viernes, marzo 24, 2006

La trampa de la desigualdad

Por Alieto A. Guadagni, para LA NACION

América latina tiene un récord del cual no se puede enorgullecer: es la región que registra los niveles más altos de desigualdad en la distribución del ingreso entre todas las regiones del mundo. Es donde los menos tienen más y, simultáneamente, donde los más tienen menos. Una sola comparación basta para poner en evidencia el alcance de la desigualdad en América latina: si el ingreso se distribuyera como en el sudeste asiático, la pobreza se reduciría a menos de la mitad.

Durante la vigencia del Consenso de Washington se relegaron las cuestiones distributivas, ya que el esfuerzo reformista se concentró en cuestiones de pura “eficiencia”. Probablemente haya incidido en esto la creencia que sostenía que en las etapas primeras del desarrollo económico la reducción de la desigualdad era incompatible con el crecimiento. Esta creencia apelaba a las investigaciones que durante la década del 50 había realizado Kuznets. Esta posición, además, aceptaba las postulaciones de Kaldor, quien, también en la década del 50, advertía sobre el riesgo de que algunas redistribuciones del ingreso impactaran negativamente sobre la acumulación capitalista si reducían el nivel de ahorro e inversión.

Nadie rechazaba las cuestiones distributivas, pero la creencia de muchos difusores del Consenso de Washington era que los mercados “eficientes” aseguraban, necesariamente, la equidad, al menos en el largo plazo. Ahora resulta evidente que los pobres no se benefician ineludiblemente con el crecimiento o que tendrían que esperar mucho tiempo, salvo que las políticas que fortalecen a los mercados “eficientes” estuvieran acompañadas por eficaces políticas sociales.

Además, el crecimiento asiático ha demostrado que las políticas igualitarias pueden ayudar al crecimiento. Pobreza más desigualdad puede, incluso, ser una receta eficaz para congelar el futuro ritmo de crecimiento. Se genera así un círculo vicioso, ya que el propio abatimiento del crecimiento impediría, además, reducir la pobreza y disminuir la desigualdad. Como el 90 por ciento de los niños pobres no finaliza el ciclo secundario, es evidente que existe un enorme despilfarro de recursos humanos, correspondiente a jóvenes potencialmente capaces y talentosos. Así no sólo se consolida la exclusión, sino que, además, se impide el crecimiento económico.

Existe una gran desigualdad de las oportunidades asociadas con el hecho de nacer en un hogar de determinado nivel económico. Quien nace en un hogar pobre carga con una desventaja sustancial, que va mucho más allá de su capacidad natural e incluso del esfuerzo y empeño que pueda poner en juego para su futuro progreso. Menores posibilidades educativas, asistencia sanitaria insuficiente, inadecuada nutrición y carencia de contención familiar constituyen una carga abrumadora para quien quiera escapar de un futuro signado por la marginalidad social.

La equidad en la distribución del ingreso está asociada a la equidad en la distribución del capital humano, porque es justamente la retribución a este capital, cuyo valor depende de la incorporación de conocimientos por medio de la educación, el único tipo de ingreso para quienes carecen de activos financieros o inmobiliarios. Si se pretende mejorar las condiciones de vida de los más pobres, las propuestas no pueden agotarse en la cuestión del ingreso de las familias.

En la economía moderna, el ingreso es la retribución por la utilización de alguna forma de capital, siendo el capital humano un ingrediente fundamental en esta ecuación. Para hacer más equitativa la distribución del ingreso es ineludible comenzar por hacer más equitativa la distribución del capital humano. Se torna, así, coherente la disminución permanente de la pobreza con la expansión de la capacidad productiva de la economía.

La clave consiste en generar iniciativas para que los grupos de menores ingresos puedan acumular rápidamente capital humano como única vía eficaz para escapar de la pobreza. De lo que se trata es de aumentar la capacidad de los pobres para obtener mejores ingresos, y que éstos sean permanentes.

La vulnerabilidad social está directamente relacionada con la educación: las personas con menores niveles de educación enfrentan condiciones más adversas en el mercado laboral, perciben menores ingresos y experimentan deficiencias en la atención de su salud. Estas condiciones retroalimentan y potencian sus desventajas, dando lugar a la reproducción intergeneracional de la pobreza.

El aumento en el nivel de educación –más permanencia en la escuela y mayor calidad en la enseñanza– se traducirá en mejoras en las condiciones laborales de los grupos más vulnerables. Como en la gran mayoría de los casos, en América latina la única opción de los pobres es la escuela pública. Su fortalecimiento es clave para abatir la exclusión social. En síntesis: hace falta consolidar un sistema educativo para la justicia social.

http://www.lanacion.com.ar/791309

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