sábado, febrero 04, 2006

"Si aumentan las inversiones, mejora el ingreso de los pobres"

Benegas Lynch (h.) analiza la economía

Hablar de liberalismo en la Argentina es hablar de Alberto Benegas Lynch (h.), aunque él jamás pretendería ser el dueño de esa doctrina en nuestro país. Acaso sería el único derecho de propiedad que no defendería con pasión. Y es que para este economista de renombre internacional el liberalismo “no es una cuestión política o de determinado partido, sino algo que puede estar en todos los partidos, por ser un deseo de libertad, el afán de retornar a los principios constitucionales de Alberdi”. Con la vehemencia de los convencidos y modales propios de un caballero de antaño, pero afable y directo, Benegas Lynch, que desprecia toda clase de estatismo, explica por qué un mendigo está mejor en Nueva York que en Calcuta, acusa al FMI y al Banco Mundial de ser muchas veces los responsables de la pobreza allí donde esos organismos desembarcaron con sus portafolios e intenciones rapaces, descalifica el concepto de justicia social y afirma que todavía más importante que la libre competencia del mercado es la competencia del hombre consigo mismo en pos de su mejoramiento personal.

Benegas Lynch es doctor en Economía y en Ciencias de Dirección. Es miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, autor de más de quince libros y profesor en el doctorado de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y en la Universidad Católica Argentina.

-¿Cómo definiría el liberalismo? -La mejor definición que encontré es ésta: "Liberalismo es el respeto irrestricto por los proyectos de vida del otro". Esto abarca aspectos éticos, filosóficos, jurídicos y económicos.

-Si alguien tiene un Van Gogh, ¿es lícito que lo destruya si le place, con la idea de que la propiedad privada es un valor primordial? ¿El liberalismo acepta que hay cosas que son bienes comunes y patrimonios de la humanidad? -Yo creo que cuando se asignan derechos de propiedad, el titular tiene el derecho de hacer lo que le plazca con lo propio, y en el caso particular que usted me presenta, de un Van Gogh, vale el mismo principio, aun cuando sería lamentable que alguien hiciera semejante cosa con una obra de arte.

-Si alguien es dueño de una tierra cultivable y la mantiene improductiva por tiempo indefinido, ¿considera justo que el gobierno la expropie? -No lo considero justo. ¿A criterio de quién una tierra no está "suficientemente" explotada? Ahora bien: supongamos que esté absolutamente inexplorada. Entonces uno se tiene que preguntar qué sucede si uno sobrevuela el planeta y se encuentra con que hay recursos marítimos, forestales, y de minería sin explotar. ¿Por qué esto es así? Porque no hay bastante capital para explotarlo todo. Ahora viene otra pregunta: ¿cómo se decide qué explotar y qué no? Hay dos formas de resolverlo: por los comités políticos o por los procesos del mercado y del sistema de precios.

-A partir de la lectura de la obra de Friedrich August von Hayek, Margaret Thatcher se convirtió al liberalismo y sostuvo que la sociedad es una ficción. ¿Comparte el concepto de la Dama de Hierro? -En su último libro, Hayek, premio Nobel de Economía, usa la expresión "orden extendido" para evitar la palabra "sociedad". Yo no me pondría muy enfático en esto, pero sí comprendo esto de eludir la palabra "sociedad" para evitar antropomorfismos tales como "la sociedad quiere", "la sociedad demanda", "la Nación reclama", "el pueblo decide", "la sociedad copula o se sonríe", lo cual impide identificar a los agentes reales de decisión en una sociedad.

-¿Cómo concilia un liberal católico como usted el principio liberal de que sólo es válida la justicia conmutativa, la transacción entre individuos, y el mandato católico de que debe existir una justicia social y distributiva? -Yo creo que no hay un mandato católico de justicia social, aunque sea algo que esté en las encíclicas y que yo, personalmente, no comparto. En primer lugar, cuando se habla de "justicia social" se incurre en una redundancia grotesca, porque no existe la justicia vegetal, mineral ni animal, sino sólo la humana y social. Pero hay otra cuestión, y es que la justicia social suele consistir en sacar a unos para darles a otros, lo cual contradice la definición clásica y sensata de "justicia", que es dar a cada cual lo que le corresponde. La cuestión no es ocuparse de la justicia social, sino mejorar los marcos institucionales del país.

-Pero hasta que se mejoran los marcos institucionales, ¿qué pasa con los más necesitados? ¿No se los debe ayudar? -Yo creo que es muy importante recordar que todos venimos de la marginalidad más espantosa, cuando no del mono. Venimos de gente miserable, de las hambrunas y las pestes; todos: usted y yo. Todos venimos de las cavernas. El tema es cómo se hace para pasar de una situación de miseria espantosa a una de menor pobreza o de riqueza relativa. El modo es maximizar tasas de capitalización para que haya aumento de ingresos y de salarios en términos reales. Si con la mejor intención queremos saltearnos eso, en el fondo estamos condenando a la gente más necesitada.

