martes, marzo 21, 2006

La conquista de la Capital

Los presidentes -lo mismo que los países según el dictamen de Otto von Bismarck-, no tienen amigos permanentes sino intereses, razón por la que el destino de Aníbal Ibarra fue decidido en el momento en que Néstor Kirchner calculó que le serían excesivos los costos políticos de defenderlo con el vigor que hubiera sido necesario para salvarlo de la hoguera. Aunque la mayoría de los porteños no querían que fuera destituido el intendente, si Kirchner lo hubiera apoyado con más firmeza, pudiera haberse visto convertido él mismo en el blanco principal de la ira de aquellos familiares de las víctimas del incendio en Cromañón que reclamaban la cabeza del hombre que a su entender era el responsable político de la catástrofe y por lo tanto tendría que ser sacrificado. Puesto que no hay nada que el presidente teme más que enfrentarse con gente incontrolable, optó por alejarse del escenario, de este modo manteniéndose fiel a la estrategia del mutismo enigmático que eligió cuando se enteró de que Buenos Aires acababa de sufrir lo que fue con toda probabilidad el peor desastre civil de toda su historia. A pesar de su fama de ser un peleador nato, Kirchner no tiene intención alguna de enemistarse con quienes dicen expresar el sentir popular, de ahí no sólo su negativa a involucrarse en el drama de Cromañón sino también su pasividad frente a los asambleístas de Gualeguaychú que se han encargado de fijar la política nacional hacia Uruguay y a los piqueteros que durante años han actuado como si fueran los dueños de las calles de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Con todo, merced a su costumbre de ensañarse con los malhechores de turno, sean éstos jueces menemistas, militares casados con mujeres de opiniones decididas, economistas ortodoxos, supermercadistas o ganaderos, Kirchner no es considerado un presidente débil sino que, por el contrario, los más lo creen uno que es muy pero muy fuerte. ¿Lo es? Para saber la respuesta a este interrogante, tendríamos que ver cómo manejaría una situación en la que se viera obligado a chocar con sectores capaces de organizar manifestaciones multitudinarias que cuentan con la simpatía de buena parte de la opinión pública. Hace un par de años, la irrupción de Juan Carlos Blumberg en plena Capital Federal pareció estar por plantearle un desafío de este tipo, pero con su astucia habitual Kirchner aseguró que no hubiera ninguna confrontación directa entre él y el empresario. Andando el tiempo, la clase media porteña perdería interés en el blumberguismo que, para alivio del gobierno nacional, no tardaría en apagarse luego de haberse anotado algunos logros en la Provincia de Buenos Aires. Así y todo, aquel episodio sirvió para recordarle a Kirchner que los porteños son distintos de sus compatriotas del resto del país y que por lo tanto hay que manejarlos con mucho cuidado.Entre las particularidades más notables de los porteños se encuentra su escaso entusiasmo por el peronismo. En circunstancias determinadas, un candidato como el riojano Erman González puede congraciarse con ellos, pero por lo general fracasan de manera patética los esfuerzos por establecerse en la Capital del movimiento que es hegemónico en amplias zonas del interior. Aunque el rosarino Rafael Bielsa parecía ideal para el distrito, el año pasado no pudo hacer mucho en su lucha triangular contra Mauricio Macri y Elisa Carrió. ¿Tendrá mejor suerte el próximo contendiente del peronismo o, si se prefiere, del Frente para la Victoria? Los kirchneristas ya están barajando una lista de oficialistas presentables que incluye al ministro de Educación, Daniel Filmus, al vicepresidente Daniel Scioli y hasta al ex ministro de Economía, Roberto Lavagna, que a su juicio poseen el perfil adecuado, es decir, son individuos tranquilos, inteligentes y es de suponer honestos. Otro aspirante es el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, pero la verdad es que pocos darían mucho por sus posibilidades porque se asemeja demasiado a un político peronista tradicional. Mucho dependerá de lo que haga el nuevo intendente o, según la fórmula más pomposa usada para calificar al dignatario, jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el peronista todoterreno Jorge Telerman. Si bien Telerman da a entender que quiere cumplir su papel en "el proyecto" de Kirchner, que con ingenuidad progre cree tiene algo que ver con la redistribución de la riqueza y la lucha contra la pobreza, por ahora