miércoles, agosto 02, 2006

Es imperioso tener una estrategia

Por Pacho O´Donnell, para LA NACION

En algún momento de la evolución de la humanidad el neg-ocio ya no fue la desdorosa negación del ocio y el trabajo dejó de ser exclusividad de los esclavos. El atrayente lucro consiguiente se convirtió, entonces, en el motor del comercio y de la incipiente industrialización. Ello generó novedosas necesidades jurídicas, políticas y administrativas, que entraron en colisión con el orden feudal, provocando las revoluciones burguesas de los siglos XVII y XVIII, entre las que se destacó la Revolución Francesa.

Nacieron así los Estados nacionales modernos, derivados del principio de la propiedad privada, cuyo objetivo último era dar la base administrativa y política -y también la base militar, cuando se la considerara necesaria- para la protección y expansión del sistema protocapitalista. Han sido los poderes públicos los que garantizaron y garantizan las vías férreas, las rutas, los puertos y las centrales de energía indispensables. También garantizan la generación de un nutricio y dinamizante mercado propio: ejército, empresas estatales y coloniales, escuelas, hospitales.

El Centenario tomó a la Argentina en un mundo en el que predominaban las nacionalidades, en el que las comunicaciones más avanzadas se hacían a través del telégrafo, en el que el dinero tenía la materialidad del papel o del metal, en el que los países poderosos dominaban a los débiles a través de la colonización directa o de la dependencia económica.

El Bicentenario, en cambio, tendrá lugar en un mundo en el que la expansión de las empresas transnacionales ha arrasado con los límites territoriales, a pesar de lo cual siguen necesitando y exigiendo la protección de los Estados nacionales. El capital financiero representa actualmente el noventa por ciento del circulante, lo que se constituye en una fuente de graves desequilibrios y conflictos.

La forma y velocidad con que circula este caudal desmesurado por los sistemas informáticos, mediante una serie de complejas transacciones en las que el dinero ni siquiera se apoya en soporte material, metal o papel, han generado una economía intangible, hipersimbólica. El dinero consiste hoy en impulsos electrónicos, en bits, con lo que arrebata su control de los humanos en tal medida que si las computadoras en el mundo se detuvieran por treinta segundos la economía mundial colapsaría. Lo cierto es que los gobiernos hoy carecen de poder para regular la actividad industrial, comercial y financiera planetaria y los organismos internacionales creados funcionan a favor de ésta, como fue claro en los años noventa con el FMI y el Banco Mundial.

Esta inoperancia funcional de la política como otorgadora de servicios de bienestar y de felicidad ha sido una de las causas, además de la corrupción, de la rabiosa crítica de nuestra población a sus representantes.

En un trabajo reciente, la profesora M. J. Regnasco revela que las empresas transnacionales tienen hoy una envergadura que no desmerece en la comparación con los propios países. General Motors factura por año 180.000.000.000 de dólares, casi el equivalente de toda la economía de la Argentina. DaimlerChrysler, con 154.000.000.000, supera el producto bruto de Noruega.

El cuarenta por ciento del llamado comercio mundial consiste en operaciones entre filiales de esas empresas. El ochenta y siete por ciento de estas empresas pertenecen al Grupo de los Ocho, los países más ricos, y sus ingresos combinados son un cincuenta por ciento mayor que el PBI estadounidense y diez veces mayor que el PBI de toda América latina.

Paradójicamente, esta hiperconcentración hace que la economía del mercado supuestamente libre se parezca cada vez más a la economía centralizada y planificada, esta vez no por el Estado comunista, sino por el interés privado. Hoy el mercado poco tiene de la "mano invisible" reguladora que postulaba Adam Smith, tendiente al equilibrio y al bienestar de los ciudadanos. En cambio, apunta hacia la máxima concentración del capital generado por las megaempresas que se fusionan, emplean tecnología en gran escala y transnacionalizan la producción, buscando abaratar los costos.

Los teóricos del neoliberalismo aducen que la globalización promueve la democratización debido al uso de Internet por ahora gratuito, a la apertura de los mercados, a los medios de comunicación planetarios. Pero según el financista George Soros la economía neoliberal globalizada es un imperio cuya expansión no es geográfica, sino extraterritorial. Su función es económica, pero a medida que se expande penetra en otras áreas, como la cultura, la política y la educación. Para Soros, tiene un centro no delimitado geográficamente, pero que no deja de ser un centro, pues a él fluyen los capitales (en Nueva York, en Londres, en Tokio o en algún paraíso fiscal). En este imperio de última generación, sus súbditos -nosotros- estamos sometidos a sus intereses, pero sin saberlo. En cambio, en otras épocas el poder se imponía por la violencia. Por ejemplo, con los latigazos del amo al esclavo. Más tarde, durante el industrialismo, el medio fue el dinero, la coerción del salario para el control del tiempo de producción (fordismo, taylorismo).

Hoy el sometimiento se ejerce a través del control del deseo del cliente. Lo que se busca no es sólo el dominio sobre el cuerpo y el tiempo del trabajador, como en etapas anteriores, sino el control de la mente del consumidor, el "saqueo" de su deseo personal y su reemplazo por el deseo del sistema para que, así, participe de la demencial espiral de oferta y demanda, necesaria para el crecimiento ilimitado de la sociedad de consumo.

Para ello, el neoliberalismo de hoy genera una inversión de los medios y los fines del capitalismo original, pues ya no se produce para satisfacer las necesidades, sino que el objetivo de las transnacionales es "producir necesidades" en el nivel industrial. Baudrillard escribió: "No hay necesidades sino porque el sistema las necesita".

La dificultad de conectarse con el propio deseo, es decir, funcionar con la identidad personal, con mi yo propio, se realimenta por el hecho de que siendo esas "necesidades" superficiales y desviadas, inevitablemente conducen a la frustración, lo que, perversamente, volverá a despertar el hambre de consumo. Una consecuencia de ello es la endemia de enfermedades depresivas, cuya raíz está en el debilitamiento o la muerte del deseo a raíz de su ejercicio al servicio de lo ajeno. Asimismo, los frecuentes ataques de pánico se deben a que las redes de la identidad se debilitan y no pueden contener los impulsos primarios, que, así, emergen catastróficamente. Todo indica que el próximo paso no será ya el control del cuerpo, del tiempo o del deseo, sino el control genético.

Lo cierto es que hoy el sistema productivo-económico-financiero está descontrolado. La política no lo conduce. Los directivos de las empresas transnacionales tampoco pueden torcer su rumbo y se limitan a seguir la orientación del mercado. Su tiempo, imperceptible para la posibilidad humana, se mide en millonésimas de segundo, que es la velocidad de las transmisiones digitales. Ese descontrol está alimentado por los monopolios, los lobbies , las corporaciones, la protección estatal, la evasión impositiva.

También los subsidios, que violan el libre juego del mercado cuando les conviene a los poderosos (los agrícolas suman 360.000.000.000 de dólares). También se desvían fondos fuera de los límites del mercado legítimo: el narcotráfico mueve 500.000. 000.000 de dólares, el tráfico de armas, 900.000.000.000. Además, están los préstamos internacionales basados en la corrupción, que hicieron estragos en la Argentina. Nadie puede desmentir a Soros cuando afirma: "El mercado de hoy no es un péndulo de equilibrio, sino una bola de demolición". No sólo por lo apuntado, sino también por la destrucción del medio ambiente.

Un informe elaborado por el Pentágono -silenciado por el gobierno de EE.UU. pero revelado por The Observer- advertía que los cambios climáticos de los próximos 20 años, debido a la contaminación, podrán producir una catástrofe mundial que significa una amenaza a la estabilidad planetaria y "eclipsa la amenaza del terrorismo, constituyéndose en un problema de seguridad nacional para los Estados Unidos". Las consecuencias de ese descontrol son la miseria, la elevada mortalidad infantil, el analfabetismo, las enfermedades endémicas.

De allí que la sociedad del siglo XXI se parece siniestramente a la sociedad feudal: un núcleo opulento rodeado de un vasto anillo de miseria. La Argentina llegó al primer Centenario bajo los gobiernos de una elite que manejaba los destinos del país desde el Club del Progreso o el Jockey Club, pero que había logrado integrarse a la economía y a la cultura internacional y hacer de la Argentina uno de los países más ricos y promisorios del mundo.

Cien años después, en mayo del 2010, seguramente habrá inauguraciones, festivales, discursos, desfiles, concursos, y mucho más, pero el verdadero homenaje al Bicentenario debería ser tener una estrategia para este mundo de altísima complejidad que he tratado de describir en estas líneas. No parece serlo un Mercosur que se desgarra en conflictos internos y que pretende suturarlos con la babelización, incorporando a un Castro y a un Chávez de proyectos políticos diferenciados y comprometedores.

Alvin Toffler escribió algo que debería servirnos de señal de alarma: "Es necesario tener una estrategia para el mundo actual. Si no se la tiene es seguro que uno pertenece a la estrategia del otro". Me temo que eso es lo que hoy nos sucede.

Entre los libros más recientes del autor se cuentan Historias sagradas y Los héroes malditos (Sudamericana).
http://www.lanacion.com.ar/827777

No hay comentarios.: