Los ángeles que siempre acompañaron al Padre Pío de Pietrelcina
Los
ángeles que siempre acompañaron al Padre Pío de Pietrelcina Estos
tiempos, confusos, de tinieblas son especiales para invocar a los
ángeles y en particular a nuestro ángel de la guarda, que Dios ha puesto
al lado nuestro para ayudarnos y consolarnos. Y tal importancia han
tenido para algunos santos, que por ejemplo,
San Josemaría Escrivá acostumbraba a saludar primero al angel de la
guarda y después a la persona. Los ángeles, y especialmente el ángel de
la guarda, jugaron un papel importante en la vida y mística de San Pío
de Pietrelcina.
Y como decía a Raffaelina Cerase
referido a su ángel: Ten en cuenta que es poderoso contra Satanás y sus
satélites. Su amor no ha disminuido ni jamás disminuirá para
defendernos. Tomen la costumbre de pensar siempre en él. Piensen que
junto a cada uno hay un espíritu celeste que desde la cuna hasta la
tumba no nos dejará ni un instante y nos guía y protege como
un amigo o un hermano, para consolarnos, especialmente en las horas
tristes. Este buen ángel reza por nosotros y ofrece a Dios nuestras
buenas obras. Cuando parezca que estamos solos y abandonados, no nos
quejemos de no tener un amigo cercano. No olvidemos que este invisible
compañero está siempre presente para escucharnos y consolarnos.
Veamos las experiencias del Padre Pío
con los ángeles. Ángel traductor El ángel le traducía cartas o hacía de
intérprete cuando venían personas que no sabían italiano. El padre Pío
no había estudiado lenguas extranjeras, pero las entendía. No había
estudiado francés, pero lo escribía. A la pregunta de su director, el
padre Agustín, sobre quién le había enseñado francés, el padre
respondió: Si la misión del ángel custodio es grande, la del
mío es más grande aún, porque debe hacer de maestro explicándome otras
lenguas. A principios de 1912 se le ocurrió al padre Agustín valorar la
santidad del padre Pío, escribiéndole en
lenguas que él no conocía. Y entre ambos comenzó una correspondencia en
francés y griego. Padre Pío superó brillantemente la prueba, porque
hacía traducir las cartas a alguien. Sobre esto hay un testimonio del cura párroco de Pietrelcina que, bajo juramento, certificó que el padre Pío, estando en Pietrelcina, recibió una carta del
padre Agustín en griego. El testimonio firmado dice así: “Pietrelcina,
25 de agosto de 1919. Certifico, bajo juramento, yo, Salvatore Pannullo,
párroco, que el padre Pío, después de recibir la presente carta, me
explicó literalmente el contenido. Al preguntarle cómo había podido
leerla y explicarla, no conociendo el griego, respondió: “Lo sabe usted.
Mi ángel custodio me ha explicado todo”.
El padre Agustín escribió en su Diario: El padre Pío no sabía ni
francés ni griego. Su ángel custodio le explicaba todo y el padre
respondía bien. La ayuda de este singular maestro era tan eficaz que
podía escribir en lenguas extranjeras. Entre sus cartas escritas, hay
algunas que, al menos en parte, fueron escritas en francés. Un día vino
de Estados Unidos una familia, porque la niña, de padres italianos,
quería hacer su primera comunión con el padre Pío. La señorita americana,
María Pyle, la preparó bien, pues la niña no sabía ni palabra de
italiano. La víspera de la comunión, María Pyle la llevó al padre Pío
para que confesara a la niña, ofreciéndose a hacer de traductora, pero
el padre Pío no aceptó. Después de la confesión, María Pyle le preguntó a
la niña si el padre Pío le había entendido, y respondió que sí. -Y tú
¿lo has entendido? -Sí. -Pero ¿te ha hablado en inglés? -Sí.
El padre Ruggero afirma que un día se presentaron cinco austríacos
que querían confesarse con el padre Pío a pesar de no saber ni palabra
de italiano. Pensó que el padre Pío los rechazaría por no entenderlos.
Pero, al salir el primero, salió riéndose, y los otros igualmente
salieron con mucha alegría. Yo le pregunté algunos días después cómo
había hecho para confesar a los cinco austríacos, que no sabían
italiano, y me respondió: Cuando quiero, entiendo todo. En 1940 vino un
sacerdote suizo y habló en latín con el padre Pío. Antes de irse, el
sacerdote le encomendó a una enferma. El padre Pío le respondió en
alemán: Ich werde Sie an die gottliche Barmherzigkeit empfehlen (la
encomendaré a la divina misericordia). El sacerdote quedó admirado del hecho. Refiere el padre Luigi Lo Viscovo que un día vino un sacerdote francés, residente en Lourdes,
que quería confesarse con el padre Pío. Le dije que el padre no oía
confesiones en francés, porque no sabía esa lengua. Este sacerdote
respondió que debía ser como en Lourdes
que hay confesiones en distintas lenguas. Me acerqué al padre Pío y le
dije que ese sacerdote estaba hablando que él no conocía el francés ni
otras lenguas. El padre Pío respondió: Dile que sé francés, inglés,
griego, latín, hebreo, arameo, alemán y otras lenguas, pero no quiero
confesarlo.