-John Keynes dijo que, a largo plazo, la oferta y la demanda acaban equilibrándose, pero el problema es que a largo plazo estamos todos muertos. ¿Cuál es su opinión sobre un país con tan alto índice de pobreza? -En todos los países existe este "mientras tanto". El tema es que el mendigo más extremo en Nueva York está mejor que el mendigo más extremo de Calcuta. ¿Por qué? Porque las propinas son mayores en Nueva York. El aumento de inversiones hace que los pobres aumenten sus ingresos, y es muy importante tenerlo en cuenta. Por otra parte, me parece que en general se ha denigrado algo que es sacrosanto, y es la palabra "caridad". Esto sucedió cuando apareció muy recientemente el mal llamado "Estado benefactor". El aparato de fuerza no puede hacer beneficencia. La caridad es algo privado. Le pongo un ejemplo: si en la puerta de su casa hay un inválido que pide plata y yo veo que usted no le da y entonces salto el cerco, le arranco su billetera y se la entrego al necesitado, yo no hice un acto de caridad, sino que cometí un atraco. La caridad, por definición, está hecha con recursos propios y voluntariamente.

-Si un Estado fuerte es pernicioso para el crecimiento de un país, ¿cómo explica la prosperidad de países como Suecia y Finlandia, en los que rigen impuestos progresivos, o la de China, donde el Estado tiene un papel preponderante? -Fíjese que en Suecia hay cambios significativos y dramáticos. Los jóvenes se están yendo porque el Estado no da abasto con las necesidades de la gente, y la razón es que, desde un punto de vista técnico, no hay nada que sea gratuito. Siempre alguien termina pagando. En cuanto al impuesto progresivo, precisamente en Suecia se hizo un análisis para demostrar que el impuesto progresivo es un perjuicio inmenso para los pobres.

-A propósito del caso chino, ¿cree que el progreso económico va a terminar debilitando el poder estatal o provocando la caída del comunismo? -Es una pregunta difícil. No sé qué va a predominar. Lo que sí se observa en China es que en los islotes en los que funcionan los incentivos y hay propiedad privada y gestiones más o menos independientes, hay un aumento asombroso de la producción, pero hay una tensión evidente entre el aparato comunista y el mercado en esa nación.

-Si la distribución por medio del mercado alienta, supuestamente, la libre competencia, ¿qué sucede con los que no son aptos para competir con los más poderosos? -La palabra "poder" es interesante. A veces se usan metáforas tales como "el rey del chocolate", y no son metáforas conducentes, así como tampoco frases del marketing como "la conquista del mercado", "invasión de productos", etcétera. Si llega al país un perfume de Francia que las mujeres prefieren no puede hablarse de invasión, porque no estamos hablando de tropas de ocupación, sino de productos exitosos. Y lo mismo con el poder. En sistemas abiertos, el poder está en la gente. En un supermercado, es la gente la que decide qué cantidad de tomates compra, o de lechuga, o de rabanitos, y con esas decisiones lo que hace es asignar recursos.

-A partir de la idea de que el libre mercado favorece el crecimiento, ¿cree que la Argentina y Brasil deberían abrirse al ALCA, a pesar de los subsidios agrícolas norteamericanos? -Yo creo que las integraciones regionales son un pretexto infantil, porque todavía, después de doscientos treinta años de debate, no se han comprendido las ventajas del libre cambio. Si en la Argentina los dirigentes hubieran comprendido que es mejor comprar más barato y de mejor calidad, y no más caro y de peor calidad, tendríamos aranceles cero y tipo de cambio libre. En la Argentina, tiene mala prensa la apertura comercial porque siempre se hizo en forma truculenta. Esto es: aranceles en serrucho, con protecciones y desprotecciones dispares (lo cual crea cuellos de botella insalvables entre los insumos y el producto final), tipos de cambio falseados, entrada de dólares no como consecuencia de las exportaciones sino de la deuda, etcétera. A veces se dice: "Pero si ponemos aranceles cero y tipo de cambio libre, compraríamos todo afuera". No es así, porque si no vendemos nada no podemos comprar nada y el dólar se va al infinito.

-¿Le parece justo que ricos y pobres paguen por igual el impuesto al IVA? -Me parece un buen impuesto. Ahora, fíjese que el que elaboró originalmente la idea del IVA lo hizo con la intención de sustituir todos los demás impuestos, pero resulta que cuando en nuestro país se propone un nuevo impuesto para sustituir a los demás es casi seguro que el nuevo impuesto no va a sustituir nada, sino que va a ser agregado. Hay una maraña fiscal fenomenal en la Argentina.

