sábado, mayo 13, 2006

Shirin Ebadi: bajo el signo del miedo

Ganadora del Nobel de la Paz en 2003, esta iraní, abogada y activista por los derechos humanos, se ha convertido en un dolor de cabeza para el régimen teocrático de Teherán. A pesar de haber sido perseguida, Ebadi se quedó en su país para luchar contra el sistema desde adentro

PARIS.- Una sucesión de asesinatos de disidentes había bañado en sangre las calles de Teherán. Shirin Ebadi, abogada y activista de los derechos humanos, recuerda con un escalofrío el día que leyó en un archivo del Ministerio del Interior que era la siguiente en la lista de gente a ser asesinada.

"Recuerdo principalmente una sensación abrumadora de incredulidad", dijo. "¿Por qué me odian tanto?" Se fue a casa, se dio una larga ducha y recién después de cenar, cuando sus dos hijas se habían ido a la cama, le dijo a su marido: "Me pasó algo extraño en el trabajo hoy."

Es difícil imaginar a esta mujer diminuta, de apenas 1,50 metros, como el azote de los mullahs de Teherán. Pero ella se ha convertido en la peor pesadilla de los líderes religiosos de la revolución que propició la caída del sha. Encarcelada, maltratada en duros interrogatorios, esta abogada de 59 años y madre de dos niñas se ha convertido en la campeona de los ciudadanos más vulnerables de Irán.

Sus clientes son niños que han sufrido abusos, esposas golpeadas y -lo que es más peligroso- prisioneros políticos. Galardonada con el Premio Nobel de la Paz de 2003, Ebadi es una heroína renuente. "Crear héroes es algo muy peligroso -dice-.

Desde que recibí el premio he estado tratando de luchar contra esta idea." En una tarde lluviosa en París, donde promociona sus memorias, Iran Awakening ("Irán despierta"), parece exhausta, desgastada por la tensión del temor habitual: "Si quiere que le diga la verdad, sí, francamente tengo miedo", dijo. "El temor es un instinto, como el hambre. Uno lo tiene, le guste o no."

Pero por más reservas que tenga respecto del gobierno de Teherán, es igualmente crítica de Estados Unidos. Una acción militar estadounidense para presionar a Irán, buscando que abandone su programa nuclear, sería desastroso, dice. Y los iraníes defenderían su tierra contra los invasores "hasta la última gota de sangre".

La opción militar "pone en peligro todos los esfuerzos que los iraníes democráticos han estado haciendo en los últimos años. La amenaza de un ataque militar le da al sistema un pretexto para golpear a su oposición legítima y socava el poder de la sociedad civil que lentamente va tomando cuerpo."

Mirando hacia atrás, quizás lo que más le duele a Ebadi es el rol que cumplió en el proceso que llevó a los mullahs al poder. "¿Con quién tenía más en común? ¿Con una oposición encabezada por los mullahs, que hablaban el lenguaje familiares para los iraníes comunes, o con la corte dorada del sha, cuyos funcionarios se divertían con estrellitas de Estados Unidos en fiestas bañadas en champagne francés?", dijo.

Así fue como Ebadi fue a las movilizaciones, se sumó a los cientos de miles de personas que cada noche exclamaban Allahu akbar ("Dios es el más grande") desde los techos y celebró cuando el sha, llevando un recipiente con tierra de Irán, partió para Egipto. Creyó que era el amanecer de una era de justicia. "Sentía que también yo -a la par de la revolución victoriosa- había ganado.

Tardé apenas un mes en advertir que, en realidad, voluntaria y entusiastamente había participado en mi propia destrucción. Yo era mujer y la victoria de esta revolución exigía mi derrota." Pronto comenzaron las purgas y la opresión. Fue echada de su cargo de juez y durante años soportó la indignidad de trabajar como empleada de la corte que había presidido.

Pero a diferencia de tantos otros, se quedó para luchar contra el sistema desde el interior, una decisión por la que a menudo se la ha criticado. "Soy iraní", suele decir. "Me quedo".

Cuando el nuevo código legal draconiano fue publicado en un diario, Ebadi lo leyó asombrada. "Habían vuelto al siglo siete en busca de asesoramiento legal". Desde ese momento comprendió que su mejor arma contra el régimen sería su profundo conocimiento del derecho. Su objetivo era vencer a los mullahs en su propio juego.

Se sumergió en los "libros mohosos de la jurisprudencia islámica", en busca de fuentes que destacaran la "ética igualitaria del islam", en vez de la versión patriarcal que prefieren los clérigos gobernantes. En 1992 finalmente se le otorgó licencia para actuar como abogada y se encontró luchando con las contradicciones inherentes a la sociedad iraní: una teocracia feroz, cuya legitimidad se basaba sin embargo en el derecho civil.

Nacida de una familia de buena situación económica, Ebadi, sus dos hermanas y su hermano fueron educados como intelectuales y se les enseñó a valorar la educación. Esta obsesión explica en parte por qué no le ha dado la espalda por completo a la revolución. En lo que se refiere a herencia la mujer tiene derecho a la mitad de lo que corresponde al hermano, pero hoy el 65 por ciento de los estudiantes universitarios de Irán son mujeres, comparado con sólo el 25 en tiempos del sha.

Hay sólo una palabra, dice, para describir a Irán bajo los mullahs: paradoja. A la edad llamativamente joven de 22 años, cuando las minifaldas eran la moda en Teherán, Ebadi se convirtió en la primera mujer juez del país.

Sus amigas idolatraban a Twiggy y otros íconos de la moda occidental, pero a Ebadi no le interesaba. "Los libros y las ideas del derecho me interesaban más que el diseño de interiores. Mi carrera causaba terror a los hombres iraníes. En el momento en que pensaban casarse conmigo, se imaginaban en una pelea matrimonial con una jueza suponiendo, me imagino, que no podrían decir simplemente ´porque yo lo digo y dar un portazo".

Terminó casándose con Javad, un ingeniero eléctrico, aunque señala que él, al igual que todos los maridos iraníes, esperaba que su esposa encontrara tiempo en su día tan ocupado con asuntos legales para hacer las compras, limpiar, cocinar y criar a los hijos.

En 2000 los mullahs le perdieron la paciencia a esta ama de casa problemática. Se la acusó de hacer "propaganda contra la República Islámica" y fue encarcelada. Tras los muros de Evin, una prisión en Teherán, sabía que de nada valdría el derecho. "Podían azotarme los pies desnudos con cables electrificados hasta que confesara mi crimen", dijo. Pasó varias semanas en confinamiento solitario antes de que la liberaran. Aunque el episodio la sacudió no se rindió.

Cuando el gobierno, asustado por la creciente intranquilidad de sus ciudadanos, dio el paso extraordinario de reconocer la existencia de escuadrones de la muerte en el Ministerio del Interior, Ebadi vio su oportunidad. Pidió una serie de archivos del ministerio relacionados con una serie de asesinatos perpetrados por estos escuadrones de la muerte. Leyó con horror los relatos sobre escritores, académicos y poetas asesinados en sus hogares por haber provocado la ira del Estado. Y entonces saltó de la página una frase que la heló. "La próxima persona que será asesinada es Shirin Ebadi."

La semana pasada volvió a Teherán, donde su libro no será publicado. ¿Qué es lo que la lleva a volver cuando, al igual que tantos de sus compatriotas, podría vivir una vida sin temor en Londres o París? Su respuesta desarma por lo simple: "Irán es mi país".

Por Matthew Campbell
Traducción de Gabriel Zadunaisky
© Sunday Times News Service

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