Zona de peligro
El grito sagrado como remedio para mecanismos democráticos débiles. Cuando la presión de la gente se pone por encima de las estructuras
Los entendidos llaman lo que está haciendo el gobierno del presidente Néstor Kirchner "el proyecto". Lo mismo que el malhadado "proceso" militar de los años setenta, se trata de una empresa retrógrada disfrazada de un intento de transformar la Argentina en un "país normal". Es de suponer que, al igual que los militares en aquella oportunidad, los kirchneristas toman en serio su propia retórica pero que, al darse cuenta de que reinventar el país no es tan fácil como imaginaban, se han convencido de que ha llegado la hora de aplastar o neutralizar los últimos focos de resistencia al "proyecto" que está en marcha.
Por cierto, desde las elecciones legislativas de octubre pasado en las que según sus propios cálculos el oficialismo se anotó el cuarenta por ciento de los votos, los kirchneristas ni siquiera se esfuerzan por ocultar sus ambiciones. Aún no dominan por completo el Congreso pero, con la ayuda de gobernadores provinciales que dependen de su relación con el presidente de turno, estarán en vías de lograrlo.
Aspiran a manejar la economía con arengas cuartelarias, acuerdos pactados en un clima de intimidación y, claro está, anuncios rimbombantes. Asimismo, avanzan sobre la Justicia con el propósito, dicen los muchos que temen al unicato, de avasallarla. Si bien nadie ignora que "el proyecto" kirchnerista está en una fase expansiva, experimentó un revés acaso pasajero al elegir sus diputados postergar el debate acerca de la reforma del Consejo de la Magistratura, aunque sólo fuera porque a raíz de las fiestas de fin de año no pudieron alcanzar el número que les hubiera permitido imponerse tal y como hicieron cuando era cuestión de colmar al Presidente de poderes de emergencia económicos.
Con todo, merced en buena medida a la combatividad de Cristina de Kirchner que quiere reducir de veinte a trece el número de miembros del Consejo, un cambio que según muchos facilitaría su virtual incorporación al oficialismo, además de los contras de siempre como Elisa Carrió se le opuso una multitud de agrupaciones conformadas por abogados y juristas, incluyendo a algunas que por lo común apoyan al gobierno, que vieron en la reforma propuesta un intento desvergonzado por poner fin a lo que todavía queda de la independencia del Poder Judicial.
Y como si esto no fuera más que suficiente, los kirchneristas se las arreglaron para echar de la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados al díscolo socialista Rubén Giustiniani para que Cristina de Kirchner tomara su lugar, una maniobra que ocasionó tanto escándalo que los responsables de urdirla tuvieron que dar marcha atrás y reponerlo.
Puesto que el traspié del Gobierno en Diputados se produjo entre Navidad y el Año Nuevo, sería prematuro tomarlo por un punto de inflexión, por el momento en el que los reacios a tolerar un nuevo régimen hegemónico por fin lograran disciplinar a los Kirchner para que en adelante traten a sus adversarios con un mínimo de respeto. Como siempre ocurre en política, el poder eventual del oficialismo de turno se verá determinado menos por su propio apego a la democracia que por la capacidad de los demás para impedir que crucen ciertos límites.
En los países "normales", aquellos presidentes o primeros ministros que traten de extralimitarse serán refrenados por el oficialismo mismo por miedo a la reacción de la ciudadanía, pero en la Argentina aún son demasiados los de mentalidad caudillista que, si bien no lo confiesan, creen que lo que necesita el país es un "hombre fuerte", no instituciones menos precarias. La Argentina dista de ser una dictadura, pero la agresividad de Néstor y Cristina de Kirchner asusta tanto a los opositores que algunos sospechan que quieren crear un régimen similar a los del duce italiano Benito Mussolini y hasta del Führer teutón Adolf Hitler.
Según Elisa Carrió, la pareja presidencial es fascista, lo que, en vista de su entusiasmo por los montoneros, podría ser cierto. Comparte su opinión el ex mandatario Fernando de la Rúa que luego de ser blanco de una pesada broma presidencial aseveró que estamos en "los umbrales del fascismo". Por su parte, el ex diputado democristiano por Santa Fe, Alberto Natale, va más lejos aún: jura que lo que está ocurriendo se asemeja al "comienzo del nazismo" alemán cuando el régimen embestía contra sus presuntos enemigos "con intimidaciones, insultos, atacando a los medios de difusión y coartando la libertad de expresión". Como muchos otros, los tres temen que los Kirchner ya se hayan lanzado a una aventura autoritaria que con toda seguridad terminará muy mal, asestando al país una nueva frustración equiparable con la causada por el fracaso del gobierno de la Alianza radical-frepasista, aunque, con un toque de optimismo, prevén que en esta ocasión el desastre será más político que económico.
