lunes, mayo 01, 2006

El Funámbulo

Funes es una palabrita latina que significa cuerda. De ahí viene el nombre de Funicular que se da al vehículo que se traslada por encima del valle o trepa por una montaña mediante un cable o una cuerda. Por eso también se llama Fonámbulo al acróbata que camina sobre una cuerda, muchas veces a bastante altura del suelo.

Una vez llegó a nuestro pueblo uno de estos personajes. Fue para una fiesta patronal. La plaza estaba llena de gente, incluso venida de otros pagos para participar en los festejos, o para ganarse unos pesos vendiendo ponchos, artesanías o comestibles. También el fonámbulo vino para brindar el espectáculo que todos esperaban como el principal número entre los muchos que se habían organizado con motivo de la fiesta. Con tiempo, desde la tarde anterior, se habían hecho los preparativos necesarios. Un largo cable partía desde la torre de la iglesia parroquial, y atravesando la calle a veinticinco metros de altura, iba a terminar en la azotea del palacio municipal. Mirando desde abajo, parecía imposible que una persona pudiera caminar a esa altura sobre el cable. Sólo pensarlo daba vértigo.

Llegada la hora, apareció el acróbata asomándose a la ventana de la torre, y pidiendo atención así a la multitud reunida allá abajo:

-Señores: voy a intentar caminar sobre este cable haciendo equilibrio con una larga vara que llevaré en mis manos. Pero necesito que ustedes me ayuden y me brinden su apoyo. La confianza de ustedes será la fuerza en la que me apoyaré para intentar esta hazaña, Por eso les pregunto si ustedes creen en mí, y si me tienen confianza de que yo pueda realmente hacerlo.

Todo el pueblo respondió con entusiasmo que sí. Lo apoyaban totalmente y lo animaban. Total –pensaron algunos- si te rompés el alma contra el suelo, serás vos y no nosotros el que sufra las consecuencias.

Apoyado en esta respuesta unánime y entusiasta, el funánbulo comenzó su caminata lenta y balanceándose pasito a paso, haciendo equilibrio con la larga vara que llevaba en sus manos. Todo el mundo contenía la respiración, y transpiraba por la emoción y la expectativa. Un gran suspiro de alivio un aplauso estruendoso acompañó el último paso del fonámbulo cuando éste finalmente hizo pie firme en la azotea del palacio municipal.

Pero el espectáculo no iba a terminar allí. Luego de unos minutos volvió a aparecer el personaje y tirando a un costado la vara con la que había hecho equilibrio, anunció que haría el mismo recorrido, pero a la inversa y caminando hacia atrás. Todo el mundo quedó consternado y expectante. Pero nuevamente hizo un pedido al público:

-Señores: comprendo que a ustedes esto les resulte difícil de creer. Pero yo sigo necesitando el apoyo de ustedes. Por eso les pido que todos los que creen y me tienen confianza se coloquen a mi derecha, y los demás se ubiquen a la izquierda del lugar sobre el cual yo deberé pasar.

Hubo un gran revuelo entre el público que se dividió en dos grupos: a la derecha estaban quienes aplaudían y vivaban alentando al funámbulo. Y a la izquierda los que guardaban un respetuoso silencio, temiendo lo peor. ¡Y sucedió lo mejor! Pasito a paso, y retrocediendo como pato atorado con tripa, el acróbata rehizo su camino marcha atrás y sin ayuda de la vara equilibrante. El entusiasmo del público que había optado por apoyarlo fue delirante cuando lo vio, finalmente, haciendo un gracioso giro, abrazarse con la meta alcanzada.

Pero entonces sobrevino la propuesta increíble. Porque el fonámbulo anuncio que haría un tercer recorrido, pero esta vez empujando sobre la cuerda, por delante suyo, una carretilla. Y anunció que esta vez se contentaría con el apoyo de una sola persona. Pero que el apoyo tenía que ser incondicional. Y preguntó si había entre los presentes alguien que se comprometiera a creerle en la posibilidad de caminar sobre la cuerda a veinticinco metros de altura empujando la carretilla.

Se hizo un formidable silencio. Cada uno miró a su vecino como preguntando qué opinaba sobre la propuesta. Y no faltó uno, que aunque no fuera más que por su deseo de singularizarse, levantó la mano y expresó a los gritos que el le brindaba todo su apoyo y creía en esa posibilidad.

-¿De veras me apoyás en esto? ¿Es cierto que no tenés dudas ni miedo en lo que me propongo hacer?

-Estoy plenamente con usted. No me caber la menor duda en que lo podrá realizar. ¡Ánimo y adelante! ¡Estoy en todo con usted!

-Si es así –dijo el fonánbulo complacido- vení y subite a la carretilla.

Partiendo de la experiencia de mis propias dudas y miedos, cada vez estoy más convencido de que la verdadera fe no es tanto creer en Dios. Más bien creerle a Dios. Mientras se trata de aceptar una cantidad de dogmas y un cierto contenido doctrinal, la cosa no tiene para mi mayores dificultades. Se me complica un poco más cuando el creer en Dios me obliga a optar por estar de un lado o de otro de mi gente. Pero lo que realmente me hace transpirar la fe y la esperanza, es cuando tengo que aceptarle al Señor Dios que disponga de mi vida y la comprometa en plenitud.

P. Mamento Menapace, osb, de “Cuentos Matizados”

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