lunes, noviembre 30, 2009

Carta del Apóstol San Pablo a los cristianos de Roma 10, 9-18

Hermanos: Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvado. Con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se confiesa para obtener la salvación. Así lo afirma la Escritura: “El que cree en Él, no quedará confundido”.
Porque no hay distinción entre judíos y los que no lo son: todos tienen el mismo Señor, que colma de bienes a quienes lo invocan. Ya que “todo el que invoque el Nombre del Señor se salvará”.
Pero, ¿cómo invocarlo sin creer en Él? ¿Y cómo creer, sin haber oído hablar de Él? ¿Y cómo oír hablar de Él, si nadie lo predica? ¿Y quienes predicarán, si no se los envía? Como dice la Escritura: “¡Que hermosos son los pasos de los que anuncian buenas noticias!” Pero no todos aceptan la Buena Noticia. Así lo dice Isaías: “Señor, ¿quién creyó en nuestra predicación?” La fe, por lo tanto, nace de la predicación; y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo.
Yo me pregunto: ¿Acaso no lo han oído? Si, por supuesto:
“Por toda la tierra se extiende su voz y sus palabras llegan hasta los confines del mundo”.

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