El padre Tarsicio Zullo declaró: Cuando llegaban a san Giovanni
Rotondo peregrinos de distintas lenguas, el padre Pío los comprendía.
Una vez le pregunté: “Padre, ¿cómo hace para entender tantas lenguas y
dialectos?”. Y respondió: “Mi ángel me ayuda y me traduce todo”. Ángel
enfermero Cuando estaba enfermo y no había nadie que le pudiera ayudar
en un momento determinado, era su ángel quien le hacía pequeños
servicios.
El padre Paolino cuenta al respecto: Viviendo con el padre Pío,
llegué a tenerle cierta confianza. Cuando estaba enfermo, sudaba mucho y
tenía necesidad de ayuda para cambiarse. Muchas veces yo estaba tan
cansado que, apenas iba a la cama, me quedaba dormido. Un día le dije:
-Si quieres que te ayude de noche, mándame tu ángel para que despierte.
-Está bien. Ese día a medianoche fui despertado bruscamente. Pensé de
inmediato en el padre Pío, pero me quedé dormido de nuevo. A la mañana
siguiente, le dije que había sentido que me despertaban y de nuevo me
había dormido. Le dije: -¿Para qué ha venido su ángel a despertarme, si
me ha dejado dormir otra vez? Si viene, que me despierte de modo que me
levante. En la tarde de ese mismo día, le recordé lo mismo. En la noche
me desperté y de nuevo me dormí. La tercera noche desperté de nuevo y me
levanté corriendo para ir a la celda del
padre Pío. Le pregunté qué necesitaba y me respondió: Estoy lleno de
sudor y no puedo cambiarme solo. Las otras noches ¿quién lo cambiaba?
Con seguridad su ángel.
En 1965 yo (P. Alessio Parente) pasaba parte de la noche acompañando
al padre Pío y por la mañana debía acompañarlo hasta el altar. Después
guardaba sus guantes y me iba a mi celda a descansar un poco. Muchas
veces, cuando no me despertaba a tiempo, sentía a alguien tocar fuerte
en mi puerta. A veces, sentía en mi sueño una voz que me decía:
“Alessio, levántate”. Un día no me desperté ni para la misa ni para
acompañarlo después de las confesiones. Despertado por otros hermanos,
fui a la celda del padre Pío y le dije:
“Discúlpeme, padre, pero no me he despertado”. Y me respondió: “¿Tú
crees que voy a mandarte siempre a mi ángel custodio a despertarte?”.
Ángel proveedor En una oportunidad el padre Pío, vestido de militar, no
tenía para pagar el billete del autobús para
ir a su pueblo y el ángel lo pagó por él. Era el año 1917, en plena
guerra mundial. El padre Pío había ido a Nápoles para el control de su
salud en el hospital militar. El 6 de noviembre le dieron licencia por
ocho días. Fue a la estación y sacó gratis el billete en tren de Nápoles
a Benevento. Tenía una lira de dieta para el viaje. Él dice: A la salida del
hospital, atravesé una plaza donde había mercado. Me detuve un poco
para observar lo que vendían y se me acercó un hombre que vendía
sombrillas de papel por una lira, pero no podía quedarme sin nada, pues
debía pagar el viaje (de Benevento a Pietrelcina). Seguí caminando y
vino otro vendedor de sombrillas por 50 céntimos. Viendo a aquel hombre
que tanto me insistía para llevar el pan a sus hijos, le tomé una y le
di 50 céntimos. Él, feliz, se fue. Yo estaba cansado y afiebrado. El
tren llegó a Benevento con mucho retraso. Apenas bajé del tren fui a la estación para tomar el autobús para Pietrelcina, pero ya había salido. Tuve que hacer noche en Benevento
y pensé en quedarme en la estación para no importunar a los amigos que
conocía. Busqué un lugar en la sala de espera, pero estaba llena de
gente. La fiebre aumentaba cada vez más y no tenía fuerzas ni para
tenerme en pie. Cuando me cansaba de estar quieto, caminaba un poco
dentro y fuera de la estación. El frío y la humedad penetraban en mis
huesos y así pasaron muchas horas. Me vino la tentación de entrar en el
bar de la estación, porque allí el local estaba caliente, pero estaba
lleno de oficiales y soldados, esperando trenes y cada uno gastaba su
consumo. Yo solo tenía 50 céntimos y pensaba: “Si entro, ¿cómo hago?”.
