Fenómenos no naturales
Por Federico José Caeiro (h.) Para LA NACION
NADIE duda de que, en líneas generales, estemos avanzando como civilización. En las últimas cuatro décadas se triplicó la renta mundial per cápita, se multiplicó la producción de alimentos, la expectativa de vida aumentó más de quince años y se duplicó la población mundial. Pero este aparente éxito nos está cegando y nos cuesta advertir los efectos colaterales de nuestro dañino comportamiento respecto de los recursos naturales.
Satisfacemos nuestras necesidades en el corto plazo, sin importarnos las consecuencias adversas sobre el ambiente –y por ende sobre nosotros mismos–: pérdida acelerada de biodiversidad y ecosistemas, la disminución de la capa de ozono, contaminación del aire, del suelo y del agua, presión sobre las reservas de agua potable, exceso de pesca en los océanos, uso abusivo de combustibles fósiles o aceleración del calentamiento global. Si se sigue este ritmo de “evolución” y consecuente depredación, los recursos naturales no alcanzarán para satisfacer las necesidades de las generaciones futuras.
Cientos de desastres naturales ocurren cada año en el planeta y hay zonas más susceptibles a sufrirlos que otras, pero ¿es cuantificable la incidencia del hombre en el aumento de periodicidad o de fuerza de fenómenos naturales que ocurrirán? ¿Debemos dejar de llamarlos “naturales” para calificarlos de “no naturales” o “inducidos”?
Nuestros aportes al calentamiento global definitivamente tienen mucho que ver con las sequías extremas, los deslizamientos de tierra y las inundaciones que periódicamente afectan y afectarán a vastas zonas del planeta. Seguramente, el incremento de la fuerza de las tormentas –huracanes, tornados, ciclones– también tiene que ver con nuestro accionar. Quizás el obrar del hombre incida con California (falla de San Andrés) y Tokio (construida sobre la unión de tres placas tectónicas), devastadas por poderosos terremotos.
Más difícil será precisar la incumbencia humana sobre la posible explosión de un supervolcán, como el que duerme bajo Yellowstone, el parque nacional más importante de Estados Unidos, y que explotará con la fuerza de 1000 bombas atómicas, o con Nueva York hundida por un enorme tsunami originado en una erupción volcánica en las islas Canarias.
Es complejo precisar en qué porcentaje influyó nuestra irracionalidad sobre los recientes desastres naturales, pero si hay un efecto positivo del paso de Katrina y de su hermana menor, Rita, es que en todo el planeta se alzaron voces calificadas alertando que no sólo nombre de personas tuvieron estas tormentas tropicales, sino que las personas y nuestro obrar tuvimos mucho que ver con ellas. Esperemos que ahora el presidente Bush se oriente hacia la firma del protocolo de Kyoto y la postergada cuestión ambiental pase a formar parte de la agenda del país más poderoso del mundo.
Deberíamos adoptar el principio precautorio de no relativizar el alarmismo de los verdes y reflexionar sobre nuestro obrar, intentando vivir de una manera sustentable, dependiendo más de los recursos renovables y utilizándolos racionalmente.
Es indispensable incentivar un cambio de comportamiento hacia otro que se corresponda con un estilo de vida y un modelo de desarrollo que maximice el bienestar presente sin comprometer el de las futuras generaciones.
Es indispensable un crecimiento económico con equilibrio ambiental a largo plazo; si los ecosistemas colapsaran, colapsará la economía, colapsará el planeta. Todo sucederá según las estrategias que se ejecuten de ahora en más y dependerá de lo responsable que sea nuestro comportamiento con respecto a este mundo que tanto nos da. Y quizás así los fenómenos naturales sean sólo naturales.
El autor ha sido director de la Reserva Ecológica Costanera Sur y de las comisiones de Ecología y Espacio Público de la Legislatura porteña.
viernes, octubre 14, 2005
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