Melones sin semillas, por Mamerto Menapace, publicado en Madera Verde, Editorial Patria Grande.
Nemesio le gustaban los melones. Cuando, de visita en un rancho era convidado con un buen melón, no omitía el ritual de pedir semillas de esa variedad a fin de sembrarlas en su chacrita.
De esta manera había conseguido no sólo almacenar cuanta especie de melón hubiera aparecido por la zona, sino también conseguir algunas variedades nuevas, gracias a los cruces hechos por él mismo con distintas especies.
Pero como para el que busca nunca faltan motivos de asombro, llegó un día que se topó con algo realmente increíble. Le regalaron un sabroso ejemplar de melón sin semilla. Al principio quedó perpejlo. No podía negar que aquello fuera un melón. Y desde el momento que existía, tendría que haber nacido. De ahí a proponerse producir la variedad no hubo más que la distancia de una decisión.
Y Nemesio aquel año se propuso destinar toda la superficie de su chacrita a producir esa nueva variedad tan original de cucurbitácea. Aró todo su terreno, y prolijamente desarraigó de él los rizomas de las gramillas. Con el rastrillo emparejó y desterronó lo arado, y finalmente midió las distancias a fin de ubicar los surcos. De punta a punta trazó las líneas rectas como renglones de un cuaderno.
Cuando tuvo todo preparado, comenzó la verdadera tarea. Colocándose en la cabecera del primer surco, abrió con la punta del pie un pequeño hoyo en la tierra, y metiendo la mano en el bolsón que formaba con el poncho, hizo ademán de sacar algo que simuló colocar delicadamente en el hoyito. Luego se incorporó un poco, y con el borde de la zapatilla volvió a colocar la tierra en su lugar, apisonándola suavemente con la planta del pie.
Dos pasos más adelante realizó la misma operación con idéntica meticulosidad, y repitiendo los gestos habituales en la siembra de melones. Sólo que en esta especialísima circunstancia había un detalle omitido: la semilla. Y así recorrió toda la extensión del surco, y de la misma manera la de todos los demás. Una jornada entera le llevó el trabajo. Trabajo prolijamente realizado. Precisión y destreza se derrochaban por igual.
Lo único que faltó fue la semilla. Y bastó ese solo detallito para que aquel año Nemesio se quedara sin melones. Porque para conseguir lo que pretendía, Nemesio había ingenuamente creído que se le exigía realizar todo el esfuerzo de la siembra, suprimiendo simplemente aquel elemento.
Cuando recuerdo a Nemesio, siempre me vienen a la memoria aquellos que pretenden conseguir frutos del apostolado realizando un enorme esfuerzo, pero se olvidan de la oración.
viernes, noviembre 18, 2005
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