El frío se hacía sentir cada vez más y la fiebre me consumía. Eran las
dos de la mañana y no había ni un sitio vacío en la sala de espera ni
para echarme a descansar en el suelo. Me encomendé a Dios y a nuestra
Madre celeste. No pudiendo aguantar más, entré en el bar. Las mesas
estaban ocupadas y esperaba con ansia que alguno se levantara para
dejarme un sitio vacío. Hacia las tres y media llegó el tren
Foggia-Nápoles, y varias mesas quedaron vacías, pero por mi timidez no
me dio tiempo para ocupar ni siquiera una silla. Yo pensaba: “No tengo
dinero ni para consumir más de un café y, si me siento, ¿qué ganaría
este pobre propietario que se pasa toda la noche trabajando?”. A las
cuatro llegaron algunos trenes y quedaron dos mesas vacías. Me acomodé
en un rincón, esperando que no lo notaran los camareros. Después de unos
minutos, llegaron un oficial y dos suboficiales y se sentaron en la mesa
vecina. De inmediato se acercó el camarero y también a mí me preguntó
qué quería. Tuve que pedir un café. Los tres tomaron algo y de inmediato
se fueron, pero yo me decía: “Si lo bebo pronto, tendré que salir y
quiero que el café me dure hasta que llegue el autobús”. Cuando el
camarero me miraba, trataba de mover la cucharilla como
para mover el azúcar en el café. Por fin llegó la hora, me levanté y
fui a pagar. El camarero me dijo gentilmente: “Gracias, militar, pero
todo está pagado”. Pensé: “Como el camarero
es anciano, quizás me conoce y me quiere hacer una cortesía”. También
pensé: “¿Habrá pagado el oficial?”. De todos modos lo agradecí y salí.
Llegué al lugar del autobús y no encontré a
ninguna persona conocida que me prestara para pagar el billete de
Benevento a Pietrelcina, sólo tenía 50 céntimos y el billete costaba
1.80.
Confiando en la providencia de Dios, subí al autobús y tomé lugar en
uno de los últimos lugares para poder hablar con el cobrador y
asegurarle que pagaría el porte a la llegada. A mi costado tomó lugar un
hombre grande, de bello aspecto. Tenía
consigo una maletita nueva y la apoyó sobre sus rodillas. Partió el
autobús y el cobrador se iba acercando a mi puesto. El señor que estaba a
mi lado sacó de su maletín un termo y un vaso, echando en el vaso café
con leche bien caliente. Me lo ofreció, pero, agradeciéndoselo, traté de
no aceptar. Dada su insistencia, acepté mientras él se servía en el
vaso del mismo termo. En ese momento llegó
el cobrador y nos preguntó adónde íbamos. Todavía no había abierto yo la
boca, cuando el cobrador me dijo: “Militar, su billete a Pietrelcina ya
ha sido pagado”. Yo pensé: “¿quién lo habrá pagado?”. Y le agradecí a
Dios por aquel que había hecho esa buena obra. Por fin llegamos a
Pietrelcina. Varios pasajeros bajaron y también bajó antes que yo el
señor que estaba a mi lado. Cuando me doy la vuelta para saludarlo y
agradecerle, no lo vi más. Había desaparecido como
por encanto. Caminando, me volví varias veces en todas las direcciones,
pero no lo vi más. El padre Pío contaba muchas veces este suceso a sus
hermanos, reconociendo que aquel joven había sido su ángel de la guarda.
Otro caso que también podemos anotar es el haber dado pan para comer a
toda la Comunidad.
Era el año 1941, durante la segunda guerra mundial. El pan estaba racionado y cada día iban a pedir comida unos 15 pobres del lugar. El Superior, padre Rafael, refiere que a la hora de la comida del
mediodía no había pan para los 10 religiosos ni para los pobres. Dice:
Fuimos al comedor y comenzamos a comer la menestra, mientras el padre
Pío estaba orando en el coro. De pronto,
aparece el padre Pío con bastante pan fresco. Lo miramos sorprendidos y
yo le digo: “Padre Pío, ¿de dónde ha sacado este pan?”. Me responde: “Me
lo ha dado una peregrina de Bologna en la
puerta”. Le respondo: “Gracias a Dios”. Ninguno de los religiosos dijo
una palabra: Habían comprendido. Habían entendido que era un milagro
patente que Dios hizo por sus oraciones y, aunque no lo dijo, podemos
suponer que lo hizo por medio de su ángel. Ángel chofer No faltaron
casos en los que su ángel tuvo que ayudar a quienes se dormían al
volante o velar para que no les pasara ningún accidente.
El señor Piergiorgio Biavate tuvo que viajar en su coche de
Florencia a San Giovanni Rotondo. A medio camino se sintió cansado y se
quedó un rato en una estación de gasolina para tomar un café. Después
continuó el viaje. Dice el protagonista: Sólo recuerdo una cosa, encendí
el motor y me puse al volante, después no me acuerdo de nada más. No
recuerdo ni un segundo de las tres horas pasadas manejando al volante.
