lo vende? -No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería esta a dos días de mula. Hagamos un trato -dijo el vecino. Yo le pagaré los días de ida y vuelta mas el precio del martillo, total usted esta sin trabajar. ?Que le parece? Realmente, esto le daba trabajo por cuatro días... Acepto. Volvió a montar su mula. A su regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. -Hola, vecino. Usted le vendió un martillo a nuestro amigo...? Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatro días de viaje, mas una pequeña ganancia; no dispongo de tiempo para el viaje. El ex-portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cincel. Le pago y se fue.

Recordaba las palabras escuchadas: "No dispongo de cuatro días para compras". Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara para traer herramientas. En el viaje siguiente arriesgo un poco mas de dinero trayendo mas herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo en viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Alquilo un galpón para almacenar las herramientas y algunas semanas después, con una vidriera, el galpón se transformo en la primera ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, los fabricantes le enviaban sus pedidos. El era un buen cliente.

Con el tiempo, las comunidades cercanas preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricarle las cabezas de los martillos. Y luego, por que no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos...En diez años, aquel hombre se transformó, con su trabajo, en un millonario fabricante de herramientas.

Un día decidió donar una escuela a su pueblo. En ella, además de aprender a leer y escribir, se enseñarían las artes y oficios más prácticos de la época. En el acto de inauguración de la escuela, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad, lo abrazo y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primera hoja del libro de actas de esta nueva escuela. El honor sería para mi - dijo el hombre. Nada me gustaría mas que firmar allí, pero yo no se leer ni escribir; soy analfabeto. ¿Usted? - dijo el Alcalde, que no alcanzaba a creer. Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera sido de usted si hubiera sabido leer y escribir? Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -. Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería el portero del prostíbulo!...

Generalmente los cambios son vistos como adversidades. Las adversidades encierran bendiciones. Las crisis están llenas de oportunidades.
Encuesta mundial...

Consultados importantes políticos de todas partes del mundo se les formuló la siguiente pregunta: ¿Honestamente, díganos su opinión sobre la escacés de alimentos en el resto del mundo? Y respondieron con otra pregunta:

En Europa: ¿Qué es escacés?

En Cuba: ¿Qué es opinión?

En Africa: ¿Qué es alimento?

En Estados Unidos: ¿Qué es resto del mundo?

En el Senado argentino todavía discuten sobre ¿qué es “honestamente”?
Para pensar...

Dejamos de ser jóvenes cuando perdemos la capacidad de soñar.

Todos los mapas mienten, menos el del corazón.

El triunfo no está en vencer siempre sino en nunca desanimarse.

Las palabras son enanos, los ejemplos son gigantes.

Es muy fácil convertir a los demás. Lo difícil es convertirse a uno mismo.

La raíz escondida no pide premio alguno por llenar de frutos a las ramas.

Todo lo que vale la pena, bien vale la espera.

El que un hombre muera por una causa no significa que ésta sea verdadera.

No se ve bien sino con el corazón, lo esencial es invisible a los ojos.

Vivimos en una época en que sólo lo superfluo es necesario.

Es mucho más fácil simpatizar con las desgracias de un amigo que con sus éxitos.

La vida no es un block cuadriculado sino una golondrina en movimiento.

El primer castigo del culpable es que jamás será absuelto por su conciencia.

Todo hombre recibe dos educaciones: La que le dan y la que él se da. Esta última es
la que vale.
El carpintero...

Una mujer hizo restaurar un placard y después de unos días descubrió que una de las puertas se abría sola. Llamó al carpintero, éste le ajustó las bisagras y se retiró, pero la puerta se seguía abriendo. La mujer llamó otra vez y usando algo de lógica, el carpintero pensó que podía deberse al traqueteo del subte que pasa cerca de los cimientos del edificio, y le propuso a la señora meterse dentro del mismo para comprobar que sucedía cuando el subte pasase. En ese momento llegó el esposo y se dirigió a dejar su saco en el placard, abrió y se encontró con el hombre metido en él. Ante semejante sorpresa le preguntó enérgicamente: ¿Qué hace usted aquí? Y el carpintero sin perder tiempo, le contestó: Estoy por acostarme con su mujer ya que si le digo que estoy esperando el subte, no me lo va a creer.
Resultados...

