jueves, agosto 10, 2006

VIH y sida

Marino: La cuestión de la igualdad nos lleva a interrogarnos sobre problemas y enfermedades que afligen a millones de personas en todo el mundo, sobre todo en los países más pobres para los cuales la idea de igualdad sigue siendo un sueño muy lejano o una mera utopía. ¿Cómo no pensar de inmediato en el sida? Cerca de 42 millones de personas en el mundo son portadoras del virus VIH. Sólo en el 2005, según datos de agencias de la ONU, tres millones de personas murieron de sida mientras se registran cinco millones de nuevos infectados. El 60 por ciento de los portadores del virus vive en los países más pobres del África subsahariana, con una incidencia media en la población de entre el 5 y el 10 por ciento y que llega hasta el 25-30 por ciento en algunos países como Botsuana o Zimbabwe.

El VIH es la plaga de un continente que genera no solo enfermos sino también huérfanos, pobreza, imposibilidad de mejorar las condiciones de vida. En el mundo occidental, hoy el virus está bajo control gracias a los progresos en las terapias farmacológicas que permiten a un seropositivo llevar una existencia del todo normal, con una expectativa de vida parangonable a la de las personas no afectadas por el virus. Hasta hace unos pocos años, el costo anual en fármacos de una persona seropositiva giraba en torno de los diez mil euros, una cifra prohibitiva, que solamente podía ser sostenida por los países donde existía un sistema sanitario nacional. Hoy los precios, en régimen de competencia, han sufrido una caída, hasta llegar a mediados de 2003 a 700 euros para los fármacos de marca (producidos por las multinacionales farmacéuticas) y alrededor de 200 euros para los genéricos de fabricación india, brasileña y tailandesa. No obstante estos importantes pasos, en muchos países africanos el gasto per cápita en salud no supera los 10 dólares al año por lo cual, de hecho, está vedado el acceso a los fármacos y a las terapias para combatir el sida y el virus continúa difundiéndose.

Sabemos que el sida, en parte, se puede combatir con la prevención y el uso de los profilácticos. ¿Cómo puede ser aceptable no promover el uso del profiláctico para contribuir a controlar la difusión del virus? ¿Es o no es un deber de los gobiernos hacer opciones y tomar decisiones sobre este tema? Y, respecto de la doctrina oficial de la Iglesia católica, ¿no se trataría, por tanto, de optar por un mal menor y contribuir a la salvación de tantas vidas humanas?

Martini: Las cifras que usted cita provocan turbación y desolación. En nuestro mundo occidental es bastante difícil darse cuenta de cuánto se sufre en ciertas naciones. Habiéndolas visitado personalmente, he sido testigo de este sufrimiento, soportado por los más con gran dignidad y casi en silencio. Es necesario hacer todo lo posible para combatir el sida. Ciertamente el uso del profiláctico puede constituir en ciertas situaciones un mal menor. Después está la situación particular de esposos, uno de los cuales está infectado de sida. Éste está obligado a proteger a la pareja y ésta también debe poder protegerse. Pero la cuestión es más bien si conviene que sean las autoridades religiosas las que promuevan un determinado medio de defensa, casi como si se creyera que los otros medios moralmente sostenibles, comprendida la abstinencia, deberían ser puestos en segundo plano, corriendo así el riesgo de promover una actitud irresponsable. Una cosa es, por tanto, el principio del mal menor, aplicable en todos los casos previstos por la doctrina ética, y otra el sujeto a quien toca expresar tales cosas públicamente. Creo que la prudencia y la consideración de las diversas situaciones locales permitirán a cada uno contribuir eficazmente en la lucha contra el sida, sin con esto favorecer los comportamientos irresponsables.

De la Revista Criterio de Julio de 2006

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