martes, abril 18, 2006

El primer cachetazo

Jorge Guinzburg. jorge@guinzburg.tv

Dos recuerdos cruzaron por mi mente apenas iniciada la sesión. Uno correspondía a mi niñez. Los incomprensibles caminos del inconsciente me llevaron a revivir una charla circunstancial con esa vecina de la cara siempre magullada.

Nadie en el barrio ignoraba la afición de su marido por expresar su fastidio a los golpes, pero todos se hacían los distraídos frente a ellos y no paraban de hacer comentarios en su ausencia.Ese día, a mi pregunta inocente "¿por qué lo aguanta?" llegó una respuesta que no entendí entonces, interpreté como resignada con el tiempo y no exenta de sabiduría ahora: "¿Sabés qué pasa, nene? Si vos dejás entrar el primer cachetazo, después, los demás entran solos".

En el segundo recuerdo ya había crecido (en edad, claro). Era un profesional del periodismo, con pelos en el pecho y ¿para qué negarlo? muchos más en la cabeza que ahora. Estaba entrevistando a un ex presidiario a partir de una investigación, del medio en el que trabajaba, sobre la vida sexual en la cárcel.Carlos —así se llamaba— contaba lo difícil que resultaba evitar vejaciones al entrar a prisión.

La primera noche —relató— lo más probable es que alguien abra la puerta de tu celda para que entren y te violen entre varios. Si, cuando los ves llegar, te defendés a muerte, te muelen a palos y terminás en el hospital. Pero eso sí, cuando volvés, ya no te molestan. Ahora, si la primera vez te la bancás y es recién a la semana cuando decidís defenderte, te fajan, te mandan al hospital y, al volver, te siguen violando.

Nunca había unido las dos confesiones, ni pensado en los puntos de contacto entre ambas pero, allí, en sesión, con la impunidad para reflexionar que otorga ese ámbito, lo logré.Creo, doctor —dije y mis palabras me sonaron como un silbato dando por comenzado el partido psicoanalítico—, que a los argentinos nos pasa algo parecido.¿Parecido a qué? —preguntó el terapeuta.Digo —expliqué— que el problema nuestro es que dejamos entrar el primer cachetazo. Nosotros recién nos defendemos cuando nos violaron por quinta vez.

Sin verla, imaginé la cara de mi terapeuta y me apuré a explicar. "Me refiero a la violación de nuestros derechos".Hizo silencio pero estaba seguro de que en su cabeza sonó un "ah", de alivio. Nos cuesta defendernos. Interpretamos como parte de un código bancar el atropello.Si ante un colectivo que no para, en lugar de tomar su número de interno y denunciarlo, esperamos manso el siguiente; si al llegar al peaje, después de esperar varios minutos, pagamos; si permitimos que un recién llegado se ubique delante nuestro en una cola; si volvemos a un negocio en el que fuimos mal atendidos; si cuando nuestro hijo nos cuenta que lo maltrataron en el colegio, al día siguiente no lo acompañamos pidiendo explicaciones; si no decimos nada cuando en el sector no fumador prenden un cigarrillo; si cuando en un avión a punto de despegar permitimos que nuestro vecino de asiento se despida de su mujer utilizando el celular; si dejamos que un policía nos alce la voz; si aceptamos que la ambulancia llegue tarde; si vemos que para estacionar alguien está golpeando el auto de adelante y el de atrás y no reaccionamos; si vivimos como algo normal saber que tantos funcionarios cobran sin trabajar; si aceptamos que nos vendan lo que no pedimos; si seguimos comiendo productos que no son confiables; si frente a un delito nos dejamos convencer de que ni vale la pena hacer la denuncia; si al presenciar un exceso seguimos siendo espectadores sin intervenir; si ante juez injusto, elegimos resignarnos; si seguimos votando a los que nos mintieron, estamos dejando entrar el primer cachetazo. Y como me dijo hace tantos años mi vecina, los demás entran solos.

Además, recordemos las palabras de un presidiario: si no te defendés de entrada, te mandan al hospital y te siguen violando.

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