lunes, mayo 21, 2007

Fe en la primavera

Saint Exupéry, al fina de su prólogo al libro de Anne Lindbergh, dice:"No basta con poder el corazón del hombre para salvarlo: la gracia debe tocarlo. No basta con cortar el árbol para que florezca: la primavera debe intervenir."

El sufrimiento por sí solo no hace crecer al hombre; ni tampoco la renuncia a lo parcial entrega la totalidad porque sí nomás. Solamente si ese corte o esa renuncia forman parte de un plan que las incluye y las lleva a una meta, pueden esas realidades o esas ausencias convertirse en creadoras o liberadoras.

Es en función de la totalidad por lo que se puede y se debe sacrificar lo parcial. La poda se justifica si se cree en la primavera. Pero la primavera la manda Dios. Y la poda se la entrega muchas veces al hombre. Dios puede disponer del actuar del hombre.

El hombre no puede disponer del actuar del Señor Dios. Por eso toca subordinar y relacionar la poda con la primavera y no al revés.

No es la poda la que atrae a la primavera; sino la proximidad de ésta la que invita a la poda para así disponer al arbolito a recibir en plenitud.

Sólo tienen derecho a podar aquel que puede ser jardinero.

No es él quien florece, ni el que hace florecer. Las flores son hijas del árbol y de la primavera; y el jardinero es un hombre al servicio de ambos. Cuando el árbol tenga frutas, lo premiará. Quien trabaja con la vida, debe saber respetar los ciclos y el tiempo de los demás.

Pienso que tener fe en la primavera es fácil cuando se ven señales de ella por todas partes. Cuando las ramitas se vuelven flexibles y empiezan a aparecer los brotes, entonces ya no se cree: se sabe que ha venido, que está entre nosotros. Pero entonces la poda ya se ha convertido en peligrosa.

Fe en la primavera se requiere cuando todo parece muerto. Cuando las hojas del tiempo anterior han caído y el invierno anida su silencio de escarcha en las ramas que parecen secas.

En muchos jóvenes uno persiste que recién están entrando en la lucha y en la crisis que sacudirá su comprenderse con los padres, su afectividad y su agresividad, sus estructuras religiosas y su manera de mirarse a sí mismos y a la vida.

Frente a esas realidades es inútil querer equiparlos con flores artificiales, con respuestas prefabricadas, con frutas de un tiempo viejo.

Hay que saber acompañarlos y ser tremendamente respetuosos. Confiar en el viento de la vida que sacudirá su follaje y arrancará muchas cosas. No pretender hacerlos retornar a la primavera. Hacia la primavera nunca se retorna; siempre se avanza.

Si no creemos profundamente en Dios y en su actuar sobre las almas, negamos lo fundamental de la vida. Negamos a los demás el gran testimonio de nuestra fe en ellos y en Dios. Y entonces corremos nosotros el riesgo de oficiar falsamente de primavera adornando y ensillando una arbolito de Navidad, condenando a muerte para cuando pase la euforia de las fiestas.

Será justamente la fe en la primavera que viene lo que nos exigirá también, frente al arbolito, defenderlo de los leñadores y de las heladas que vienen de afuera. Y mediante la poda, defenderlo de la exuberancia que le brota de adentro.

Como dice Larralde, no podemos dejar nuestras palomas a merced de las tormentas. Debemos acompañar su lento emplumar esperando confiados el tiempo de su propio vuelo.

Penso que es nuestra propia experiencia de Dios y del doloroso actuar del señor Dios en nuestra vida, lo que nos dará la medida para creer en el actuar de Dios en la vida de los demás.
Sigo creyendo en mi Dios, y en los hombres.

Menapace Mamerto, Las abejas de la tapera, "Fe en la primavera", Editorial Patria Grande, Buenos Aires.

No hay comentarios.: