jueves, octubre 27, 2005

Educación, ayer, hoy y siempre, por Enrique Belocopitow para LA NACION

Según las encuestas, uno de los problemas cruciales que afrontamos en la Argentina es el retroceso sufrido por la educación y, con ello, la pérdida de una de las herramientas fundamentales para resolver el problema de la desocupación. ¿Es la situación históricamente más dramática del rubro educativo? ¿Antes la enseñanza fue mejor? ¿Cuándo? Antes de la caída de Rosas, en 1852, más del 80% de la población de nuestro país era analfabeta. En el censo de 1869 se redujo ese valor a 71 por ciento.

En 1884 se promulgó la ley 1420, de educación común y enseñanza obligatoria, laica y gratuita, y ya en el censo de 1914 el porcentaje de analfabetismo se redujo a un 35%, a pesar del ingreso de grandes contingentes de inmigrantes analfabetos. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) informa que en 2001 nuestra tasa de analfabetismo era de sólo el 2,6 por ciento. Estos números sugerirían que nuestra educación ha progresado, pero lo que era suficiente hasta la primera década del siglo XX para la actividad laboral, para el progreso económico y cultural (saber leer y escribir) hoy es francamente insuficiente. Hoy es imprescindible poseer una educación de nivel secundario y para muchísimas actividades es imprescindible contar con saber universitario.

Los que hemos vivido nuestros, en general, excelentes secundarios de las décadas del 30 o del 40 podríamos preguntarnos si esa escuela de excelencia siempre existió en la Argentina o si fue producto de los esclarecidos patriotas, que la edificaron. Desde Rivadavia y Sarmiento hasta Juan María Gutiérrez, quien abandonó su carrera política luego de ser ministro de Relaciones Exteriores del presidente Urquiza por que veía entonces que educación, ciencia y tecnología eran las llaves del progreso y la independencia nacional. Primero se convirtió en rector de la UBA, entre 1861 y 1873, cargo de mucha menor jerarquía política. Como rector, recreó el Departamento de Ciencias Exactas en 1865, semilla primero de las facultades de Matemáticas y de Ciencias Físico Naturales, creadas en 1974 a instancias del mismo Juan María Gutiérrez, las que fusionadas dieron lugar, en 1895, a la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas, que en 1951 generaron las de Ingeniería, Arquitectura y Ciencias Exactas y Naturales.

Gutiérrez contrató profesores del exterior, con capacidad como investigadores, para ir formando un buen profesorado nativo. Del decanato, Gutiérrez pasó a la jefatura del Departamento de Escuelas, responsable de la enseñanza primaria. Algo parecido a la “degradación” de Sarmiento, que luego de dejar la presidencia de la Nación sustituyó a Gutiérrez en el mismo Departamento de Escuelas.

La buena enseñanza debía comenzar desde el principio: desde la primaria. Una idea de la opinión que primaba en la Universidad a principios del siglo XX se puede colegir con motivo del pedido que en 1901 hizo el Ministerio de Instrucción Pública a la Universidad de Buenos Aires para que hiciera el diagnóstico sobre la enseñanza “preparatoria”, como se la conocía a la actual secundaria, porque en ella debían capacitarse quienes ingresarían en la universidad. La comisión, que hizo un dictamen común para todas las facultades, informó al ministro: “La instrucción preparatoria de las facultades reclama otra cosa que elementos. Exige disciplinas mentales que fortifiquen y ensanchen el pensamiento. La noción simple que la educación primaria da importa en el terreno científico un conocimiento inútil que el tiempo desvanece. Consiste en conclusiones, en una serie de afirmaciones que nada explican, porque sin demostración no se sabe de dónde vienen, y sin desarrollo razonado no se sabe adónde van. “Demostración, desenvolvimiento, son conceptos antitéticos del de noción elemental. La instrucción que cataloga conclusiones, que afirma sobre la base de la autoridad del maestro o del libro, no es educativa, porque no enseña a pensar y porque no forma el carácter. Acostumbra a la superficialidad, a la facilidad del esfuerzo para aprender, a declinar el trabajo y la investigación. Conduce rectamente al servilismo intelectual. “La instrucción preparatoria se caracteriza, a la inversa, por la dirección que persigue. Es intensiva y no de extensión, de profundidad relativa y no de superficie. Los diferentes ramos de estudio deben, en ella, ser enseñados de manera que la verdad se desprenda de una demostración y se desenvuelva en sus aplicaciones. Sus procedimientos son los investigativos, no para descubrir, sino para exponer. Hay análisis y síntesis, deducción e inducción, expuesto todo al alumno, a quien se le dice cuál es la verdad y por qué es la verdad.

“Y así se obtiene otra cosa más grande y poderosa que el conocimiento, que el tiempo en lugar de debilitar fortificará, y es la aptitud para saber. Enseñando por qué se piensa de cierta manera, se enseña a pensar." “Por eso es que todo plan de instrucción preparatoria debe contener un curso amplio de las matemáticas, ese instrumento admirable de la educación mental en que cada proposición se desprende de un razonamiento anterior, para constituir luego el antecedente de otra proposición derivada, por procedimientos tan flexibles que el espíritu desvanece todas sus vacilaciones delante de la certidumbre absoluta." “Por eso es que ha de incluir un curso vigoroso de física, esa ciencia en que se persigue la demostración, no por el experimento aislado, mero juguete recreativo reducido a sí mismo, sino por la aplicación del cálculo, que la experiencia confirma en sus resultados y muestra al alumno cómo el hecho ratifica la conclusión que la inteligencia había inducido o deducido de una verdad ya adquirida." “Por eso es que se estudia la química con la extensión necesaria para observar los poderosos resultados que el método experimental obtiene del análisis; y la historia natural, no solamente para conocer las múltiples formas de la vida, o la materia, sino también para saber como es que ese mismo análisis y la síntesis conducen a las clasificaciones fundadas en la naturaleza íntima de las cosas y no en los simples accidentes que la observación superficial considera decisivas." “Las comisiones no han vacilado sobre la orientación que había de darse a la instrucción preparatoria. La intensiva, buscada en el grupo en que mejor se permite la aplicación de los métodos que forman la inteligencia en el período en que se desarrolla y toma un tipo definitivo, suministra alumnos de clase infinitamente más elevada por su aptitud e independencia mental." “Es de experiencia universal que cuanto más bajo es el nivel de los estudiantes, más baja el nivel intelectual de las universidades."

Los hechos lo confirman: hay crisis en la instrucción superior porque la ha habido en la secundaria burocrática y sin alma, muerta hace tiempo, que suministra alumnos sin conocimientos ni aptitudes, sin hábitos de trabajo, ni voluntad de aprender.

“La comunidad de vistas de los miembros de la comisión universitaria sobre la naturaleza de los cursos preparatorios tiene la ventaja de dar una cultura igual para todos los universitarios, cualquiera que sea la carrera que adopten, sin sacrificar a los estudios especiales parte alguna de la ilustración general." “Un plan de estudios nada dice cuando se limita a enumerar las materias que incluye. Su significado está en el grado de desarrollo que les asigna y en los métodos de exposición con que ha de dárseles vida."

“Una misma ciencia –las matemáticas, la física, la historia– puede ser enseñada de muchas maneras y su valor educativo es muy diferente, según qué se adopte una u otra, al grado de ser insignificante o capital." “Deseamos manifestar que ninguna combinación de estudios puede dar resultados por sí misma y que no hay planes, sino enseñanza. Todo consiste en los métodos y en los hombres. La cuestión de educación es, esencialmente, una cuestión de profesorado”.

Parecería que el quehacer nacional fuera una espiral donde muchos de los acontecimientos, muchos de los problemas se asemejan a los problemas anteriores. Que se asemejen no quiere decir que se igualen: las circunstancias nunca son las mismas. Se puede partir de una situación en algún aspecto similar, para construir o para destruir, para avanzar o para retroceder.

A pesar del avance en la alfabetización que se había producido desde Caseros hasta 1901, el informe de la UBA sobre la enseñanza preuniversitaria fue lapidario. ¿Qué había pasado? El conocimiento, la educación, la ciencia y la tecnología avanzan constantemente, influenciando todas las actividades humanas.

Del mismo modo, no es ya suficiente que el país hoy sólo tenga en cuenta la alfabetización de su población. Es necesario que el proceso educativo continué y se eleve constantemente. La parálisis y el retroceso son los seguros pasaportes para completar la ruina nacional. En la educación nunca se termina de avanzar. Más aún: se puede retroceder hasta condiciones infrahumanas de vida por la caída del nivel educativo.

El avance en la educación hará del país el que todos quisiéramos que fuese. El proceso se ha invertido: el nivel educativo ha ido bajando desde la segunda mitad del siglo XX, haciendo del país el que no queremos que sea. Sus efectos se ven y se verán a medida que se vayan sucediendo las generaciones de argentinos si no se revierte el retroceso educativo.

El autor, premio Konex 1997, es investigador y divulgador científico.

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