sábado, mayo 27, 2006

Bolivia: el regreso de los pueblos vivos

La restauración de las iglesias jesuíticas y la recuperación de un patrimonio musical olvidado reafirman la identidad y las tradiciones ancestrales de los pueblos de las misiones de Chiquitos, en el selvático oriente boliviano

SANTA CRUZ DE LA SIERRA. Esta es una Bolivia llana, verde, selvática, musical, muy distinta del país del altiplano, aquel de los collas y de las alturas que mezquinan el oxígeno y desatan el soroche. Apenas a 400 metros sobre el nivel del mar, el oriente boliviano se confunde con la región del Amazonas, de los ríos, de los tajibos en flor y los flamboyanes color de fuego. Los habitantes de la Chiquitanía boliviana tienen mucho más que ver con los pueblos guaraníes del vecino Paraguay que con los quechuas o los aymaras, la etnia que hoy domina el país a través de uno de los suyos: Evo Morales.

Esta simbiosis viene de lejos y explica la influencia de la cultura guaraní en las misiones jesuíticas de Chiquitos, en su arquitectura, su música, sus tradiciones, sus cabildos y sus fiestas patronales. La antigua provincia de Chiquitos fue el primer escenario del choque entre el conquistador español y el indígena de estas tierras bajas, donde la Compañía de Jesús estableció uno de los más interesantes experimentos socioculturales de la historia americana.Lo que impresiona cuando se llega por primera vez a la región es que aquí no hay ruinas, ni vestigios, ni réplicas museísticas de lo que fue esta cultura, sino pueblos vivos, vibrantes, herederos de un rico pasado que se traduce en una cultura mestiza pujante, que conserva incontaminado el espíritu misionero o reduccional.

Gente que siente, que trabaja y que vive su fe y sus tradiciones, como hace 300 años. Esta característica fue determinante a la hora de declarar a seis de estos pueblos, con sus iglesias bella y fielmente restauradas, como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: Santa Ana, San Miguel, San Rafael, Concepción, San José y San Javier. Pero no son las únicas, porque a esta media docena hay que sumar también a San Ignacio, Santiago, San Juan Bautista, Santo Corazón y otras, y al llegar a cada una de ellas es imposible no evocar con admiración una epopeya jesuítica que atravesó casi un siglo, desde su llegada a la región, en 1691, hasta la expulsión por parte de Carlos III de España, en 1767.

Tomando como punto de partida a la pujante y secesionista Santa Cruz de la Sierra, al cabo de cada trayecto por caminos polvorientos de gredosa tierra colorada, habrá siempre un pueblo prolijamente trazado con construcciones sencillas y en perfecta armonía con el paisaje. Las iglesias levantadas ad majorem Dei gloriam son de una belleza rara, indescriptible, e imposible de encontrar en ningún otro lugar del mundo. La magnificencia del barroco americano impresiona todavía más cuando se piensa en la humildad de estos pueblos y en la escasez de recursos con que fueron realizadas.

Más aún cuando se sabe que los verdaderos artífices de la arquitectura de las primeras iglesias fueron los guaraníes, que luego evolucionaron con el aporte de los jesuitas y de los europeos. "Lo extraordinario de estas misiones es que fueron una síntesis entre dos culturas en franca colaboración: la preexistente de los guaraníes y la recién llegada de los jesuitas, que se potenciaron y cada una enriqueció a la otra", dice Miguel Frías, productor cultural que trabaja activamente en la difusión y afirmación de esta ruta jesuítica, hasta hace poco tiempo olvidada.

Un símbolo viviente

Las iglesias y los pueblos de Chiquitos son un símbolo viviente de lo que fueron 76 años de evangelización jesuítica. Sus orígenes se remontan a la fundación de San Javier por el padre José de Arce, en 1691. Después vendrían San Rafael (1696), San José (1698), San Juan Bautista (1699), Concepción (1707) y San Miguel (1721). Estos primeros años fueron duros, con el esfuerzo centrado en atraer a los distintos grupos nómadas que vivían dispersos en la selva, para acostumbrarlos a la vida sedentaria de las reducciones. Allí se los organizó socialmente, enseñándoles agricultura, ganadería, artes y oficios y respetando a sus autoridades, sus instituciones, sus ritos, danzas y fiestas populares, muchas de las cuales perduran hasta hoy, como la procesión de San Pedro y San Pablo en la Misión de San Javier, con su colorida danza de los yarituses (bailarines rituales).

La segunda etapa comenzó con el arribo de misioneros centroeuropeos y fue el período en que las reducciones alcanzaron su mayor brillo. Se fundaron San Ignacio (1748), Santiago (1754), Santa Ana (1755), y Santo Corazón (1760)."La belleza y la magnificencia de estas iglesias emociona. La evangelización empapó todos los aspectos de la vida espiritual y social y esos rasgos se mantienen inalterables hasta hoy", dice Willy Kenning, autor de la mayoría de las fotografías que ilustran esta nota y de un libro ineludible, si se quiere profundizar en el tema, Chiquitos: la utopía perdura.

"Se crearon oficios e incluso especializaciones: en San Javier se hacían instrumentos musicales, así como en San Rafael se tallaba la madera. El respeto por los recursos naturales de cada lugar fue una actitud genuina: en algunas zonas las iglesias eran de adobe y madera y en otras, de piedra", recuerda.El padre Martin Schmid, constructor, arquitecto y músico de los templos misionales, fue también uno de los principales protagonistas del proceso evangelizador cuyas huellas se perciben nítidamente aún hoy al recorrer estos pueblos, todavía incontaminados del proceso globalizador.

