jueves, agosto 10, 2006

El inicio de la vida

Martini: Estoy plenamente de acuerdo con sus premisas. Allí donde se crean, por el progreso de la ciencia y de la técnica, zonas de frontera o zonas grises, donde no es de inmediato evidente cuál sea el verdadero bien del hombre y de la mujer, de este individuo o de la humanidad entera, es una buena regla abstenerse ante todo de juzgar apresuradamente; y después, discutir con serenidad, a fin de no crear inútiles divisiones.

Pienso que podríamos iniciar una experiencia de diálogo con esas características, comenzando por el inicio de la vida y en particular por esa práctica, hoy cada vez más común, llamada ‘fecundación terapéuticamente asistida’ y por el destino de los embriones utilizados con este objetivo. Sobre esto hay no pocas divergencias de pareceres, imprecisiones de vocabulario e incertidumbres de orden práctico. ¿Puede aclarar un poco este punto?

Marino: Hoy es posible crear vida en una probeta mediante la fecundación artificial. Ante problemas de fertilidad en una pareja, la fecundación artificial puede servir al objetivo de completar esa familia con un hijo. No obstante, esta práctica se ha difundido en Italia y en muchos otros países del mundo sin una regulación prevista por la ley. La ciencia y sus aplicaciones médicas han progresado más rápidamente que la legislación y, por este motivo, ahora debemos hacer frente al problema de miles de embriones humanos congelados y conservados en los frigoríficos de las clínicas especializadas, sin que se haya decidido cuál deberá ser su destino.

La actual ley italiana, para evitar perpetuar la producción de embriones de reserva que no son utilizados, ha elegido una vía simplista: crear sólo tres a la vez e implantarlos todos en el útero de la mujer. En mi opinión, este número –si se razona sobre una base científica– debería ser flexible y determinado caso por caso, según las condiciones médicas de la pareja.

Pero la ciencia viene en ayuda para sugerir alternativas a la creación y al congelamiento de embriones. Existen tecnologías más sofisticadas que las usadas hoy, que prevén congelar no el embrión sino el ovocito en la etapa de los dos pronúcleos, es decir, en el momento en que los dos pares del cromosoma, el femenino y el masculino, están separados y todavía no se ha formado una nueva cadena del ADN.

En esta fase no es posible saber qué camino tomarán las células cuando comiencen a reproducirse: podrían dar origen a un bebé o dos gemelos monocigóticos. No hay embrión, no hay un nuevo patrimonio genético y, por lo tanto, no hay un nuevo individuo. Desde el punto de vista biológico no hay una nueva vida. ¿No podríamos pensar que tampoco existen desde el punto de vista espiritual? Y, por lo tanto, ¿la idea de seguir este camino dejaría de ser problemática para un creyente?

Martini: Entiendo cuánto angustian estos hechos a muchas personas, sobre todo a las más sensibles a los problemas éticos. Y, al mismo tiempo, estoy convencido de que los procesos de la vida, y por tanto también aquellos de la transmisión de la vida, forman un continuo en el cual es difícil individualizar los momentos de un verdadero y propio salto cualitativo. Esto hace que cuando se trata de la vida humana desde sus inicios, exista un gran respeto y una gran reserva frente a todo lo que, de alguna manera, la manipula o es capaz de instrumentalizarla.

Pero esto no quiere decir que no se puedan identificar momentos en los cuales no aparece todavía algún signo de vida humana definible individualmente. Me parece éste el caso que usted propone: el ovocito en el estadio de los dos pronúcleos. Aquí me parece que la regla general del respeto puede conjugarse con el tratamiento técnico que usted sugiere.

Me parece también que su propuesta permitiría la superación del rechazo a toda forma de fecundación artificial que está aún presente en no pocos ambientes, y causa una discrepancia dolorosa entre la práctica admitida comúnmente por la gente (y también sancionada por la ley) y la actitud —al menos teórica— de muchos creyentes. En todo caso, creo oportuno hacer una distinción entre fecundación homóloga y fecundación heteróloga. Pero me parece que un rechazo radical a toda forma de fecundación artificial está basado sobre todo en el problema de la suerte de los embriones. En la propuesta que usted ha ilustrado este problema podría ser superado.

De la Revista Criterio de Julio 2006

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