La oración de Jesús
Introducción a Relatos de un peregrino ruso: El peregrino, más que autor, es el protagonista de esta obra misteriosa. Resume, en una figura muy conocida del paisaje humano de la Rusia del siglo XIV, las experiencias vividas por más de un cristiano fervoroso y decidido a llevar su fe hasta las últimas consecuencias. Existían muchos laicos como éste, hombres libres de toda atadura humana, que dedicaban sus vidas a escrutar la palabra de Dios, a profundizar en la oración, visitando los lugares santos de la cristiandad y los innumerables santuarios y monasterios de la “Santa Rusia”. Vivían de limosnas o haciendo pequeños trabajos durante sus viajes, y las familias los recibían, a veces con respeto, otras con desprecio, según su fe y su propia disposición espiritual. Pero es innegable que su presencia itinerante constituía una verdadera misión, hablando de Dios con su vida y su ejemplo a los demás hombres, tal vez como ellos, que anhelaban una apertura espiritual y renovaban de esa manera la experiencia del encuentro con Dios que celebraban en la liturgia.
La base de los Relatos es seguramente auténtica y nos hace conocer el ambiente social y espiritual de Rusia a mediados del siglo pasado. La relación tiene cierto artificio, que pone de relieve las ideas principales y muestra, didácticamente, el desarrollo de un proceso ejemplar. Los datos recogidos por los autores que han estudiados los Relatos, convergen hacia el célebre monasterio de Optimo, donde hubo desde aquella época y hasta la revolución de 1917, un centro espiritual muy floreciente, y cuyos staretz (maestros espirituales, ancianos experimentados) eran visitados a la vez por lo más selecto de la intelectualidad rusa de entonces: Mogol, Dostoiesvki, Tolstoi, Solaviev y por el pueblo sencillo y creyente.
El manuscrito con los cuatro relatos que se publican en este volumen parece haber pertenecido a una religiosa dirigida por el staretz Ambrosio de Optino, hacia 1860. Una primera edición se publicó en Kazan por los años 1870, seguida de otra más correcta en 1881, en el mismo lugar, y reeditada en 1884. En el prefacio de la edición de 1881 se atribuye la posesión del texto a un monje ruso del Monte Atos. Después, también en Optino, entre los papeles del staretz Ambrosio, ya citado, se encontraron otros tres relatos, de estilo diferente y con una mayor preocupación didáctica.
Reeditados en ruso después de la revolución, y traducidos a diversas lenguas, los Relatos fueron una avanzada de la espiritualidad rusa en Occidente. La expansión de la práctica conocida como “oración de Jesús”, que es uno de los fenómenos ecuménicos más notables de este siglo le debe, seguramente mucho.
La oración de Jesús
El primer Relato nos cuenta cómo oyó el peregrino en la iglesia la lectura del pasaje de la Carta de San Pablo a los tesalonicenses que dice: Orad sin cesar. Estas palabras fueron para él una llamada que penetró hondamente en su alma, y buscó desde entonces llear a la oración constante. Ensayó diversas prácticas, acudió a varios maestros, leyó la Biblia y escucho sermones. Hasta que un staretz, en su celda, lo introdujo a la oración de Jesús.
La oración de Jesús interior y constante, es la invocación continua e ininterrumpida del nombre de Jesús con los labios, el corazón y la inteligencia, con el sentimiento de su presencia, en todo lugar, en todo tiempo y aún durante el sueño. Ella se expresa con estas palabras: “Señor Jesucristo, ten piedad de mí. El que se acostumbra a esta oración, siente gran consuelo y la necesidad de decirla siempre; al cabo de cierto tiempo, no puede vivir sin ella y ella misma brotara en él.”
El peregrino se entrega entonces a la oración; primero la recita tres mil veces por día, después seis mil, y llega hasta doce mil, como se lo ha indicado el anciano. Pero desde entonces ya no cuenta más; la oración se ha vuelto constante, unida a su respiración, y no la abandona ni siquiera durante el sueño.
Tenemos en estas breves frases una exposición clara y completa de la oración de Jesús:
a) el elemento principal es la invocación del nombre de Jesús, nombre divino y, por lo tanto, poderoso, “al que se dobla toda rodilla, en el cielo, en la tierra, en los abismos” (Flp, 2, 10). En los Evangelios los “signos” se realizan por virtud de ese mismo nombre, y por eso se lo invoca para que obre con eficacia.
b) a la invocación del nombre de Jesús se le puede agregar la oración del publicano: “¡Ten piedad de mí, pecador!” (Lc. 18. 13). Por la unión de ambas expresiones, el que ora confiesa su condición de pecador y que necesita de la ayuda y la misericordia de Dios, al que llama por su nombre poderoso.
c) esta invocación se hace con los labios, el corazón y la inteligencia, con el sentimiento de la presencia de Dios. No es una repetición rutinaria y distraída, sino con el espíritu atento al Señor que esta junto al que ora. Las lágrimas, que pueden acompañar a la oración, son señal de arrepentimiento y de amor.
d) en fin, esta invocación se repite en todo tiempo y lugar. El maestro fija un número de oraciones; mas todo hombre o mujer avanzado en esta práctica, pasará del número fijado a una repetición incesante, de modo que su vida toda sea como una respiración del nombre de Jesús.
Los maestros de la oración de Jesús, en el transcurso de los siglos, han ido precisando las indicaciones para su práctica. Recomiendan una posición en la cual el cuerpo este recogido, y tener concentrada la mente en el lugar del corazón. Hay quienes aconsejan ligar la invocación con la respiración, Pero estos y otros particulares, según la tradición, deberán ser enseñados por un maestro experimentado más que por la lectura de los textos, para evitar el peligro de la ilusión. Los monjes ortodoxos, que la practican asiduamente, usan un rosario, generalmente de lana, que les sirve para contar con sus nudos las invocaciones.
sábado, julio 07, 2007
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