Ciencia para legisladores
Hace una semana, un centenar de integrantes del Senado norteamericano se olvidó por algunas horas de la política exterior, el presupuesto, las jubilaciones, y los problemas energéticos y sanitarios que los inquietan en estos días y se encontraron en un salón de reuniones para ir a tomar clases... de ciencia.
El singular encuentro, organizado por el Centro para la Salud y el Medio Ambiente Global de la Universidad de Harvard y el Comité de Ciencia de la Casa Blanca, se convocó con la idea -como explica Cornelia Dean en la edición de ayer de The New York Times- no de hablar "de la gripe aviaria, el presupuesto de la NASA o algún otro tema puntual", sino acerca de "cómo funciona la investigación".
Al parecer, la iniciativa surgió de la inquietud de los especialistas de Harvard por los efectos que la ignorancia del abecé de la ciencia pueden tener sobre la formulación de leyes y políticas públicas, especialmente teniendo en cuenta que hoy día este tipo de cuestiones permean prácticamente todas las áreas de la actividad legislativa, ya sea que se hable del calentamiento global, las terapias con células madre, la clonación, las manipulaciones genéticas, los sistemas de generación de energía e innumerables otros temas de la actualidad.
Los encargados de "ilustrar" a políticos y asesores fueron nada menos que Donald Kennedy, director de la revista Science -una de las publicaciones científicas más prestigiosas del mundo-, y Harvey Fineberg, presidente del Instituto de Medicina, brazo médico de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos.
Según escribe Dean, ellos subrayaron que el valor de cualquier descubrimiento científico "no reside en la preeminencia de los investigadores, el prestigio de sus instituciones o la autoridad de las agencias que lo financiaron, sino en el hecho de que otros científicos puedan reproducir los mismos resultados". Algo que quedó claramente en evidencia tras el escándalo del surcoreano Hwang Woo Suk, cuyos trabajos atravesaron limpiamente el proceso de referato de la revista científica que dirige Kennedy.
También detallaron la forma en que el conocimiento se convierte en información útil para la sociedad, algo que la Academia de Ciencias de ese país impulsa a través de informes sobre tópicos tan diversos como la seguridad nacional o el contenido de arsénico del agua. Incluso se consideró como una "obligación cívica" que los legisladores manejen conceptos estadísticos, que distingan las diferencias entre evaluación científica y juicio de valor, y que acepten la necesidad de ser asesorados por los investigadores en temas de su incumbencia.
En fin, el resultado de la reunión fue tan estimulante que, según indica Dean, los participantes terminaron reconociendo que el Congreso necesita más asesoramiento científico y concluyeron que las clases de ciencia tendrían que formar parte habitual de un "currículum" de actualización...
Si en un país que destina anualmente a la investigación más de 170.000 dólares por investigador, solicita alrededor de 200.000 patentes, tiene proporcionalmente diez veces más científicos en su población económicamente activa que los de esta parte del continente (alrededor de 7 por mil v. 0,7 por mil), se considera imprescindible alfabetizar científicamente a los legisladores... ¿no sería productivo implementar una iniciativa similar entre nosostros, que tenemos tanto camino por delante?
La idea podrá discutirse, pero no hay duda de que algunos de los problemas más candentes de las últimas semanas muestran -también aquí- que la política no puede darle la espalda a la ciencia.
Por Nora Bär ciencia@lanacion.com.ar
http://www.lanacion.com.ar/776964
miércoles, febrero 01, 2006
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