miércoles, agosto 09, 2006

Conurbano: once años con la tasa de pobreza arriba del 30%

Eso significa padres, hijos y hogares que no conocen otra condición de vida.

aona@clarin.com

Hace once años —desde octubre de 1995— que el índice de pobreza no baja del 30% en los partidos del conurbano bonaerense. El último dato oficial, lo sitúa en 37%.Más grave que ese promedio es la situación en La Matanza, Florencio Varela, Esteban Echeverría, Almirante Brown o cualquier otra zona del segundo cordón, el GBA 2. En estos once años, allí el índice estuvo casi siempre arriba del 40%.

Eso significa, lisa y llanamente, que ya existe un altísimo número de hijos pobres de padres pobres: igual que en otros lugares del país. O, si se prefiere, de hogares que no conocen otra condición de vida que ésa.

Podrá alegarse, ciertamente, que hubo épocas peores: los índices mayores al 60% que se habían registrado en octubre de 2002. O poner toda la culpa en las políticas de los 90. Pero la realidad canta, en números aproximados, que en el conurbano existen hoy unas 3,2 millones de personas que viven por debajo de la línea de pobreza, de las cuales cerca de 2 millones están en el GBA 2.La línea de pobreza está determinada por "el conjunto de necesidades alimentarias y no alimentarias consideradas esenciales". Y la representa una canasta básica calculada en 859 pesos.

Esos 859 pesos fue el salario mínimo que pidió la CGT, en las recientes negociaciones con los empresarios y el Gobierno: logró 760 ahora y 800 desde setiembre. Los fundamentos del planteo se vinculaban al costo de esa canasta, por lo demás muy básica.

Según el especialista Ernesto Kritz (El Cronista, 28 de julio), "la lógica del salario mínimo, como política activa de ingresos, es establecer un piso en la estructura salarial para proteger a las categorías más vulnerables de trabajadores". Suena a una regla social difícil de contradecir —más no de contravenir—, por mucho apego que se tenga por las formas del mercado.

El problema es que la política de ingresos activa que el Gobierno ha aplicado, a través de los sucesivos aumentos del mínimo, aún deja afuera, casi por completo, al enorme contingente de asalariados en negro o sometidos a condiciones laborales precarias: más de 4 millones de personas.

Allí es, precisamente, donde el rasgo dominante es la pobreza, aun cuando se tenga empleo. El salario en negro no llega a cubrir el 60% de la canasta básica y representa menos de la mitad del sueldo en blanco promedio.

Semejante desestructuración al interior de la fuerza laboral ha barrido con otra regla tradicional: que el trabajo en negro funcione como un amortiguador temporario para quienes quedan fuera del sistema formal.

Trabajo en negro significa, hoy, remuneraciones muy bajas e inestables, ausencia de derechos laborales esenciales, condiciones de vida precarias y, encima, riesgo permanente a quedar sin empleo. Hay quienes calculan que en este segmento la desocupación pasa el 20%.

Donde, si se quiere, se ha notado un cambio de tendencia es en sectores de clase media baja. Allí, en algunas capas de ingresos la pobreza, todavía muy alta, bajó a la mitad —entre 2003 y 2005— y en otras, prácticamente desapareció. Pero en los estratos inferiores de la pirámide la situación incluso empeoró: consecuentemente, siguen hundidos en la pobreza tanto o más que antes.

Así, la primera conclusión que salta a la vista es que estos 50 meses de crecimiento económico fuerte e ininterrumpido no han derramado frutos equitativamente. Otra, que para los sectores más desprotegidos la potencia de la recuperación no es ni parecido al impacto que les ocasionó la crisis. Y una tercera, pariente de las otras dos, es que, aún con sus cualidades, el actual modelo no alcanza para satisfacer las necesidades básicas de enormes capas de la población.

Suena evidente, entonces, la necesidad de instrumentar políticas específicas —entre ellas, la capacitación— de modo de incluir a millones de personas hoy en los márgenes del sistema. Y aun si se mirara esta película desde la platea, es bien sabido que la pobreza estructural y la exclusión suelen manifestarse de las maneras más indeseadas. La conclusión es que los grandes números de la macroeconomía lucen espléndidos, pero no para todos.

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