jueves, noviembre 10, 2005

El gran desafío, por Bernardo Kliksberg, para LA NACION

WASHINGTON Martin Luther King planteó un desafío al género humano: "A través de nuestro genio científico hemos convertido al mundo en un vecindario. Ahora, a través de nuestro genio espiritual y moral, debemos convertirlo en una hermandad". Dos inquietantes informes recientes demuestran que el planeta está muy lejos de ello. El informe anual del Banco Mundial, "Equidad y desarrollo", y un agudo y riguroso informe de la ONU, "El dilema de la desigualdad", conducido por José Antonio Ocampo. El Banco Mundial muestra que mientras que sólo el 0,5 por ciento de los niños que nacen en Suecia mueren antes de cumplir un año, en Bolivia son el 7,3 por ciento y en Mozambique, el 15 por ciento.

A la distancia entre naciones se suman las brechas en su interior. Mientras que en El Salvador la mortalidad infantil es del dos por ciento entre los chicos de madres educadas, la cifra sube al 10 por ciento en el caso de las madres sin educación. Por su parte, en Brasil la mortalidad infantil es del 2,8 por ciento en el 20% más rico de la población y del 8,3 en el 20% más pobre. La ONU informa que el 80 por ciento del producto bruto mundial pertenece a los mil cien millones de personas del mundo desarrollado. Los cinco mil millones de los países en desarrollo sólo tienen el veinte por ciento. Advierte: "El fracaso en enfrentar estas desigualdades va a hacer que la justicia social y el mejoramiento de las condiciones de vida para todas las personas sean elusivas y que las comunidades, los países y las regiones permanezcan vulnerables a la inestabilidad social, política y económica".

En similar sentido, plantea sobre América latina Carlos Jarque (gerente de Desarrollo Social del BID, institución que produjo informes pioneros sobre desigualdad): "Los conflictos distributivos que caracterizan a sociedades con altos niveles de desigualdad, al combinarse con sistemas políticos frágiles, llevan a instituciones públicas y sistemas legales débiles, a políticas ineficientes y a bajos niveles de inversión, particularmente en capital humano".

La tendencia es muy preocupante: la iniquidad mundial empeoró en los últimos 25 años. En 1980, el producto bruto per cápita del Africa subsahariana era el 3,3% del de los países ricos y, en 2001, sólo el 1,9 por ciento. El producto bruto de las regiones mediooriental y norte de Africa cayó del 9,7 al 6,7 por ciento. El de América latina bajó del 18% al 12,8 por ciento. La brecha social planetaria cobra vidas a diario. Cinco millones de niños mueren anualmente en los países en desarrollo por desnutrición, en un mundo donde el problema no es la escasez de alimentos.

Según la ONU, desde los 70 la producción mundial de alimentos se triplicó y el precio de los cereales más consumidos cayó un 76 por ciento. Hay un stock de alimentos superior al que se necesita para alimentar a la población mundial y se producen alimentos de bajo costo en cantidades suficientes para satisfacer el crecimiento demográfico. No hay excusa posible. Sin embargo, 852 millones de personas tienen hambre. Ello es intolerable éticamente y tiene graves consecuencias económicas.

La FAO estima que si el hambre continúa en los niveles actuales los países en desarrollo seguirán perdiendo por año 500.000 millones de dólares en productividad e ingresos por muertes prematuras y enfermedades inhabilitantes. Tampoco tiene excusas que dar a luz signifique hoy un alto riesgo. El riesgo de morir es de uno sobre 65 partos en el mundo en desarrollo. En el mundo desarrollado, es de sólo uno en 2800. El 75% de las madres rurales de Guatemala no tienen asistencia médica durante el embarazo. Lo mismo sucede con el 88% de las madres rurales de Haití y con el 72% de las de Perú.

La falta de oportunidades reales para todos es el gran impulsor de las gigantescas migraciones actuales. Entre otros, diez millones de latinoamericanos emigraron en la última década. El papa Benedicto XVI destacó recientemente los sufrimientos humanos resultantes, señalando la necesidad de apoyar a esos inmigrantes que viven en "condiciones precarias y afrontan dificultades en un contexto cultural distinto".

Los informes del Banco Mundial, la ONU y el BID demuestran categóricamente que la elevada desigualdad es central en la pobreza persistente que agobia a América latina y a otras regiones. Si hay mucha desigualdad, el crecimiento económico –desde ya, absolutamente imprescindible– no logra reducir la pobreza extrema. Según el Banco Mundial, a bajos niveles de desigualdad, un uno por ciento de aumento en los ingresos promedio lleva a un cuatro por ciento de reducción de la indigencia. Si, en cambio, la desigualdad es alta, la incidencia en la pobreza es casi cero. En cambio, cuando se mejora la igualdad de oportunidades la situación cambia. En Costa Rica, con servicios públicos universales gratuitos de salud y educación y baja desigualdad, a pesar de que el producto bruto per cápita es la doceava parte del de EE.UU., la esperanza de vida es igual.

El informe de la ONU propone cuatro áreas de trabajo para enfrentar la desigualdad, muy relevantes para América latina: "Primero, encarar el problema de las asimetrías sociales generadas por los procesos de globalización. Segundo, incorporar la meta de reducir la desigualdad de modo explícito en las políticas y los programas de reducción de la pobreza. Especialmente, posibilitar el acceso de los pobres a activos y oportunidades. Tercero, dar prioridad a la expansión de oportunidades de empleo, generando trabajos decentes en donde la protección social y la dignidad estén garantizadas. Cuarto, promover la integración y la cohesión social como pilares del desarrollo, la paz, y la seguridad, posibilitando la real integración de todos los grupos y dando particular atención a grupos discriminados, como los pueblos indígenas y las personas discapacitadas".

¿Es utópico pretender que el mundo sea más equitativo y se eviten tantas muertes gratuitas y tanto sufrimiento? No parece. El Banco Mundial subraya que la mayoría de las personas "considera que esas enormes disparidades violan su sentido de la justicia". Destaca que esto "coincide con las enseñanzas de la mayoría de las filosofías políticas y con el sistema internacional de derechos humanos". Alesina, Di Tella y MacCuloch (Harvard) han encontrado estadísticamente que "los individuos tienden a verse menos felices cuando la iniquidad es grande". No es extraño. Valores como la equidad, la solidaridad y la justicia son pilares de la gran mayoría de las religiones y búsquedas espirituales del ser humano.

En realidad, lo utópico es creer que se pueden tener sociedades con brechas sociales tan enormes, sin que eso lo paguen todos con tensión, inestabilidad, inseguridad, ansiedades múltiples y grados considerables de infelicidad. Bernardo Kliksberg es autor de Más ética, más desarrollo y Valores éticos y vida cotidiana , entre otras obras.

http://www.lanacion.com.ar/754650

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