sábado, octubre 15, 2005

ENTRE EL CIELO Y LA TIERRA - La extraordinaria ruta de la fe

En sus 30 años, la peregrinación a Luján se convirtió en la marcha de fe juvenil más grande del mundo. Presbítero Guillermo Marcó. Vocero del Arzobispado de Buenos Aires

El último fin de semana se realizó la peregrinación juvenil a Luján, un fenómeno religioso extraordinario que comenzó a realizarse hace exactamente 30 años. En el año 1975, un grupo de sacerdotes y laicos, al reflexionar sobre la realidad de los jóvenes y la necesidad de una acción religiosa masiva, coincidieron en que "a los jóvenes les gusta cantar y caminar". Ese dato bastó para pensar en una peregrinación.

Desde la primera marcha, que reunió a unos 30.000 jóvenes, se produjo una explosión de religiosidad, un crecimiento exponencial de asistentes de una franja de la población de la capital y el conurbano. Pero movilizando cada vez más gente del interior, que quiere caminar hacia la casa de la Virgen. El año pasado, según datos de la policía, la cantidad de participantes llegó al millón y medio de personas convirtiéndola en la peregrinación juvenil más numerosa del mundo.

¿Tiene sentido este gesto? ¿Vale la pena tanto esfuerzo físico si a la Virgen le podemos rezar en cualquier parte? El gesto de peregrinar tiene una antigua raigambre en la mayoría de las religiones. La peregrinación a la Meca, que realizan una vez en la vida los islámicos, la que hacían al menos una vez al año judíos piadosos y que realizó tantas veces el mismo Jesús. En la tradición católica occidental, las más famosas son el camino de Santiago de Compostela y la peregrinación a Roma para los Jubileos.

Hace ya muchos años que participo de la peregrinación a Luján. Cuando uno hace la experiencia, pasan muchas cosas. Al salir se tiene la euforia propia de la esperanza; estás descansado, con toda la fuerza; cantás hasta quedarte afónico —algunos van saltando- y experimentás la alegría de caminar con una multitud que con su fuerza misteriosa te arrastra, te empuja.

La primera parada es en Morón; allí se descansa y se come algo. Cada comunidad parroquial organiza un grupo de apoyo para asistir a sus peregrinos: un café o un sándwich, un masaje o, simplemente, aliento. Es la tarea de estos otros muchos samaritanos que peregrinan de otro modo: ofreciendo un servicio a Dios y a los hermanos para que puedan alcanzar la meta prometida. Hay también puestos sanitarios donde este servicio se brinda a todos.

Con la llegada de la noche la fuerzas van mermando, se siente el cansancio —como a medida que pasa la vida—; es el tiempo de la oración confiada, la alternancia de los rosarios con los cantos religiosos, de reponer la fuerza que se fue agotando. A partir de cierto momento no se avanza por entrenamiento físico, se avanza por la fe y la solidaridad de los que caminan con uno.La experiencia de comunión entre personas que se da en la peregrinación es también importante: Las largas horas de caminata abren corazones y los acercan a Dios por el hermano.

El último tramo es el más difícil, pero también —sin duda— el más rico en vivencias. Cuando te vence el cansancio, la naturaleza renueva su encanto con las luces del amanecer, y ya a lo lejos se recortan sobre el cielo -todavía azul oscuro- las inconfundibles torres de Luján.Después de haber caminado 70 kilómetros, entrar a la basílica es una experiencia aparte. Siempre me pregunté cuántas voces flotan en el recogimiento del santuario, susurradas en plegarias silenciosas; cuántos cantos fervorosos en torno a la eucaristía. Y más de una lágrima derramada, llevada por los ángeles hasta el manto de la Virgencita de Luján.

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