lunes, septiembre 12, 2005

El cristal con que se mira… (Cuento por Jorge Bucal en la Revista Viva del diario Clarín del 4-09-2005)

El maestro caminaba con su alumno por una región habitada por unos pocos campesinos, todos ellos muy pobres. Trabajadores sin tarea, personas sin proyectos, hombres y mujeres sin futuro.

Al pasar frente a una casita rodeada de árboles, el alumno preguntó al Maestro: ¿Puedo acercarme para pedir agua? Cuando el Maestro asintió, se acercaron a la puerta y llamaron con dos golpes de palmas. El dueño de casa, un hombre muy humilde con una gran sonrisa les dio la bienvenida. -¿Podría darme un vaso de agua?- pidió el alumno. Somos muy pobres –contestó el campesino-. No tenemos agua; puedo ofrecerte un vaso de leche recién ordeñada. El muchacho acepto gustoso y luego de intercambiar algunas palabras de agradecimiento, siguió con el Maestro, relatándole lo sucedido.

-Debes compensar al campesino por su generoso gesto –le dijo el Maestro-. Ahí está su vaca, acércate a ella y empújala por el precipicio… El discípulo se negó a hacerlo: ¿qué clase de compensación era esa? El Maestro, con mucha seguridad y energía, volvió a dar la orden. Con dudas y muy confundido el alumno ejecutó disciplinadamente el consejo del Maestro y ambos siguieron su camino.

El tiempo pasa y aquel joven alumno se transforma en un hombre de gran prestigio y luminosidad. En su mente el ahora Maestro nunca ha olvidado lo que cree que es lo más vil que ha hecho en toda su vida.

Un día decide regresar al lugar de la caminata en busca del campesino, quiere aunque sea dar una explicación, rogar una disculpa. Al llegar, un sin fin de sorpresas le esperan: la tranquera se ha transformado en una reja con llamador eléctrico, la casita es una mansión imponente y en lugar de una huerta paupérrima crece a su lado una plantación con frutos enormes y campos sembrados de soja y maíz.

El visitante pide hablar con el dueño y un anciano elegante y sonriente sale a su encuentro. -¿Qué fue de los dueños anteriores? Los que vivían aquí en una pequeña casita muy pobre –pregunta. –Somos los mismos –le dice el hombre-. Todo cambió para nosotros gracias a un joven que hace muchos años nos mató la única fuente de ingresos que teníamos, tirando nuestra vaca por el barranco. Al principio nos desesperamos, pero luego empezamos a ver todo lo que podíamos hacer. Comimos una parte de la carne de la vaca y supimos que su carne era buena. Vendimos el resto. Procesamos el cuero y también lo vendimos. Con el dinero compramos herramientas y un carro. Cortamos árboles y vendimos madera. Plantamos frutales y fabricamos jugos. Hoy somos muy prósperos y felices, pero nunca me olvido de ese joven… cuánto me gustaría que supiera todo lo que ha hecho por nosotros… -Quizás ya lo sepa –va diciendo el Maestro mientras se aleja …

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