sábado, mayo 11, 2013


Abrazar a Francisco, para reencontrarme con Bergoglio.
 
541087_10200284292567644_466752134_n.jpg
 
Me recibió con un afectuoso: "¡Sergio, qué bueno que estás acá! ¿Te colaste? Y en realidad, una vez más, tenía razón.
 
Fue en la primera audiencia del papa Francisco con los líderes de las diferentes religiones. Allí me reencontré con el querido Bergoglio. En el marco imponente de la Sala Clementina, el abrazo trascendió la formalidad del protocolar saludo para ver en su sonrisa y gesto cercano a quien, investido como Papa, era nuestro Bergoglio de siempre. Así, con los gestos que son tan suyos, es cálido, directo, íntimo. Con el humor de quien no pierde la sonrisa ni la frescura aun desde esas alturas, recuperando en cada uno la misma apertura, para finalizar pidiendo que sigamos rezando por él. Me presenté tan solo para bendecir y agradecer este momento. El gesto del abrazo corona un camino de quien es mi referencia, pero también el compromiso renovado por el desafío que nos convoca. "Ahora que estoy ante Francisco, vuelvo a abrazar a mi rabino Bergoglio", le dije. Me regaló una sonrisa y, con su humor tan particular, me recibió con un afectuoso: "¡Sergio, qué bueno que estás acá! ¿Te colaste? Y en realidad, una vez más, tenía razón.
 
Sin entrar en los detalles, no había sido incluido en la delegación formal de representantes de instituciones judías ante el Vaticano y, frente a la rigurosidad infranqueable del protocolo vaticano, aun con la colaboración de los propios dirigentes de la comunidad judía tanto argentina como internacional que estaban presentes, no fue posible incluirme para la audiencia, hasta que, como era previsible, fueron mis amigos sacerdotes y obispos como es el que caso de monseñor Sanchez Sorondo, quienes hicieron llegar la voz para que fuera el mismo papa Francisco quien instruyera a la Secretaría de Estado para que me dieran el acceso, y celebrar en ese mínimo instante que fue eterno para reencontrarnos y poder vernos.
 
Luego del abrazo de reencuentro, rezamos.
 
Nuestra milenaria tradición judía prescribe recitar una bendición cuando uno está frente a un sabio y gran maestro de la humanidad. Así que con la alegría del corazón y el alma exaltada en gratitud, recité en hebreo la bendición para concluir juntos diciendo los dos como uno: Amén.
 
¡Qué emoción! ¡Qué energía! Un momento único que quedará por siempre en el corazón y en el alma, un surco fértil de espacio-tiempo que dará su fruto en la buena cosecha del porvenir.
 
El papa Francisco nos dejó un mensaje pleno de bondad y amor, uniendo las iglesias cristianas, aun las ortodoxas orientales, que hacía un milenio no estaban presentes en estas instancias. Dando señales inequívocas de unidad para la tarea ecuménica en el cristianismo refirió a la dimensión interreligiosa dando un especial lugar al vínculo judeocristiano
 
Sigo aún emocionado, mientras escribo estas últimas líneas. El abrazo a Francisco renueva un pacto para esta nueva era, la bendición elevada en oración de un nuevo tiempo donde seguimos guiados por el corazón generoso de nuestro pastor y maestro, el papa Francisco que no es otro que el mismo Padre Jorge, el tan querido y valorado Bergoglio.
 
Sergio Bergman

No hay comentarios.: