jueves, mayo 03, 2007

¿Nos falta ardor misionero?
Pbro. Guillermo Marcó

La merma de fieles en América Latina será un tema clave en la reunión de obispos que el Papa abrirá este mes en Brasil. Renovar la tarea evangelizadora y revertir la pérdida de feligreses que ha generado una crisis en el catolicismo” será la meta central de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano (CELAM), que se realizará en Aparecida (Brasil) entre el 13 y el 31 de este mes. Así lo admitió claramente días pasados el obispo argentino Andrés Stanovnik, secretario general del Celam.

El relevante encuentro –que tiene como antecedentes los de Medellín y Puebla y que será inaugurado por el Papa Benedicto XVI– se realizará bajo el lema “Discípulos y misioneros de Jesucristo para que nuestros pueblos en El tengan vida”. La reducción del catolicismo en América Latina –y el traspaso de fieles en muchos casos a corrientes evangélicas– obedece a múltiples factores. Entre ellos, creo que podemos señalar la falta de ardor misionero de los católicos.

Cuando era seminarista, comencé a misionar en distintas localidades del interior del país. Recuerdo que en los grupos juveniles se discutía acerca de qué hacer frente a pobladores que no tenían lo más elemental para vivir. “¿No será más propicio primero mejorar sus condiciones de vida y luego anunciarles el Evangelio?”, se preguntaban. Hace 15 años, misionando en una localidad de la provincia de Buenos Aires, el cura párroco me hizo una curiosa descripción de la gente de su pueblo: “Cuando necesitan comida vienen a Cáritas de la parroquia, pero cuando quieren oír hablar de Dios van a los evangelistas”.

La conclusión a la que llegamos es que no podíamos negarles a los pobres el más elemental de los bienes que poseíamos: Dios. A partir de entonces, las misiones que organizamos fueron evangelizadoras. Toda la ayuda material la canalizamos por la gente del lugar, no a través nuestro. Es verdad que la Iglesia católica es exigente en el plano moral y doctrinal, mientras que muchas de las iglesias neo evangélicas hablan de Dios, pero proponen una alternativa mágica para las angustias del hombre contemporáneo. Algo así como si Dios tuviera un “¡llame ya!” para solucionar los problemas de amor, de trabajo o enfermedad.

Debemos reconocer que es difícil competir contra esa “satisfacción inmediata” de las necesidades. A la Iglesia le cuesta responder al pedido que hacía Juan Pablo II: “Renovarse en los métodos y en su ardor”. Los métodos siguen siendo muchas veces los mismos, pero con menores resultados: juntarnos para lamentarnos de los males del mundo; compartir la nostalgia de un pasado en el que nos iba mejor; hacer documentos que sólo leen unos pocos iniciados en cuestiones eclesiásticas: mostrar desprecio y temor frente a los medios de comunicación, y optar por cierta reclusión en los templos “para no contaminarnos con los efectos del mundo”.

Si algún reclamo nos hará el Señor creo que será el de no haber querido “juntarnos con publicanos y pecadores”, ni haber ido a “buscar la oveja perdida”. Por supuesto que toda generalización es injusta: donde un agente pastoral trabaja bien, una comunidad florece, se entusiasma con la propuesta cristiana y atrae a otros con su alegría contagiosa. ¿No será quizá la falta de alegría sobrenatural y la carencia de entusiasmo apostólico lo que ha alejado a mucha gente de la Iglesia y no tanto la acción de las corrientes evangélicas? El Papa nos recuerda en su último libro que es preciso “volver a anunciar a Jesucristo”.

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