CARTA A LOS CRISTIANOSPARA AYUDAR A PENSAR LA NACIÓN
Mensaje dominical de monseñor Carmelo Giaquinta, administrador apostólico de Resistencia (1 de enero de 2006)
I. Año Nuevo: “¡Felicidades, Chaco! ¡Dios te bendiga!”
1. El Año Nuevo coincide con la imposición del nombre de Jesús al Niño cuyo nacimiento celebramos en Navidad. Desde que podemos pronunciar este precioso nombre, nos animamos a contar los años de nuestra existencia. El tiempo presente ha dejado de pertenecer a la desesperanza. “Jesús”, en hebreo, significa “Dios salva”. Ahora vale la pena vivir, aunque muchas veces tengamos que llorar.
2. Al aproximarse las doce de la medianoche, en muchas casas se golpean las manos o se hace ruido, significando que se echa al Año Viejo. Hermosa fantasía popular. Pero el Año Viejo no existe como tal, ni se lo puede echar. Lo viejo está en nuestro corazón. De allí, sí, lo podemos echar mediante el arrepentimiento del mal hecho durante el año transcurrido. Lo mismo vale del Año Nuevo. Tampoco éste existe ni se lo recibe como si fuese una persona. Es sólo una nueva posibilidad que Dios nos brinda para obrar el bien. Por ello nos alegramos, y chocamos nuestras copas, chin, chin, y nos deseamos mutuamente miles de felicidades. Yo también se las deseo de corazón a los cristianos y a todos los chaqueños.¡Felicidad, Chaco! ¡Dios te bendiga abundantemente!
II. Necesidad de participar
3. La felicidad proviene, en gran medida, de participar en la realización de algo que sentimos como bueno. No siempre somos sus protagonistas. Pero somos espectadores activos. Lo sucedido no habría sido lo mismo si no hubiésemos estado allí. Por ello contamos una mil veces el partido con que finalizó la Copa Tal, que tal vez sólo seguimos por radio. No hemos tocado una pelota, ni metido un gol. Sin embargo hablamos como si hubiésemos sido nosotros los que tuvimos a la tribuna delirando. Hemos participado de alguna manera. En cambio, cuando somos espectadores pasivos, lo que acontece nos causa indiferencia, o tristeza. Mucho peor si estamos excluidos. La reacción puede llegar a la bronca incontrolada.
Lo mismo acontece en la vida de la República. Muchas idas y vueltas de la historia argentina tienen su explicación en que un sector u otro fue excluido. No se le permitió participar.
4. Por ello la “participación” es otra de las columnas de la Doctrina Social de la Iglesia. Es una “consecuencia característica de la subsidiaridad, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. Es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. No puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social”. “La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia” (C 189, 190).
III. Situaciones y Cuestiones
5. En la Carta pastoral, que comento, los Obispos preguntamos: “¿Cuál es el grado de participación del argentino en la vida social, y, particularmente, en la defensa y el progreso de la sociedad política? Hay muchos signos positivos. En general, parece satisfactorio el índice de los votantes y aumenta la participación en la sociedad civil: centros vecinales, clubes, ONG de todo tipo, colegios profesionales, etc. Pero también hay señales negativas. Se exigen derechos, pero no siempre se conocen ni cumplen los deberes. Que el pueblo no interviene en el gobierno sino por sus representantes: es un principio que muchas veces se interpreta mal. Se piensa que los deberes del ciudadano se agotan en el acto eleccionario. Cumplido éste, muchos se despiden de su ciudadanía hasta la próxima elección. No son conscientes que a la salida del cuarto oscuro los aguarda la vida cotidiana con una multitud de otros deberes ciudadanos, de diverso grado, pero todos necesarios para actuar como ciudadanos y construir la República: desde no cruzar el semáforo en rojo, no hacer ruidos molestos, cuidar la limpieza de los espacios públicos, realizar bien el trabajo, pagar los servicios e impuestos, exigir cuentas de su recta administración, hacer con responsabilidad la propia opción partidaria, respetar la ajena, entablar un diálogo democrático con ella. Y así, hasta el cumplimiento de deberes más graves, como postularse para un cargo público, y, si fuere el caso, hacer juicio político a la autoridad constituida, etc. Olvidan que el cumplimiento de estos deberes es la respuesta necesaria a la sociedad, la cual defiende y promueve los derechos de los cuales gozan. No sin razón se ha dicho que los argentinos somos 37 millones de habitantes, pero no logramos ser 37 millones de ciudadanos. El habitante usufructúa la Nación y sólo exige derechos. El ciudadano la construye porque, además de exigir sus derechos, cumple sus deberes” (pf. 21).
6. “Entre las muchas cuestiones que surgen, planteamos las siguientes: ¿Cómo luchar para transformar la pasividad de muchos en una auténtica participación democrática en la sociedad política? ¿Cómo poner en marcha las iniciativas referidas a la reforma política que se acordaron en la Mesa del Diálogo Argentino? ¿Cómo garantizar que las promesas o proyectos electorales se concreten en leyes justas y oportunas? ¿Cómo garantizar jurídicamente el gran aporte de los voluntarios sin perjudicarlos a ellos ni a las instituciones a las cuales sirven con generosidad?
“Jesucristo, autor de nuestra fe y de nuestro compromiso ciudadano”: esta oración que rezamos el año pasado (2004) en preparación del Congreso Eucarístico Nacional de Corrientes, y este año (2005) para el Congreso de Laicos, continúa interpelándonos a los cristianos (pf. 21).
Mons. Carmelo Giaquinta, administrador apostólico de Resistencia
viernes, enero 06, 2006
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