Cuando ya estaba frente a la iglesia de san Giovanni Rotondo, alguien me
sacudió y me dijo: “Ahora toma tú mi puesto”. El padre Pío, después de
la misa, me confirmó: “Has dormido durante todo el viaje y el cansancio
lo ha tenido mi ángel, que ha manejado por ti”. Atilio de Sanctis,
abogado ejemplar, contó un hecho que le ocurrió a él mismo:El 23 de
diciembre de 1948 debía ir de Fano a Bolonia con mi mujer y dos de mis
hijos (Guido y Juan Luis) para traer al tercer hijo, Luciano, que estaba
estudiando en el colegio Pascoli de Bolonia. Salimos a las seis de la
mañana, pero, como no había dormido bien,
estaba en malas condiciones físicas. Guié hasta Forlí y cedí el volante a
mi hijo Guido. Una vez que recogimos a Luciano del colegio, nos
detuvimos algo en Bolonia y decidimos volver a Fano. A las dos de la
tarde, después de haber cedido el volante a Guido, quise guiar otra vez.
Una vez pasada la zona de san Lorenzo, noté mayor cansancio. Varias
veces cerré los ojos y cabeceé. Quise dejar el volante a Guido, pero se
había dormido. Después, ya no me acuerdo de nada. A un cierto momento
recobré el conocimiento bruscamente por el ruido de otro coche. Miré y
faltaban sólo dos kilómetros para llegar a Imola. ¿Qué había sucedido?
Los míos estaban charlando tranquilamente. Les expliqué lo sucedido. No
me creían. ¿Podían creer que el auto había ido solo? Después admitieron
que yo había estado inmóvil un largo rato y no había respondido a sus
preguntas ni intervenido en la conversación. Hecho el cálculo, mi sueño
al volante había durado el tiempo empleado en recorrer unos 27
kilómetros. Dos meses después, el 20 de febrero de 1950, volví a san
Giovanni Rotondo y le pedí una explicación al padre Pío, que me
respondió: “Tú dormías y tu ángel guiaba el coche. Sí, tu dormías y tu
ángel guiaba el coche”.
Recomendaciones sobre el ángel Dice una de las hijas espirituales del padre Pío: Una de las devociones que más nos inculcaba era la del ángel custodio, porque, como
él decía, es nuestro compañero invisible que está siempre junto a
nosotros desde el nacimiento hasta la muerte, por lo que nuestra soledad
es sólo aparente. Nuestro ángel está siempre a nuestro lado desde la
mañana, apenas te despiertas, y durante toda la jornada hasta la noche,
siempre, siempre, siempre. ¡Cuántos servicios nos hace nuestro ángel sin
saberlo ni advertirlo!.
A Ana Rodote (1890-1972) le escribía el 15 de julio de 1915: Que el
buen ángel custodio vele sobre ti. Él es tu conductor, que te guía por
el áspero sendero de la vida. Que te guarde siempre en la gracia de
Jesús, te sostenga con sus manos para que no tropieces en cualquier
piedra, te proteja bajo sus alas de las insidias del mundo, del
demonio y de la carne. Tenle gran devoción a este ángel bienhechor.
¡Qué consolador es el pensamiento de que junto a nosotros hay un
espíritu que, desde la cuna hasta la tumba, no nos deja ni un instante
ni siquiera cuando nos atrevemos a pecar! Este espíritu celeste nos guía
y nos protege como un amigo o un hermano.
Es también consolador saber que este ángel reza incesantemente por
nosotros, ofrece a Dios todas las buenas acciones y obras que hacemos; y
nuestros pensamientos y deseos, si son puros. Por caridad, no te
olvides de este compañero invisible, siempre presente y siempre pronto a
escucharnos y más todavía para consolarnos. ¡Oh, feliz compañía, si
supiésemos comprenderla!
Tenlo siempre delante de los ojos de la mente, acuérdate
frecuentemente de su presencia, agradéceselo. Ábrete y confíale todos
tus sufrimientos. Ten constante temor de ofender la pureza de su mirada.
Él es tan delicado ¡y tan sensible! Pídele ayuda en los momentos de
suprema angustia y experimentarás sus benéficos efectos. No digas nunca
que estás sola para luchar contra tus enemigos. Nunca digas que no
tienes a quién abrirte y confiarte. Sería una grave ofensa a este
mensajero celeste.
A Raffaelina Cerase (1868-1916) le escribía el 20 de abril de 1915:
¡Cuántas veces he hecho llorar a este buen ángel! ¡Cuántas veces he
vivido sin temor de ofender la pureza de su mirada! ¡Es tan delicado y
tan sensible! ¡Oh Dios mío, cuántas veces he correspondido a los
cuidados, más que maternales, de este ángel sin ninguna señal de
respeto, de afecto o reconocimiento! Y este pensamiento al presente, me
llena de confusión y es tal mi ceguera que no tengo ningún sentimiento
de dolor y, lo que es peor todavía, trato a este querido angelito, no
digo como amigo, sino como un
familiar. Y este angelito no se ofende con tales tratos. ¡Qué bueno es!…
Oh Raffaelina, cuánto consuela el saber que siempre estamos bajo la
custodia de un espíritu celestial, que no nos abandona ni siquiera
aunque demos un disgusto a Dios. ¡Qué dulce es para el creyente esta
gran verdad! ¿De qué puede temer un alma que trata de amar a Jesús, teniendo siempre consigo tan insigne guerrero?
¿Acaso no fue él uno de aquellos que junto a san Miguel defendieron
el honor de Dios contra Satanás y contra los espíritus rebeldes, a
quienes arrojaron al infierno? Ten en cuenta que él es todavía poderoso
contra Satanás y sus satélites. Su amor no ha disminuido ni jamás
disminuirá para defendernos. Toma la costumbre de pensar siempre en él.
¡Oh, si los hombres supieran comprender y apreciar este grandísimo don!
¡Dios, en un exceso de amor nos ha asignado un espíritu celeste!
Invoquen frecuentemente a este ángel custodio y repitan muchas veces la
bella oración: “Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname,
custódiame, guíame ahora y siempre”. ¡Qué gran consuelo, cuando en el
momento de la muerte el alma vea a este ángel tan bueno, que nos
acompañó a lo largo de la vida con tantos cuidados maternales! El ángel
defensor Muchas veces el ángel lo defendía del poder del
maligno. En una carta al padre Agustín del 13 de diciembre de 1912 le
dice: No hubiera sospechado ni lo más mínimo el engaño de barbazul
(diablo), si mi angelito no me hubiera descubierto el engaño. El
compañero de mi infancia trata de aliviarme los dolores que me dan estos
apóstatas impuros. Y él mismo asegura: Después de las apariciones
diabólicas casi siempre se aparecen Jesús, María o el ángel custodio. El
ángel le decía: Defiéndete (del maligno), aleja de ti y desprecia sus malignas insinuaciones y no te aflijas, amado de mi corazón, pues yo estoy junto a ti.
Oh, Señor, ¿qué he hecho yo para merecer tanta amabilidad de mi angelito? Pero no me preocupo de esto. ¿Acaso no es el Señor el dueño para dar sus gracias a quien quiere y como quiere? Yo soy el juguete del niño Jesús, como
él mismo me repite, lo malo es que Jesús ha escogido un juguete de poco
valor. Sólo me desagrada que este juguete escogido por Él ensucie sus
manos divinas. Un día le llegó una carta toda ennegrecida por el diablo,
que no se podía leer. Y le escribe al padre Agustín el 13 de diciembre
de 1912: Con ayuda del angelito he triunfado
esta vez sobre el pérfido cosaco. El angelito me sugirió que a la
llegada de la carta, le echara agua bendita antes de abrirla. Así hice
con la última, pero ¿quién puede describir la rabia de Barbazul?
En otra carta al padre Agustín del 5 de noviembre de 1912, le
escribía: El sábado me parecía que los demonios querían acabar conmigo.
No sabía a qué santo dirigirme. Me vuelvo a mi ángel y, después de
hacerse esperar un poco, al fin viene aleteando en torno a mí y con su
angélica voz cantaba himnos a la divina Majestad. Le grité ásperamente
de haberse hecho esperar tanto mientras yo estaba pidiéndole su ayuda. Para
castigarlo, no quería mirarlo a la cara, quería alejarme y huir de él,
pero el pobrecito vino a mi encuentro casi llorando, me agarró para que
lo mirara y lo vi todo apenado. Me dijo: “Estoy siempre a tu lado.
Estaré siempre junto a ti con amor. Mi afecto por ti no desaparecerá ni
con tu muerte. Sé que tu corazón generoso late siempre por nuestro común
Amado”. ¡Pobre angelito! Él es demasiado bueno. ¿Conseguirá hacerme
conocer el grave deber de la gratitud? Ángel predicador Con frecuencia,
cuando el ángel se le aparecía, le daba consejos espirituales o pequeñas
prédicas para afianzarlo en la fe y en la seguridad de que, por más
sufrimientos que debiera padecer, nunca el Señor lo iba a abandonar. El
ángel estaba siempre a su lado, aunque a veces no intervenía por
voluntad de Dios, para darle oportunidad de triunfar con la gracia de
Dios. Veamos algunos de sus consejos espirituales. En carta del 18 de enero de 1913 le escribe al padre Agustín: Jesús, a la prueba de temores espirituales, une la larga prueba del
malestar físico, sirviéndose de los brutos cosacos… Me quejé a mi ángel
y él, después de haberme dado una pequeña prédica, me dijo: “Agradece a
Jesús que te ha escogido para seguirlo de cerca en la senda del
Calvario. Yo veo con alegría esta conducta de Jesús hacia ti. ¿Crees que
estaría tan contento, si no te viese tan golpeado? Yo, que deseo tu
progreso, gozo de verte en este estado. Jesús permite los asaltos del demonio, porque quiere que te asemejes a Él en las angustias del
desierto y de la cruz. Tú, defiéndete, aleja de ti las malignas
insinuaciones y, donde tus fuerzas no alcancen, no te aflijas, amado de
mi corazón, pues yo estoy a tu lado”. Oh, padre mío, ¿qué he hecho yo
para merecer tanta amabilidad de mi angelito?. Mándame tu ángel.
