jueves, agosto 10, 2006

El fin de la vida

Martini: Creo llegado el momento de enfocar otra serie de problemas concernientes a la vida, y precisamente aquellos que se refieren a su final. Es necesario vivir con dignidad, pero, para esto, morir también con dignidad. Ahora, como usted sabe, aquí se plantean, sobre todo en Occidente, problemas muy graves.

Marino: Por cierto, usted está pensando antes que nada en la eutanasia, palabra en torno a la cual se crea siempre mucha confusión atribuyéndole diversos significados. Por eso, prefiero no hablar en abstracto, sino expresarme de manera muy concreta. ¿Se puede o no admitir que una persona induzca voluntariamente la muerte de otra, gravemente enferma y presa de dolores físicos devastadores, para aliviar este dolor? Frente a una situación irreversible en que la muerte es inevitable, sostengo que es absolutamente necesario suministrar fármacos como la morfina, que alivian el dolor y acompañan al enfermo con mayor tranquilidad en el paso de la vida a la muerte. Es lo que se hace, en estas dramáticas circunstancias, en los Estados Unidos. Yo mismo, aunque sufriendo, pues un médico querría siempre poder salvar la vida de sus pacientes, cuando trabajaba allí, decidí algunas veces suspender todo tratamiento. Es un momento doloroso para la familia y, le aseguro, también para el médico, pero es una honesta aceptación de que no se puede hacer nada más salvo evitar prolongar sufrimientos inútiles y lesivos de la dignidad del paciente. En este tema, por falta de una ley que regule la materia, si yo siguiera en Italia el mismo tipo de procedimiento podría ser arrestado y condenado por homicidio, cuando sólo se trata de no ensañarse con terapias sin sentido. En cambio, no estoy de acuerdo en administrar sustancias tóxicas para provocar un paro cardíaco y así inducir la muerte del enfermo. Y, si bien condeno el gesto, no estoy sin embargo tan seguro de que se pueda condenar a la persona que lo cumple. Doy un ejemplo: en un reciente filme ganador del Oscar, titulado One Million Dollar Baby, se describe el drama de una mujer reducida a un estado semivegetativo después de un grave accidente deportivo. Ella le pide a un hombre, la persona más significativa en su vida, que la ayude a poner fin a su sufrimiento físico y psicológico. Inicialmente el hombre se rehúsa, después acepta porque considera que hacerlo es un acto de amor extremo hacia el ser humano que más quiere. Aunque no llego a justificar la idea de la supresión de una vida, me pregunto: en situaciones similares, ¿cómo se puede condenar el gesto de una persona que actúa por petición de un enfermo y por puro sentimiento de amor? Y, por otra parte, ¿es lícito admitir el principio de no condenar a una persona que mata?

Martini: Estoy de acuerdo con usted en que nunca se puede aprobar el gesto de quien induce la muerte de otros, en particular si es un médico, que tiene como objetivo la vida del enfermo y no su muerte. Pero tampoco quisiera condenar a las personas que, por puro sentimiento de altruismo, realizan un gesto similar a pedido de una persona reducida a tal extremo, como tampoco a aquellos que en condiciones físicas y psíquicas desastrosas lo piden para sí mismos. Por otra parte, considero que es importante distinguir bien los actos que dan vida de aquellos que dan muerte. Estos últimos nunca pueden ser aprobados. Sobre este punto considero que debe siempre prevalecer aquel sentimiento profundo de confianza fundamental en la vida que, a pesar de todo, encuentra un sentido en cada momento de la existencia humana, un sentido que ninguna circunstancia por adversa que sea puede destruir. Sin embargo, sé que pueden venir las tentaciones de desesperación sobre el sentido de la vida y considerar el suicidio para sí o para otros, y por eso rezo en primer lugar por mí y después por los otros para que el Señor nos proteja a cada uno de nosotros de estas terribles pruebas. En todo caso, es importantísimo estar cerca de los enfermos graves, sobre todo en estado terminal, y hacerles sentir que se los quiere y que su existencia tiene, sin embargo, un gran valor y está abierta a una gran esperanza. En esto también el médico tiene una importante misión.

De la Revista Criterio de Julio de 2006

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