viernes, noviembre 11, 2005

Los Estados Unidos, según Pellegrini, por María Sáenz Quesada, para LA NACION

La reciente Cumbre de las Américas en Mar del Plata ha puesto en evidencia la dificultad de encontrar consensos entre los países que integran el Mercosur y los Estados Unidos. El acceso de ese país al rango de primera potencia mundial ha contribuido a profundizar desencuentros que se remontan al siglo XIX, sea por razones de liderazgos en la región o por el carácter competitivo de sus respectivas exportaciones.

Cuando comenzaba el siglo XX, las diferencias entre el Norte y el Sur no eran tan notorias. Por esa época, noviembre de 1904 y enero de 1905, el presidente argentino Carlos Pellegrini visitó Estados Unidos y relató su experiencia en seis cartas dirigidas a LA NACION (Agustín Rivero Astengo, Pellegrini, Obras). Dichas cartas sintetizan su visión del crecimiento comparado de las dos naciones que habían consolidado su crecimiento gracias a sus praderas fértiles y a la afluencia de inmigrantes. “Para un argentino que viaja por Estados Unidos, todo lo que ve y observa provoca inmediatamente un juicio comparativo entre este pueblo y el nuestro. Es que estamos examinando lo que reputamos nuestro modelo: es que nuestro ideal nacional es ser mañana lo que este pueblo es hoy y ocupar algún día en el planeta la situación que él ya ha conquistado.”

¿Cómo acercarnos con la mayor rapidez posible al fin anhelado?, se pregunta. “El Gringo” Pellegrini compartía con sus amigos de la llamada generación de 1880 la confianza en el futuro argentino y la preferencia por la cultura europea. Pero coincidía con Sarmiento al considerar al modelo norteamericano el más adecuado para los países sudamericanos. Siendo un joven diputado nacional del Partido Autonomista, había propuesto en la Cámara algunas medidas de protección a la industria tomadas de ese ejemplo.

Cuando visitó Estados Unidos por primera vez, en 1883, su carrera política estaba empezando. En este segundo viaje, su situación era la de un opositor al sistema del gobierno de los “notables”, que él había contribuido a establecer. Los desencantos políticos habían agudizado su percepción de los factores que frenaban el crecimiento de la Argentina y de los que impulsaban el desarrollo colosal de Estados Unidos. ¿Podía deberse la visible diferencia entre el crecimiento de ambos países a la superioridad étnica de la raza anglosajona sobre la latina? “El Gringo”, que tenía sangre inglesa por el lado materno, descartaba de plano tal hipótesis.

Por entonces, la base ideológica que sustentaba al presidente republicano Teodoro Roosevelt (1901-1909) era precisamente la de esta supuesta superioridad: el pueblo de Estados Unidos era el elegido por Dios para civilizar al mundo. Puerto Rico, Filipinas, Hawai, el Canal de Panamá, la intervención en China y en Santo Domingo fueron los primeros jalones del camino imperial.

Pero Roosevelt supo completar estos postulados arrogantes con tarifas protectoras para la industria y la agricultura. Así, con el voto de los productores agropecuarios y de los obreros industriales, en noviembre de 1904 derrotó a los demócratas, cuyo candidato a la presidencia, Alton B. Parker, un juez de ideas pacifistas, denunció el nuevo militarismo y el peligro que implicaba convertir a la República en imperio.

Pellegrini, cuyo viaje coincidió con esas elecciones decisivas, pronosticó: “La nación que ya figura entre las primeras de la tierra está destinada a ser, antes que el siglo termine, el más grande imperio que el mundo ha conocido”. La clave de su desarrollo colosal, supone, no es la riqueza natural, ni la buena ubicación geográfica, sino una educación política más adelantada que la de otras naciones. Esto permite que las masas heterogéneas de inmigrantes se fundan en un crisol nacional y formen un “tipo humano” con caracteres propios. Ellos son ciudadanos americanos naturalizados y disponen del sufragio universal, que fortalece al obrero frente al patrón, y de una legislación social que reconoce la jornada de ocho horas. En esas condiciones favorables, la inmigración se multiplica.

Esa realidad constituía una lección para la Argentina, país donde los extranjeros no buscaban la ciudadanía. Obtener los derechos políticos no tenía valor porque no existía el sufragio libre. En consecuencia, el inmigrante se conservaba extranjero y el sentimiento nacional del país se debilitaba, observó Pellegrini. El ex presidente argentino conversó sobre el problema de la conciliación del capital y del trabajo –“que es, sin disputa, el más grave de los que tendrá que resolver el siglo XX”– con dirigentes gremiales y con el presidente Roosevelt. Este le preguntó por qué no teníamos más inmigración. “Sólo cuando ustedes juzguen tener bastante y cierren sus puertas, nosotros tendremos que ensanchar las nuestras”, contestó El Gringo.

Conocía el juicio displicente del presidente con respecto a América latina, pero creía advertir un sesgo más favorable en relación con la Argentina: “Hoy ha variado de juicio, sobre todo respecto de nosotros... Nuestro país le merece un concepto por demás satisfactorio, que públicamente expresa y confirma con su habitual franqueza”, dijo. Suponía, como otros argentinos de la elite dirigente, que el “gran garrote” con el que Teddy Roosevelt amenazaba a sus vecinos de América Central difícilmente afectaría a la Argentina, la potencia emergente de América del Sur.

En la última de las cartas, fechada en enero de 1905, poco antes de que en su país estallara la revolución radical en demanda del sufragio limpio, Pellegrini hace el elogio del sistema del voto secreto que se practica en Estados Unidos, gracias al cual existe un gobierno verdaderamente representativo, republicano y federal. Lamenta que en la Argentina sólo haya un simulacro de gobierno representativo y cantidades mínimas de votantes. No hay opinión pública en el orden nacional. Todo el poder político reside en el gobernador de la provincia, sin comités ni partidos que limiten su poder y con capacidad para designar a su sucesor. En esas condiciones, las promesas de la nueva administración (se refiere a la del presidente Manuel Quintana) quedarán en el camino de las buenas intenciones.

Pellegrini opina: “Si queremos ser lo que me pronosticaba que seríamos el presidente Roosevelt, los Estados Unidos del Sur, tenemos que rehacerlo todo, creando espíritu público, partidos políticos, conciencia en cada ciudadano de sus deberes y responsabilidades, y encarnar en los gobernantes el sentimiento de que son simples mandatarios administrativos, sin más derechos electorales que los que les corresponden como simples ciudadanos”.

Considera, finalmente, que esa tarea ciclópea demanda un esfuerzo superior al de su generación, ya desgastada. “Será necesario que surja una nueva que tenga el fanatismo de la libertad, como la de Mayo tuvo el fanatismo de la independencia, y que sepa conquistarla sufriendo todas las privaciones y venciendo todos los obstáculos...” Este cierre de la serie de cartas, constituye, junto con su último discurso en la Cámara de Diputados sobre la amnistía a los revolucionarios de 1905, el legado de Carlos Pellegrini al país.

Esa suerte de agenda para el nuevo siglo empezó a cumplirse cuando se aprobó la ley electoral de 1912 y cuando, hacia 1940, mejoró la relación entre el capital y el trabajo. Sin embargo, la construcción de una ciudadanía responsable, participativa, exigente, permanece todavía como la gran asignatura pendiente, el peso muerto que impide al conjunto de la sociedad avanzar; una frustración, en suma, que se revela en los gestos crispados y en el odio irracional de las manifestaciones callejeras de hace pocos días.

Estas en nada han de contribuir a que la Argentina y los Estados del Mercosur acorten la distancia que los separa del Norte. Pero, sin duda, la actual realidad podría modificarse, si se trabaja con objetivos claros, constancia y entusiasmo, tal como lo recomendaba Pellegrini en la correspondencia publicada hace un siglo en estas mismas páginas y cuya lectura resulta refrescante y oportuna.

La autora es subdirectora de la revista Todo es Historia y preside el Instituto de Investigaciones de la Manzana de las Luces.

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