El padre Pío recomendaba a sus hijos espirituales que, en caso de
dificultad, le enviaran a su ángel para pedir por sus necesidades y él
les ayudaría. El padre Alessio Parente declaró: Cuando confesaba, les
decía a los penitentes que, si no podían venir a verlo, le mandaran su
ángel. Un día estaba en la terraza con él. Le pedí consejo para una
persona y me respondió: “Déjame en paz, ¿no ves que estoy ocupado?”. Yo
me callé, pero lo veía rezar el rosario y no me parecía demasiada
ocupación. Pero él añadió: “¿No has visto todos estos ángeles custodios
de mis hijos espirituales, que van y vienen?”. Yo le respondí: “No los
he visto, pero lo creo porque usted cada día les repite a sus hijos que
se los manden”. El mismo padre Alessio nos refiere otro caso: Una tarde,
después de haberlo ayudado a acostarse, me senté en el sillón,
esperando que llegara el padre Pellegrino a cuidarlo. Mientras estaba
esperando, sentía que el padre Pío rezaba el rosario y, a veces,
interrumpía el rezo y decía frases como:
“Dile que rezaré por él. Dile que intensificaré mis plegarias para
obtener su salvación. Dile que llamaré al Corazón de Jesús para
conseguir esa gracia. Dile que la Virgen no le negará esa gracia”.
El padre Pierino Galeone, refiere que en 1947 estuvo 20 días en san Giovanni Rotondo. Las personas, viéndome siempre cerca del
padre Pío, me pedían encomendarle sus penas: la suerte de familiares
desaparecidos en Rusia, la curación de un hijo, la solución de sus
problemas, encontrar trabajo, etc. El padre siempre me respondía con
dulzura y amor. Un día me dijo: Cuando tengas necesidad de algo, mándame
tu ángel y yo te responderé. Una mañana una mamá se me acercó llorando,
antes de la misa, para recomendarme a su hijo. El padre ya había subido
al altar y yo no me atreví a hablarle, así que, conmovido, como
me había aconsejado, le mandé a mi ángel para encomendarle el hijo de
aquella madre. Terminada la misa, me acerco al padre Pío y le encomiendo
al joven. Y él me responde: “Hijo mío, ya me lo has dicho”. Entendí
entonces que mi ángel custodio le había advertido oportunamente y el
padre Pío había orado por él.
La señora Pía Garella manifestó que en 1945, poco después de
terminada la guerra, el 20 de setiembre, se hallaba en el campo a unos
kilómetros de Turín y deseó enviarle al padre Pío un telegrama de
felicitación por el aniversario de sus llagas, pero no encontró a nadie
que se lo pudiese enviar por estar en el campo. De pronto, se acordó de
la recomendación del padre Pío: Cuando
tengas necesidad, mándame a tu ángel… Entonces, se recogió unos momentos
y le pidió a su ángel que le diera personalmente la felicitación. A los
pocos días, recibía una carta de una amiga de san Giovanni Rotondo,
Rosinella Placentino, en la que le informaba que el padre Pío le había
dicho: Escribe a la señora Garella y dile que le doy las gracias por la
felicitación espiritual que me ha mandado. El abogado Adolfo Affatato
manifestó que, mientras estudiaba en Nápoles, iba frecuentemente a San
Giovanni Rotondo a ver al padre Pío como
padre espiritual. Un día me dijo: Si alguna vez no puedes venir, no te
preocupes, basta que vayas a una iglesia donde está el Santísimo sacramento
y me envíes a tu ángel custodio. Un día, mientras iba a dar el examen
de Derecho privado, entré a una iglesia que estaba en mi camino. Salí
muy bien del examen y, cuando fui a visitar
al padre Pío para darle las gracias, me dijo: “Te había dicho que en los
momentos de dificultad me enviases a tu ángel, pero bastaba una sola
vez”.