He aquí la razón por la que provocó tanto malestar la ofensiva furibunda de Cristina de Kirchner contra el casi invisible vicepresidente Daniel Scioli, a quien acusó, en pleno recinto del Senado, de montar operaciones de prensa con la intención de herirla. ¿Fue el inicio de un operativo destinado a desensillar a Scioli para que la primera ciudadana, ya erigida en dueña del Senado, se ubique pronto a la cabeza de la línea de sucesión presidencial? Tales sospechas distan de ser descabelladas.
Ya que en el fondo la Argentina peronista es una monarquía, aquí es normal que los jefes hagan del poder un bien de familia. Juan Domingo Perón se hizo acompañar por Isabelita. Para indignación de Zulema, Carlos Menem confió más en su hermano Eduardo. ¿Y los Kirchner? Todo hace pensar que procurarán respetar esta tradición familiera tan entrañable. De ser así, nos aguardan algunas batallas políticas memorables.
Por lo pronto, Scioli ha sobrevivido gracias a su perfil muy bajo, pero en vista de que no tiene nada en común con Kirchner y no puede simpatizar demasiado con su "proyecto", los deseosos de desplazarlo del nicho vicepresidencial continuarán en campaña. Si bien a Cristina de Kirchner no le falta idoneidad para las funciones que desempeña, el mero hecho de que sea la cónyuge del presidente de la República contribuye a enviciar el clima político.
Fue muy astuto trasladarla de Santa Cruz a su provincia natal de Buenos Aires para enfrentarse con la esposa de Eduardo Duhalde, pero esto no quiere decir que fue positivo para la maltrecha democracia nacional. En esta parte del mundo, el nepotismo es una enfermedad que es tan endémica como el sida en el África subsahariana, de suerte que para combatirlo un gobierno que se sintiera más comprometido con las instituciones que con los intereses personales tendría que sobreactuar, prohibiendo de forma tajante que los consortes, hijos, primos y así por el estilo de sus integrantes cumplan funciones oficiales significantes.Demás está decir que la posibilidad de que ello ocurra es nula.
Aquí, no es concebible que un presidente se abstenga de aprovechar su poder para entregar puestos clave a parientes cercanos. Tampoco lo es que otros -ministros, legisladores, gobernadores, intendentes, jueces- se resistan a la tentación de emularlos, como no pudo la ministra de Defensa Nilda Garré que hace algunos días convirtió a su hermano Raúl en el jefe de su gabinete de asesores. El pretexto es siempre el mismo. Con solemnidad, los nepotistas nos informan que tienen que privilegiar a los suyos porque son los únicos en quienes pueden confiar, actitud que nos dice todo cuanto necesitamos saber sobre el estado actual de la nada meritocrática cultura política nacional y sobre los recelos que sienten sus integrantes frente a aquellos que no pertenecen a su clan particular.
Si bien todos los "dirigentes" locales hablan con fluidez envidiable el lenguaje del igualitarismo, la verdad es que con escasas excepciones se manejan conforme a un código de valores que se parece más al vigente en Francia antes de la Revolución que en cualquier país democrático moderno. Es natural, pues que la Argentina esté entre los países más inequitativos del mundo y que a pesar de sus muchas ventajas no haya conseguido desarrollarse: siempre importarán mucho más los lazos familiares y los vínculos personales que la capacidad en una sociedad que se ve regenteada por una especie de nobleza de sangre sedienta de poder y de los bienes materiales que lo acompañan.
Por tratarse de un orden que, además de ser hipócrita e injusto, privilegia la mediocridad, los arreglos secretos, la corrupción y la irresponsabilidad, no es del todo sorprendente que haya alcanzado dimensiones tan asombrosas la brecha que se da entre el país que en efecto existe y lo que podría ser la Argentina si aprovechara el talento de una proporción mayor de sus habitantes. l
Por JAMES NEILSON, para la Revista Noticias del 4 de Enero de 2006
miércoles, enero 04, 2006
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