al Presidente no le gustaría que los porteños creyeran que los gobernaba un kirchnerista cabal. Claro, si los porteños se sienten satisfechos de la gestión de Telerman, la actitud de Kirchner hacia el sucesor de Ibarra se modificaría y lo honraría con su "amistad", pero en el caso de que ocurriera un nuevo desastre atribuible, aunque sólo fuera formalmente, a las deficiencias administrativas de su equipo, no vacilaría un solo minuto en abandonarlo a su suerte. Mal que bien, aun cuando se tratara de un dechado de lealtad, ningún presidente puede permitir que las vicisitudes ajenas le ocasionen problemas graves, y nadie ha acusado a Kirchner de preocuparse en exceso por las tribulaciones de los que, por su parte, lo siguen porque quieren aprovechar su popularidad actual. Aunque la palabra "lealtad" figura en un lugar muy destacado en el léxico de los llamados políticos de raza, la valoran tanto porque saben que es muy difícil encontrarla.
Como es natural, al iniciar su nuevo trabajo Telerman se comprometió a construir algo digno "sobre las ruinas de Cromañón, sobre los vicios y las flaquezas de un Estado y una sociedad que lo hicieron posible", y sorprendió gratamente diciendo que inauguraría un período signado por el consenso y por la cooperación de todos, pero no le será nada fácil cumplir con su promesa de impedir que las funciones ejecutivas sigan siendo "un botín político" para que en adelante sean "el asiento de los mejores y más honestos profesionales". Para lograrlo, Telerman tendría que impulsar una reforma integral de la administración pública de su jurisdicción, una empresa que sería resistida por políticos de todas las facciones y por los sindicalistas que, sin equivocarse, la denunciarían por "elitista". Es que si bien en algunos países, entre ellos Francia y el Japón, se da por descontado que el "servicio civil" tiene que estar en manos de una especie de mandarinato conformado por los mejores disponibles seleccionados por si idoneidad, en la Argentina lo normal es suponer que por razones de "justicia social" debería brindar empleos poco exigentes a quienes conforman la clientela de los políticos locales más influyentes. Cambiar este estado de cosas es urgente desde hace mucho más de medio siglo, pero ningún gobierno, ni siquiera uno militar, se ha animado a intentarlo en serio.Todos los distritos son sui géneris, pero la Capital lo es más que cualquier otro por una razón muy sencilla. Aunque fue golpeada con ferocidad por la gran crisis de 2001 y 2002, cuenta con un ingreso per cápita que es más de diez veces más alto que el de una provincia como Santiago de Estero. De independizarse, sería una parte alicaída del Primer Mundo, mientras que buena parte del resto del país está hundida en el Tercero. No extraña, pues, que en muchos sentidos los porteños tengan más en común con los habitantes de las grandes urbes de Europa y América del Norte que con la mayoría de sus compatriotas cuyo nivel de vida es equiparable con el del Medio Este o el Norte de África. Al igual que los parisinos y neoyorquinos, los porteños propenden a ser progresistas quejosos e irónicos que se resisten a ser tratados como si fuera carne de cañón del movimiento político más poderoso de turno, motivo por el que los peronistas, cuyos éxitos electorales dependen de la "lealtad" de los habitantes del conurbano deprimido y de las provincias más atrasadas, a menudo se sienten incomprendidos cuando tratan de importar sus métodos a la metrópoli. A los porteños no suele agradarles los gobiernos nacionales prepotentes. Por lo tanto, ciertas actitudes de Kirchner que caen bien en el conurbano bonaerense no lo ayudan en la Capital. Será por eso que su dominio del lenguaje progresista no ha sido suficiente como para convencer a los muchos porteños que comparten los sentimientos así supuestos de que es un representante auténtico de la "centroizquierda" y que por lo tanto merece su respaldo. En cuanto a los demás, los "independientes" y los tentados por la "centroderecha", les preocupa el coqueteo de Kirchner con personajes como Hugo Chávez y su voluntad de tolerar la presencia constante de sujetos encapuchados armados de garrotes que son vistos como invasores. A menos que consiga persuadirlos de que la seguridad ciudadana figura entre sus prioridades, tanto ellos como los progresistas escépticos no le permitirán hacer de la Capital un baluarte kirchnerista.

Por JAMES NEILSON, para Noticias del 21.03.06

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