Cuando tener hijas es un mal negocio
Muchísimo es lo que se escribe y dice, en los días que corren, acerca del protagonismo que vienen alcanzando China e India en rubros tales como el económico y el tecnológico. Y bien fundada está por cierto tal profusión de comentarios si acotamos el concepto de progreso y nos empeñamos en limitar su alcance a esas u otras áreas específicas. Pero si aspiramos a dar a ese concepto una proyección más honda y un sentido más integrador, bien pronto se advertirá que, al igual que muchas de las que forman parte del llamado mundo occidental, estas dos naciones mencionadas presentan, junto con ciertos signos vitales como los referidos, otros que no sólo las inscriben en el campo del atraso, sino incluso en el escenario del horror.
De China bastará decir, por el momento, que es un país políticamente arcaico. De la India, y en lo que hace a los aspectos negativos, cabe sumar a cuanto ya se sabe una evidencia más reciente. La difundió, a principios del mes en curso, la revista británica de medicina The Lancet. Según ella, cerca de 10 millones de fetos femeninos podrían haber sido abortados en la India durante las dos últimas décadas.
El motivo de esa catástrofe es, al parecer, el preeminente deseo de muchas familias de asegurarse un heredero varón. A juicio del profesor Shirish Shneth, del Hospital Breach Candy de Bombay, los esposos que optan por este modo de liberarse de sus hijas estiman que las mujeres, concebidas como fuente de inversión, ofrecen a mediano y largo plazo escasa rentabilidad. "Con el tiempo, explica, pasarán a formar parte de las familias de sus futuros maridos y los gastos que insuman terminarán por beneficiar a otros. En algunas comunidades donde prevalece la costumbre de la dote, su monto puede llegar a ser extraordinario".
El planteo no deja lugar a dudas. Tener hijas es un mal negocio. Y si no se puede impedir de entrada que aparezcan, puede en cambio lograrse, en un segundo momento, que desaparezcan. ¿Y la ley? ¿Dónde hay una ley que permita desbaratar este criterio retrógrado y criminal? Existe desde 1994, en la India, una ley que prohíbe revelar el sexo de un feto. No obstante, esa ley es frecuentemente violada. Violada, cabe subrayarlo, por las familias más adineradas y de mejor nivel de educación. Entre ellas, la selección prenatal del género se ejercita con la naturalidad de un hábito.
Para proceder con la eficacia que lo hacen, esas familias de inmejorable posición cuentan con un recurso técnico infalible: los equipos de ultrasonido. Ellos brindan la información que permite dictaminar quién vivirá y quién no. En los periódicos de todo el mundo se difundió recientemente esta noticia: "En la India, durante los próximos cinco años, se podría llegar a abortar anualmente más de un millón de fetos femeninos".
Lo dicho basta y sobra para resaltar el problema de fondo. Caracterizaciones como "aborto selectivo" o "selección prenatal de género" no remiten a otra cosa, como práctica social consensuada, que a un procedimiento genocida. Una variante más, entre las muchas que suele tomar, el exterminio programado de la vida. En este caso, de la vida femenina.
El empleo sin restricciones éticas de recursos tecnológicos en áreas que atañen al valor de la vida tergiversa y envilece el sentido del progreso. Los equipos de ultrasonido, en manos de quienes proceden de manera descarnadamente utilitaria, terminan por convertirse en un arma letal. La voluntad de exterminio que promueve su uso responde a un concepto totalmente enajenado del desarrollo y la eficacia.
Bueno sería no olvidarlo a la hora de aplaudir la incorporación al Mercado (así, con mayúscula) de los nuevos gigantes de la invención y el consumo. Pero, para ello, quienes acogen con reverencias a los recién llegados deberían preguntarse por la índole moral de sus propios procedimientos, es decir por la idiosincrasia de sus propios valores.
En un mundo cada vez más proclive a alcanzar la integración económica a cualquier precio, la vida humana pierde sustancia y se convierte en un elemento pretextual para las buenas operaciones financieras. Se consolida como medio y se diluye como fin.
Por Santiago Kovadloff
http://www.lanacion.com.ar/774107
jueves, enero 26, 2006
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