Había una vez, en un pueblo, dos hombres que se llamaban Joaquín González. Uno era sacerdote de la parroquia y el otro era taxista. Quiere el destino que los dos mueran el mismo día. Entonces llegan al cielo, donde los espera San Pedro. -¿Tu nombre? -pregunta San Pedro al primero. –Joaquín González. -¿El sacerdote? -No, no, el taxista. San Pedro consulta su planilla y dice: -Bien, te has ganado el paraíso. Te corresponden estas túnicas labradas con hilos de oro y esta vara de platino con incrustaciones de rubíes. Puedes ingresar... Pasan dos o tres personas más, hasta que le toca el turno a otro. -¿Tu nombre? -Joaquín González. –El sacerdote... –Sí. –Muy bien, hijo mío. Te has ganado el paraíso. Te corresponde esta bata de lino y esta vara de roble con incrustaciones de granito. El sacerdote dice: -Perdón, no es por desmerecer, pero... debe haber un error. ¡Yo soy Joaquín González, el sacerdote! -Si, hijo mío, te has ganado el paraíso, te corresponde la bata de lino... -¡No, no puede ser! Yo conozco al otro señor, era un taxista, vivía en mi pueblo, ¡era un desastre como taxista! Se subía a las veredas, chocaba todos los días, una vez se estrelló contra una casa, manejaba muy mal, tiraba los postes de alumbrado, se llevaba todo por delante... Y yo me pasé setenta y cinco años de mi vida predicando todos los domingos en la parroquia, ¿cómo puede ser que a él le den la túnica con hilos de oro y la vara de platino y a mí esto? ¡Debe haber un error! -No, no es ningún error -dice San Pedro-. Lo que pasa es que aquí, en el cielo, nosotros nos hemos acostumbrado a hacer evaluaciones como las hacen ustedes en la vida terrenal. -¿Cómo? No entiendo... –Claro... ahora nos manejamos por resultados... Mira, te lo voy a explicar en tu caso y lo entenderás enseguida: Durante los últimos veinticinco años cada vez que tu predicabas, la gente dormía; pero cada vez que él manejaba, la gente rezaba. ¡¡Resultados!! ¿Entiendes ahora?
Prueba...

Había una vez un discípulo de un filósofo griego al que su maestro le ordenó que durante tres años entregara dinero a todo aquel que le insultara, una tarea relacionada con su actitud peladora y prepotente. Una vez superado ese período y cumplida la prueba, el maestro le dijo: -Ahora puedes ir a Atenas y aprender sabiduría. Al llegar allí, el discípulo vio a un sabio sentado a las puertas de la ciudad que se dedicaba a insultar a todo el que entraba o salía. También insultó al discípulo... Este se hecho a reír, mientras agradecía bajando la cabeza ante cada improperio. -¿Por qué te ríes cuando te insulto? -le preguntó el sabio. –Porque durante tres años he estado pagando por esto mismo que ahora tu me ofreces gratuitamente –contestó el discípulo. –Entra en la ciudad –dijo el sabio- es toda tuya...

No hay fortaleza mayor que la paciencia; no hay peor aflicción que el odio.
Súplica...

Ziggy estaba una vez en su cuarto, arrodillado. Suplicaba: -Dios mío, dejame ganar la lotería... una sola vez, dame una oportunidad... una sola. Yo no quiero ganar la lotería todas las semanas, pero si la gano una vez pago todas las deudas, compro mercadería, pongo un negocio, empiezo a vender. ¿No me importa si no gano otra vez! Pero con una lotería yo soluciono todos mis problemas y empiezo de nuevo. Dame una oportunidad... una... qué te cuesta una oportunidad... Dame una, una sola vez... No te cuesta nada. Dame una oportunidad... ¡Dios mío, dame una oportunidad! Y así durante cien noches seguidas. Cien noches Ziggy se arrodillaba y rezaba: -Dame una oportunidad... Dame una oportunidad...

La noche número ciento uno, un milagro se produjo. Una vos se escucho en el cuarto: -Yo te daría una oportunidad, pero dame vos una a mí: ¡Comprá un billete!
Los dátiles...

En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, al lado de una palmeras datileras. Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis para que sus camellos abrevaran y vio a Eliahu sudando mientras parecía escarbar en la arena. -¿Qué tal anciano? La paz sea contigo. –Contigo –contestó Eliahu sin dejar su tarea. -¿Qué hace aquí, con este calor y esa pala en las manos? -Estoy sembrando -contesto el viejo. -¿Qué siembras aquí, bajo este sol terrible? -Dátiles –respondió Eliahu mientras señalaba el palmar a su alrededor. -¡Dátiles! repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez del mundo con comprensión-. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de anís que traigo conmigo. –No, debe terminar la siembra. Luego, si quieres, beberemos--- -Dime, amigo, ¿Cuántos años tienes? -No sé... Sesenta, setenta, ochenta... No sé... Lo he olvidado. Pero eso, ¿qué importa? -Mira, amigo. Las datileras tardan más de cincuenta años en crecer, y recién cuando se conviertan en adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no te estoy deseando el mal, y lo sabes. Ojalá vivas hasta los ciento y un años; pero tú sabes que difícilmente podrás llegar a cosechar algo de lo que hoy estás sembrando. Deja eso y ven conmigo. –Mira, Hakim. Yo he comido dátiles que sembró otro, alguien que no pensó en comerlos. Siembro hoy para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy estoy plantando... Aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea. –Me has dado una gran lección, Eliahu. Déjame que te pague esta enseñanza que hoy me has dado de la única manera que puedo –y diciendo esto, Hakim puso en la mano del viejo una bolsa de cuero llena de monedas. –Te agradezco tus monedas, amigo.
Eliahu se arrodilló y tiró las semillas en los agujeros que había hecho mientras decía: -Los caminos de Alá son misteriosos... Ya ves, tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, fíjate lo que sucedió, todavía no he acabado de sembrar y ya he cosechado una bolsa de monedas, la gratitud y la alegría de un amigo.