Ana Benvenuto refiere en el Proceso que, estando en Foggia,
una mañana hubo un bombardeo terrible. El esposo de su hermana era
médico y trabajaba en el hospital. Dice: “Yo le rogué a mi ángel que
fuera a decirle al padre Pío que ayudara a mi cuñado para que no le
pasara nada malo”. Por la tarde, llegó mi cuñado y nos dijo que se había
salvado de milagro. Había sentido una fuerza misteriosa que lo obligaba
a salir de un refugio a otro y eso ocurrió hasta cuatro veces. Al día
siguiente, nos fuimos a san Giovanni Rotondo para agradecerle la ayuda
al padre Pío. Después de confesarme con él, le pregunté: “Padre, cuando
estoy lejos y tengo necesidad urgente, ¿cómo puedo hacer?” Me respondió:
-¿Qué hiciste ayer por la mañana? -Padre, ¿entonces vino mi ángel a
visitarlo? -¿Qué crees que el ángel es tan desobediente como tú? Desde entonces, siempre he creído en el ángel custodio. Otro día me dijo: Son tantos los que me mandan a su ángel a pedir ayuda que, si debiera escuchar los agradecimientos de todos, estaría fresco. Una hija espiritual del
padre Pío fue un día al convento para hablar con él, pero el padre Pío
le mandó a decir que no podía ni quería recibirla. Ella dice:Me sentí
dolida por ese trato inhumano y, mientras regresaba a casa, le dije a mi
ángel: “Mañana no asistiré a misa ni comulgaré. Vete y díselo al
padre”. En la tarde, antes de anochecer, me envió una persona a decirme:
“Dile que mañana no comulgue”. Al día siguiente, me acerqué al convento
con Lucietta Fiorentino, y el padre, desde una ventana, me dijo:
“Bravo, el ángel custodio es tu empleado, lo has enviado para decirme
todas tus rabietas. Señorita Lucietta, ¿sabes qué ha hecho esta
señorita? Se propuso no venir a misa ni comulgar y le ha mandado a su
ángel para decírmelo”. Yo exclamé: - Padre, ¿ha venido a decírselo?
-Claro, no es desobediente como tú, seguro que ha venido. Ángel viajero El ángel del
padre Pío debía ir muchas veces en su nombre a visitar enfermos o
convertir pecadores. Lo tenía siempre ocupado en hacer obras de bien, no
sólo a los de cerca, sino también a personas lejanas. El padre Gabriel
Bove declara: Para mí era sorprendente lo que decía la
gente de que el padre Pío tenía mucha familiaridad con su ángel custodio
y le pedía que fuera durante la noche a confortar a los enfermos y
socorrer a los pecadores. Esto me lo confirmó el mismo padre. Un día de
verano de 1956, después de bendecir a los fieles, salía el padre Pío de
la iglesia muy fatigado. Aquel día parecía que estaba más cansado que de
ordinario. Caminaba apoyado del brazo del padre Giambattista y se parecía a san Francisco estigmatizado bajando del monte. Yo lo tomé del
otro brazo, preguntándole: “Padre, ¿está muy cansado?” -Sí, hijo mío,
estoy aplastado por tanto calor. -Esta noche descansará. Además
pediremos a su ángel custodio que venga a aliviarlo. Detuvo el paso y
con fuerte voz me gritó: “Pero ¿qué dices? Debe ir de viaje”. Era eso
precisamente lo que yo quería saber. Disimulando mi sorpresa, le
respondí: -¿Qué? ¿Su ángel debe viajar? -Cierto. Entonces, le dije:
Padre, si su ángel debe viajar para confortar a los enfermos y socorrer a
los pecadores, permita que nuestros dos ángeles, al menos tomen su
puesto. -No, que cada uno de sus ángeles esté con su protegido. Y,
sonriendo, añadió: ¿Y si estos ángeles se ponen celosos?. Otros
servicios El ángel del padre Pío le ayudaba en todas sus necesidades. Por la mañana lo despertaba.
Así le dice al padre Agustín en una carta del
14 de octubre de 1912: Por la noche me duermo con una sonrisa de
felicidad…, esperando que el pequeño compañero de mi infancia venga a
despertarme para cantar las alabanzas matutinas al Amado de nuestros
corazones. Y no sólo rezaba y cantaba con él las alabanzas del Señor en
el coro, también le comunicaba los pecados o
cosas ocultas de sus visitantes, aunque en ocasiones lo hacían los
mismos ángeles de sus penitentes. María Pompilio declaró: Una mañana el
padre Pío, viéndome en la sacristía, me llamó y me dijo una acción mala
que había cometido, ofendiendo al Señor. Yo no supe qué responderle y no
podía negarlo. Le pregunté cómo lo sabía, pero un día, tanto le
importuné que, al final, me dijo con voz baja: “Ha sido tu ángel
custodio”. Cuando estuvo de sacerdote joven en su pueblo de Pietrelcina,
su ángel le guardaba la casa. Por eso, la gente del
pueblo decía que tenía poco cuidado en cerrar la puerta de su casa. Les
decía: Tengo un ángel que me la cuida. A sus hijos espirituales los
despedía diciendo: El ángel del Señor te
acompañe, te guíe y te proteja durante el viaje. Les recomendaba que se
cuidaran de no cometer pecados en su presencia.
Ana Benvenuto certifica que un día fue a dar un paseo con una vecina, quien sintió varias veces el perfume del
padre Pío. Ella se sintió mal por no haberlo sentido y, al día
siguiente, fue al convento a confesarse. El padre Pío, de inmediato, le
preguntó: Ana, ¿llevas medias? Le dije: “Sí, padre”. “Pero ayer por la
tarde, ¿por qué ibas sin medias?”. Traté de excusarme por el mucho
calor, pero el padre me respondió: “Aunque hubieras estado sola, debías
haber ido con medias. Acuérdate que somos espectáculo para el ángel
custodio y no debemos entristecerlo”. Un día el papá del
padre Pío se cayó por las escaleras de la casa de María Pyle y no se
hizo nada, porque su ángel lo cuidó. El suceso ocurrió en los primeros
meses de 1946. Cuando su papá se lo refirió, el padre Pío le
dijo:Agradece a tu ángel custodio que te ha puesto un almohadón en cada
grada para que no te hagas daño. Ángel acólito Los ángeles nos acompañan
cuando estamos en la iglesia y ayudan al sacerdote para evitar
profanaciones de la Eucaristía por descuido.