Un renacer inesperado

En el año 1767, con la expulsión, este desarrollo se paralizó. En 1972, a dos siglos de la muerte del padre Schmid y con las iglesias en estado de franco abandono, los jesuitas de Suiza tomaron la iniciativa de encarar trabajos de recuperación y enviaron al arquitecto Hans Roth para trabajar en la restauración. Su intervención era indispensable ya que varias iglesias se encontraban en ruinas y San Ignacio, tal vez la más bella, había sido demolida en 1948. "Con Roth se inició un proceso que involucró a las comunidades indígenas no sólo en los trabajos de restauración sino en la apropiación de las iglesias como parte de su patrimonio, tanto para la celebración de la liturgia católica como para la realización de sus cabildos, fiestas populares y tradiciones locales", destaca Miguel Frías.

"Durante este proceso el chiquitano recuperó su autoestima y la noción de autenticidad sin caer en el individualismo, un valor que perdura como la mejor herencia misional", dice. Hoy las iglesias son centros de identidad cultural, y religiosa, de orgullo y estima por su propia valía. Pero el proceso de restauración trajo también de la mano un renacer inesperado: el del patrimonio musical de las misiones, un legado recobrado a partir del hallazgo de 8000 partituras de música antigua escrita por sacerdotes europeos y por indígenas anónimos.Los misioneros de Loyola usaron la música como instrumento de evangelización, aprovechando además la especial habilidad y gusto que tenían por ella estos indígenas.

"Durante el proceso de restauración de los templos chiquitanos el equipo encabezado por el arquitecto Roth se encontró con la sorpresa de que algunos cabildos indígenas, más concretamente en Santa Ana y San Rafael, guardaban celosamente cientos de hojas de música correspondientes a los siglos XVII y XVIII. Con el objeto de salvaguardar este rico tesoro, se decidió concentrarlo en Concepción", ha recordado Alcides Parejas Moreno, uno de los principales artífices de la declaratoria de patrimonio mundial de estos pueblos por parte de la Unesco.

La inscripción se realizó en 1990 y a partir de entonces se puso en marcha un lento pero fructífero camino de afirmación del patrimonio cultural chiquitano, una de cuyas manifestaciones es el Festival Internacional de Música Barroca y Renacentista Americana Misiones de Chiquitos, que se realiza cada dos años y que acaba de cumplir diez, en el que participaron 44 orquestas y coros de 20 países.

Tiene como escenario no sólo las iglesias de los antiguos pueblos misioneros jesuíticos de Chiquitos sino algunas de Moxos y de los franciscanos de Guarayos. La organización de este festival, uno de los más importantes en la interpretación de música antigua del mundo, está a cargo de la Asociación Pro Arte y Cultura (Apac), institución sin fines de lucro, formada por voluntarios."Buena parte de los grupos de música antigua, tanto europeos como americanos, han incluido en su repertorio alguna pieza correspondiente al archivo de Chiquitos", dice Marcelo Araúz, director de Apac. "En este proceso de recuperación del orgullo por semejante patrimonio se está dando un interesante fenómeno: el pueblo chiquitano empieza a recuperar y a afianzar una identidad, desdibujada y debilitada en las últimas décadas por la desidia, el abandono y el avance de una modernidad que igualmente a ellos no les llegaba.

"Después de este apasionante paseo por la geografía chiquitana, se entienden mejor aquellas palabras del viajero Ciro Bayo, quien a principios del siglo XX, aseguró que aquí estaba situado el paraíso terrenal.

Por Carmen María Ramos (Enviada especial)

Una ruta cultural

San Javier es la puerta de entrada de Chiquitos; está situado a 240 kilómetros por carretera pavimentada de la ciudad más pujante de Bolivia: Santa Cruz de la Sierra. El asfalto continúa hasta Concepción y el resto del recorrido se hace por carreteras de tierra colorada que están en buenas condiciones. De San Javier a Concepción (58 km) el serpenteante camino muestra los parajes más bellos de la Chiquitanía. Los 175 km que separan Concepción de San Ignacio de Velasco sumergen al visitante en el rico y generoso bosque chiquitano. Desde San Ignacio se puede hacer un itinerario circular para visitar San Miguel, San Rafael y Santa Ana. A mayor distancia se encuentra San José (a 150 km de distancia de San Rafael).

Desde este punto se puede regresar a Santa Cruz de la Sierra siguiendo el mismo recorrido a la inversa, o por tren. Los otros antiguos pueblos jesuíticos de Chiquitos se pueden conocer partiendo desde San José. A pocos kilómetros se encuentran las ruinas de San Juan Bautista. Más allá, siguiendo la ruta del ferrocarril hasta Roboré, se puede llegar a Santiago, cercano a uno de los parajes más lindos de la Chiquitanía: el valle de Tucabaca. Finalmente y dentro del espíritu de lo que se conoce como turismo de aventura, se puede llegar hasta Santo Corazón.

Dos buenos lugares para alojarse y usar como base de operaciones para recorrer la región son el hotel La Misión, en San Ignacio, y el hotel Concepción en la ciudad del mismo nombre. Ambos están situados frente a la plaza principal, tienen una arquitectura felizmente mimetizada con el entorno y ofrecen sencillez y confort, algo invalorable en un país donde los servicios están poco desarrollados pero donde las carencias se suplen con un trato amable y donde cada boliviano tiene una sonrisa a flor de labios.

http://www.lanacion.com.ar/808655

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