martes, noviembre 20, 2012

Editorial – ¿Fallo salomónico?

Noviembre 20, 2012 a las 5:00 am
Al parecer tenía toda la razón la Canciller colombiana cuando anticipó, de manera imprudente y falta de toda diplomacia, que el fallo de la Corte Internacional de Justicia sería “salomónico”, es decir que los 15 magistrados darían una porción de sus pretensiones a cada uno de los países en la contienda jurídica, olvidando que su función y obligación primordial, como ciudadana nuestra y Ministra, era y es la de defender, a ultranza y sin ambages, la integridad del territorio. Lo que no previó la jefa de la diplomacia nacional es que la porción a otorgar a Nicaragua sería tan amplia como ha quedado definida de manera inapelable por los togados, restándole a nuestro país unas dos terceras partes del mar que se había establecido desde 1928, en el Tratado Esguerra – Bárcenas que señalaba el meridiano 82 como frontera marítima entre Nicaragua y Colombia, cuyas costas están separadas por una distancia aproximada de 400 millas.
Vendrán los correspondientes análisis jurídicos, políticos e incluso económicos alrededor de este nuevo mapa de Colombia, muy distinto del que nos enseñaron en la escuela aunque se ha preservado y ratificado que los famosos cayos sí son nuestros pero su alcance ya no es de tal magnitud. Colombia continúa en la senda de ceder terreno, frente a todos sus vecinos como ha ocurrido desde las épocas de nuestras absurdas y cruentas guerras civiles que han ido desmembrando lo que fuera la República de la Nueva Granada.
Ahora bien, sin que haya dudas de que los nicaragüenses están felices porque tienen ahora una enorme porción de mar nuevo y acá se discuta qué tan grave ha sido esa pérdida, si se mira desde el plano eminentemente justo la decisión de los magistrados de La Haya va en la dirección de reconocer a un país los derechos sobre una zona marítima que está muchísimo más cerca de sus costas que las del otro contendiente. La zona económica exclusiva y la plataforma continental de Nicaragua, en gracia de discusión, sí se habían cercenado desde las antiguas decisiones de la Casa Real de España, que le concedieron al Nuevo Reino de Granada el dominio – por razones estratégicas y geopolíticas ibéricas – sobre las lejanas islas, islotes y cayos en San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Y a ojos de cualquier observador desprevenido parecía absurdo que la nación más cercana a esos territorios insulares tuviera mucho menor dominio sobre el mar que aquél que está a considerable distancia. A ello podría reducirse, en una explicación poco ortodoxa, lo que definieron los señores magistrados en la Corte de la ONU.
La pérdida de mar, en el caso de San Andrés, es de proporciones incalculables por ahora para Colombia. Tener más o menos mar, con sus inexplotadas riquezas marinas y submarinas, es un agregado de potencial estratégico para cualquier país. Y desde ayer los libros de geografía han quedado obsoletos.

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