El padre Alessio Parente relata: Una mañana, al dar la comunión, se
terminaron las hostias de mi copón. Cuando lo estaba purificando, del lado derecho de mi espalda, vi una hostia que, como una flecha, fue a meterse en el copón. Después de las confesiones, fui a la celda del
padre Pío y le conté el hecho. Y el padre, en tono severo, me dijo:
“Agradece a tu ángel custodio que no te ha hecho caer a tierra a Jesús.
Aprende que la comunión se distribuye con amor y reverencia”. Otro día
un religioso le presentó esta cuestión al padre Pío: Padre, nuestros
ojos no ven bien los pequeños fragmentos de hostia consagrada que se caen
al distribuir la comunión. El padre respondió: “¿Qué crees que hacen
los ángeles en torno al altar?”. Todos entendieron que los ángeles están
listos para intervenir y recoger los pedacitos y llevarlos al copón.
Ángeles cantores Es sabido que los ángeles cantan bien como aquellos ángeles de la noche de Navidad que cantaban: Gloria a Dios en el cielo. En la misa están presentes todos los ángeles como en el cielo, pues la misa es el cielo en la tierra. Y se unen al sacerdote cantando, especialmente en el momento del
Gloria y del Santo; ofreciendo las buenas obras de los asistentes en el
momento de las ofrendas y acompañando a los presentes en el momento de
ir a comulgar. Una noche, en el convento de san Giovanni Rotondo, los
religiosos sintieron una música extraña en la iglesia sin poder
explicarse el porqué, pues en aquel momento nadie estaba en la iglesia.
Fueron a preguntarle al padre Pío y respondió: ¿De qué se maravillan?
Son las voces de los ángeles que llevan las almas del
purgatorio al paraíso. ¡Cuántas veces cantarán los ángeles, cuando sus
protegidos van al cielo desde el purgatorio! Y ¡cuántas veces cantarán
mientras están por millones adorando a Jesús sacramentado en todos los
sagrarios del mundo! No olvidemos que los
ángeles rezan por sus protegidos y podemos enviarlos a visitar a
nuestros familiares cercanos o lejanos, incluso hasta el purgatorio,
para que los saluden de nuestra parte y les lleven nuestras bendiciones y
obras buenas por ellos. Los ángeles se entristecen al ver nuestros
pecados y se alegran y se ríen con nosotros al ver nuestras buenas
obras.
El padre Agustín nos cuenta lo que decía el padre Pío en uno de sus éxtasis del
29 de noviembre de 1911: Ángel de Dios, ángel mío, ¿no estás tú a mi
lado para mi custodia? Dios te ha encomendado que me cuides. Debes estar
junto a mí… ¿Y te ríes? ¿Qué te hace reír? Dime, ¿quién estaba ayer por
la mañana aquí presente? ¿Y te pones a reír de nuevo? ¿Un ángel que se
pone a reír? Dímelo, porque no te dejaré hasta que no me lo hayas dicho.
El perro guardián.
Es conocida la historia de san Juan Bosco, a quien se le apareció
por espacio de 30 años un perro, a quien llamaba Gris, y que le protegía
de los peligros, cuando sus enemigos querían matarlo. Pues bien, un día
el padre Pío envió a su ángel a salvar a un ingeniero que estaba en
peligro de muerte y lo hizo su ángel bajo la figura de un perro. El
general Tarsicio Quarti declaró el 30 de junio de 1943 lo que le contó
un joven ingeniero: Había bajado en la estación de San Severo
y, al no encontrar medios de comunicación, se dirigía a pie hacia San
Marco in Lamis. Estando en pleno campo se le acercaron unos campesinos
con aire amenazante con horcas y palas. Aquellos días estaba la gente
alterada, porque habían caído varios paracaidistas ingleses y lo
confundieron con uno de ellos, que había escondido su paracaídas muy cerca del
lugar. Pero él se puso a rezar, viendo que se acercaban hacia él y, de
pronto, apareció un perro feroz, amenazando a los campesinos que,
espantados, desistieron de seguirlo. Pudo a la mañana siguiente llegar a
san Giovanni Rotondo. Cuando lo vio el padre Pío, le dijo de inmediato:
“La hubieras pasado mal si no te hubiese enviado a mi ángel custodio”.
Fuentes: extraído del libro “San Pío de Pietrelcina y su Ángel Custodio” del P. Ángel Peña O.A.R., Signos de estos Tiempos.