miércoles, octubre 26, 2005

Los cuatro colores para los mapas y el avance del conocimiento, de Adrián Pasenza

Un problema famoso, que se resolvió hace unos 25 años, aproximadamente, es el de los “cuatro colores”. Y este intríngulis representa cómo una pregunta inicial aparentemente trivial -en el sentido que uno no le encuentra una aplicación inmediata demasiado importante- deriva en una serie de conocimientos que se ramifican en diversas áreas.

Los cartógrafos de la época, trazaban mapas que pretendían colorear con una cantidad mínima de tonalidades, sin que se generaran confusiones al leerlos o interpretarlos. ¿Cuántos se necesitaban para distinguir sin problemas las provincias adyacentes? No importaba que el color se repitiera en otra unidad, siempre y cuando permitiera distinguir las provincias, regiones o países que limitan entre sí.

Una persona demostró que cinco colores eran suficientes para lograr el objetivo, independientemente del mapa.

Con el tiempo apareció otra persona, que había seguido pensando el problema y demostró que tres colores no alcanzaban para colorear con claridad un mapa. Entonces quedó la “duda” de qué pasaría con cuatro ¿se podría o no se podría?

Nuevamente, hubo gente que dedicó su vida entera a buscar esa respuesta. Investigaron e investigaron pero no pudieron demostrar ni refutar la hipótesis de los cuatro colores.

Pero en el camino, y a esto quería llegar, para poder resolver el problema que originalmente tenía que ver con los colores de un mapa, se desarrollaron muchas teorías.

En el intento de “modelar” alternativas de posibles soluciones se ramificaron las dudas, los nuevos planteos y así creció una red de investigaciones y acceso a nuevos conocimientos que poco o nada tenían que ver con la incógnita original de los colores pero ayudó a resolver otros interrogantes.

Finalmente el caso de los cuatro colores para los mapas se resolvió, mucho tiempo después, por computadora y -efectivamente- cuatro eran suficientes.

La investigación básica en ciencia es hacerse preguntas, es buscar respuestas, sin preocuparse demasiado por la utilidad inmediata de lo que pueda hallarse. El hacer preguntas en la “frontera” del conocimiento es necesario porque se convierte en un semillero de nuevas preguntas que -ni siquiera- habíamos todavía imaginado.

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