Moses Mendelssohn, el abuelo del músico...

Era un joven que vivía en una ciudad judía, despreciado por el resto de la comunidad por su pobreza y su falta de posibilidades. Sumado a lo familiar, Moses era más despreciado todavía porque había nacido con una deformación en la columna que marcaba en su espalda y en su postura una joroba verdaderamente desagradable. Era muy buen hombre, inteligente, noble, pero no era un tipo exitoso.

Un día, escapando de las persecuciones antisemitas, llega a su pueblo una familia judía bastante bien avenida, con una hija llamada Esther, realmente preciosa. Cuando Moses la ve, queda fascinado y advierte rápidamente que tiene que hacer algo para establecer contacto con ella, para hablarle, para conocerla.

Entonces, encolumnando su vida con su decisión –ya no con su rumbo, sino con su decisión-, empieza a mover contactos, incluso llega a trabajar gratuitamente para alguien que le promete conseguir una manera de contarse con la familia: afinar el piano que estaba en la mansión donde ella vivía. Así consigue Moses entrar en la casa y esa noche lo invitan a cenar. Durante la velada, él se las ingenia para sacar el tema del destino, y entonces se implanta la discusión sobre si existe un destino o si no existe, si las cosas están predeterminadas o si no los están y demás. Moses dice: -Yo no tengo ninguna duda de que la vida está predestinada, sobre todo, con quién uno va a hacer pareja, con quién uno va a formar familia.

Esther lo mira con desconfianza; nunca había pensado siguiera en hablar con alguien que tuviera este aspecto tan deplorable, pero le interesa mucho lo que dice, y le pregunta: -¿De verdad lo crees? -¿Cómo no lo voy a creer? –dice Moses- Me pasó a mí. -¿Cómo que te pasó a ti? Pregunta Esther. Entonces Moses responde: -Antes de nacer me encontré cara a cara con mi ángel guardián y el me dijo: “Una mujer muy buena, muy noble, de gran corazón, Va a ser tu esposa, y con ella vas a tener muchos hijos”. “¿En serio?”, dije yo, “pero por qué esa mujer tan noble se v a fijar en mí... si yo voy a nacer en una familia pobre, sin apellido ni dinero?” Y el ángel me contestó: “Esa mujer se va a fijar en ti porque hay algo guardado para ella también: va a tener una horrible joroba que le va deformar la espalda”. Entonces le dije al ángel: “Una mujer tan noble y tan buena no merece tener una deformación en la espalda, dame a mí la joroba y deja a la mujer libre de ella”.

Cuenta la historia que Esther se caso con Mendelsohn para parir tres hijos, quienes le dieron cuatro nietos, uno de ellos científico y otros tres músicos. Uno de ellos, llamado Moisés, en honor de su abuelo escribió una pequeña sinfonía llamada “El afinador de pianos”...
Celos....

Una paciente consultaba por un problema con sus hijos (tenía dos). Ella y su pareja habían quedado embarazados unos meses después de recibir en adopción un niño, que habían solicitado dado que se les había diagnosticado una supuesta esterilidad. Tal paradoja es afortunadamente bastante frecuente: cancelada la ansiedad del embarazo, éste aparece naturalmente.

El caso es que uno de los niños no podía controlar los celos que sentía por su hermano. A pesar de que papá y mamá habían seguido todos los consejos de los terapeutas más renombrados, habían manejado la realidad de la adopción de una manera saludable e inteligente, franca desde el comienzo y amorosa permanentemente, el problema de los celos era feroz, tanto que el niño empezaba a somatizar su angustia, transformándola en insomnio y cefaleas.

Yo, inexperto o condicionado, animé una interpretación tranquilizadora: -Me parece que es lógico entre hermanos; y en este caso es muy razonable que al saber de su diferente origen el niño adoptado se sienta desmerecido. Quizás sin darse cuenta usted y su marido les han dado cierta preferencia al hijo de su sangre, tan deseado y esperado...

–No, Doctor, mi esposo y yo nunca hicimos diferencia de trato, pero además el celoso es el hijo biológico, no el adoptado. Yo me quedé helado, me sentí un estúpido por mi comentario. Ella siguió: -Cuando pensamos que era el momento les hablamos a ambos de su origen. Al menor le contamos cómo había nacido de la panza de mamá y cómo papá lo había esperado para recibirlo apenas saliera por la vagina. Al mayor le contamos que lo fuimos a buscar a un lugar donde había muchos bebés que no tenían mamá y que paseando entre las cunas lo vimos a él y nos sonrío. Le dijimos que al alzarlo en brazos nos sentimos tan felices que pedimos que nos dejaran llevarlo con nosotros y lo adoptamos.

Mi hijo menor sostiene que a su hermano lo elegimos nosotros.... ¡y a él no!