jueves, agosto 10, 2006

Aborto

Marino: Uno de los temas más difíciles de enfrentar, sobre el cual siempre se nos pregunta, justamente por lo delicado y complejo, es el aborto. En Italia, el Estado ha regulado la materia, esforzándose por conjugar el principio de la autodeterminación de las mujeres con la libertad de conciencia de los médicos que pueden elegir la objeción.

En estos años, en Italia hemos podido constatar los efectos de la legislación sobre el aborto. Así como todos reconocemos que el aborto constituye siempre una derrota, nadie puede negar que la ley ha permitido reducir el número global de abortos y tener bajo control los abortos clandestinos, evitando poner en riesgo la vida de las mujeres expuestas a graves daños, como las perforaciones de útero provocadas al inducir el aborto. ¿Cuál es la posición de la Iglesia frente a casos extremos: el embarazo resultante de una violación, el de una adolescente de once o doce años, el de una mujer sin posibilidades económicas de criar un niño)? Si se admite el principio de la elección del mal menor y, como sugiere la Iglesia católica, el de confiar la decisión a la conciencia individual (conciencia perpleja: aquella condición en la que un hombre o una mujer a veces se encuentran cuando deben afrontar situaciones que hacen que el juicio moral sea incierto y difícil la decisión), ¿no sería éticamente correcto explicar abiertamente este punto de vista? ¿Y sostenerlo también públicamente?

Martini: El tema es muy doloroso y causa mucho sufrimiento. Ciertamente, en primer lugar, es necesario querer hacer todo cuanto sea posible y razonable por defender y salvar cada vida humana. Pero esto no quita que se pueda y se deba reflexionar sobre situaciones muy complejas y diversas que pueden ocurrir, y razonar buscando en cada caso lo que es mejor y sirve más concretamente para proteger y promover la vida humana. Pero es importante reconocer que la prosecución de la vida humana física no es en sí misma el principio primero y absoluto. Sobre este principio está el de la dignidad humana, dignidad que en la visión cristiana y de muchas religiones comporta una apertura a la vida eterna que Dios promete al hombre. Podemos decir que aquí está la definitiva dignidad de la persona. Pero incluso los que no comparten nuestra fe pueden comprender la importancia de este fundamento para los creyentes y la necesidad de tener razones de fondo para sostener siempre y en todo lugar la dignidad de la persona humana.
Las razones de fondo de los cristianos están en las palabras de Jesús, quien afirmaba que “la vida vale más que el alimento y el cuerpo más que el vestido” (cfr. Mateo 6, 25), pero exhortaba a no tener miedo “de los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma” (cfr. Mt 10, 28). La vida física debe ser respetada y defendida, pero no es el valor supremo y absoluto. En el evangelio según Juan, Jesús proclama: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque muera, vivirá” (Jn 6, 25). Y san Pablo agrega: “Porque estimo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (Rom 8, 18). Por tanto, hay una dignidad de la existencia que no se limita sólo a la vida física, sino que mira a la vida eterna.

Dicho esto, me parece que incluso en un tema doloroso como el del aborto (que, como usted dice, representa siempre una derrota) es difícil que un Estado moderno no intervenga al menos para impedir una situación salvaje y arbitraria. Y me parece difícil que, en situaciones como las nuestras, el Estado no pueda dejar de señalar una diferencia entre actos punibles penalmente y actos que no es conveniente perseguir penalmente. Esto no quiere decir, de ninguna manera, ‘licencia para matar’, sino solo que el Estado prefiere no intervenir en todos los casos posibles, pero se esfuerza por disminuir los abortos, impedirlos con todos los medios, sobre todo después de cierto periodo de tiempo desde el inicio del embarazo, y se esfuerza en disminuir todo lo posible las causas del aborto y en exigir las precauciones para que la mujer que decida, a pesar de todo, cometer este acto, en particular en los tiempos no punibles penalmente, no resulte gravemente dañada en lo físico y hasta con peligro de muerte. Esto sucede, en particular, como usted lo recuerda, en el caso de los abortos clandestinos, y entonces, considerando todo, es positivo que la ley haya contribuido a reducirlos y eventualmente a eliminarlos.

Comprendo que en Italia, con la existencia del Servicio Sanitario Nacional, esto comporte una cierta cooperación de las estructuras públicas con el aborto. Veo toda la dificultad moral de esta situación, pero en este momento no sabría qué sugerir, porque probablemente cada solución que se quisiera buscar comportaría aspectos negativos. Por esto el aborto es siempre algo dramático, que no puede de ninguna manera ser considerado un remedio para la sobrepoblación, como me parece que ocurre en ciertos países del mundo.

Naturalmente, no pretendo incluir en este juicio esas situaciones límite, extremadamente dolorosas y también quizás raras, pero que pueden presentarse de hecho, en las que un feto amenaza gravemente la vida de la madre. En estos y similares casos, me parece que la teología moral desde siempre ha sostenido el principio de la legítima defensa y del mal menor, aun cuando se trate de una realidad que muestra el dramatismo y la fragilidad de la condición humana. Por eso, la Iglesia también ha declarado heroico y ejemplarmente evangélico el gesto de aquellas mujeres que han elegido evitar cualquier daño a la nueva vida que llevan en su seno, aun al costo de perder la propia vida. Pero no puedo aplicar este principio de la legítima defensa y/o del mal menor a los otros casos extremos que usted ha planteado, ni me serviría del principio de la conciencia perpleja, que no sé bien qué significa. Me parece que incluso en los casos en que una mujer no puede, por diversos motivos, tener el cuidado de su niño, no deben faltar otras instancias que se ofrezcan para criarlo y cuidarlo. Pero, en todo caso, pido que sea respetada cada persona que, quizás después de mucha reflexión y sufrimiento, sigue su conciencia en estos casos extremos, incluso si decide hacer algo que yo no siento que pueda aprobar.

De la Revista Criterio de Julio 2006

No hay comentarios.: