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Para qué crear, por Mex Urtizberea para LA NACION

Parece que nada da mejores resultados que copiar lo que ya ha dado buenos resultados. Lo sabe bien la televisión: si lo que resultó exitoso fue una conductora infantil rubia y vestida de rosa, pues para qué correr el riesgo de vestir de amarillo a la siguiente; si lo que trajo alguna vez rating fue la simpatía del típico canchero argentino haciendo las veces de conductor, pues para qué apostar a otro que no presente iguales características; ¿cómo no servirse de la reflexión de Andy Warhol sobre los quince segundos de fama para hacer de eso un programa de televisión y otro que se sirva de ese programa para hacer uno idéntico, y así casi hasta el infinito?

Más seguro, más fácil, más sencillo: más vale copiar una idea que crearla. Lo sabe bien la moda: qué sentido tiene aventurarse a confiar en la creatividad de nuestros diseñadores si es tan simple viajar a mirar vidrieras a Milán, París o Barcelona y copiar lo que ya imaginaron los suyos. Menos arriesgado copiar que crear.

Lo sabe también la política, que insiste en hablarnos de copiar el modelo chileno, o el español, o el de algún país del primer mundo que no presenta ni una sola característica parecida a la del nuestro, en lugar de apelar a la creatividad para diseñar un proyecto propio; ¿pero para qué correr el riesgo de venir con ideas nuevas, si las copiadas ofrecen la ilusión de la eficacia?

Lo sabe incluso el arte: si Van Gogh no hubiera innovado en su manera de usar el pincel y se hubiese dedicado a copiar lo que ya había sido aceptado por el mercado, no habría muerto pobre e incomprendido. ¿Sería más pobre el mundo sin los cuadros de Van Gogh? Puede ser. Pero cuanto más seguro, más fácil, menos complicado copiar que crear.

No debería extrañarnos, entonces, que también sepan esto los autores de libros de autoayuda: ¿para qué tanto esfuerzo en intentar construir un punto de vista revelador, personal, genuino, si puede tomarse prestado el de otro que ya ha hecho ese esfuerzo? Más vale copiar que crear, y si llegara el caso de que alguien alzara su voz para señalar al copión, siempre se pueden manipular un poco los dignos conceptos de cita, homenaje, adaptación libre, o parodia, para usarlos como cuartada de la palabra copia.

En contra de lo que nos decían las maestras en la escuela, y a pesar de que nada era más humillante que ser descubiertos por ellas con los machetes en la mano (machetes cuya confección implicaba un arduo trabajo, pero nunca más trabajo que estudiar), el mundo no parece molestarse con los que se copian, más bien todo lo contrario. Pues en definitiva, lo que importa son los resultados, y, como decíamos, parece que nada da mejor resultado que copiar lo que ya ha dado buenos resultados.

¿Es más pobre el mundo cuantos más copiones y menos creadores tenga? Sí, es más pobre el mundo.

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