-Si el Estado debe reducirse a asegurar el cumplimiento de los contratos, proteger la propiedad privada, alentar la libre competencia y evitar los monopolios, ¿quién debería ocuparse de casos como la eutanasia o el aborto? -Yo creo que el aborto es un homicidio en el seno materno. Entonces, la agencia que se ocupa de la justicia en el Estado debe ser la encargada de los casos de aborto, como de cualquier otro homicidio.

-¿Qué plan social sugeriría para ayudar a los más necesitados? -Los planes sociales genuinos son los que proceden de la actividad privada filantrópica.

-¿El liberalismo favorece a las pequeñas y medianas empresas o, más bien, a las grandes? -Las llamadas "grandes empresas" nacieron siendo chicas. Si llegaron a ser grandes es porque en los mercados libres la gente las apoyó más. Mire, si no, el caso de IBM y Apple. Esta última empezó en un garaje, con tres chicos que le terminaron sacando un mercado enorme a IBM.

-¿La sola libertad del mercado alcanza para crear pymes, que son las mayores fuentes de trabajo, o se necesita que el Estado tenga una estrategia para fomentar la producción, por medio de la creación de distritos industriales y cadenas de valor? -No, yo creo que eso es enormemente perjudicial. Creo que cuando se habla de zonas en donde hay excepciones fiscales, aparecen empresarios oportunistas que hacen daño al país, porque otros van a tener que pagar las diferencias de esa reducción de impuestos. Fomentar implica sacar recursos a los rabanitos eficientes para dárselos a los tornillos ineficientes que el aparato político decidió promover.

-¿Qué opinión le merecen el FMI y el Banco Mundial? -Yo creo que uno y otro son en gran medida responsables de la pobreza y de la corrupción de muchos países del mundo.

-¿Cree que también deberían desaparecer los bancos centrales? -Esto es algo más complejo, pero, efectivamente, los bancos centrales tienen tres opciones: decidir a qué tasa van a emitir, a qué tasa van a contraer, o dejar igual la masa monetaria. Cualquiera de estas tres decisiones va a afectar los precios relativos. Por lo tanto, el tema es no manipular la moneda y que la gente pueda elegir cuáles son los activos monetarios con los que se siente segura. Todos los bancos centrales que han existido para preservar el valor de la moneda terminaron hundiendo el valor de la moneda, incluso en Estados Unidos. Este país tiene ahora una situación gravísima, con 500.000 millones de dólares de déficit.

-¿No hay una pretensión del liberalismo de que la gente circule a la velocidad del capital y sea capaz de acomodarse a sus virajes y reflejos, cosa que en la realidad no sucede? -Cuando hablamos de esos virajes, que en efecto ocurren, son en realidad virajes de la gente, y no del capital.

-Juan Pablo II denunció los tres grandes peligros del capitalismo: la alienación del trabajador, por causa de la competencia y el consumismo, la explotación, por causa de la hiperproductividad, y la exclusión, ya que la libertad del mercado no alcanza para que todos trabajen? ¿Comparte estos conceptos? -Yo soy un admirador de Juan Pablo II por dos motivos, primero por sus pedidos de perdón y segundo por su ecumenismo. Pero yo creo que debe haber una separación absoluta del poder y la religión. Y en cuanto al orden de la vida espiritual, creo que la competencia más interesante es la que libra cada persona en su fuero íntimo para ser cada día mejor. Es un asunto personal y privado.

-Cuando el rey de Francia le dijo a Juana de Arco que le pidiera cualquier cosa por sus servicios prestados, la heroína pidió que su ciudad natal, Domrémy, quedara exenta de pagar impuestos, cosa que el rey le concedió. ¿Usted pediría lo mismo, si tuviera la oportunidad? -No, porque un privilegio semejante implicaría que el resto de la sociedad terminara pagando por mí, lo cual sería una enorme injusticia.

-¿Cómo explica la contradicción de que el capitalismo propicie la prosperidad del trabajador y, a la vez, lo convierta en un consumista feroz que acaba gastando sus ganancias en necesidades superfluas? -A mí la palabra "capitalismo" no me atrae mucho, porque se restringe a la cuestión material. Prefiero la palabra "liberalismo", porque abarca aspectos éticos, filosóficos, jurídicos, etcétera. Pero esto de las necesidades superfluas está conectado con el tema de la publicidad, y me parece importante señalar que la publicidad intenta persuadir y no imponer. Si la publicidad tuviera el poder de imponer, llegaríamos a la conclusión de que con la publicidad se puede convencer a la gente de que en lugar de automóviles comprara monopatines, o dejara la electricidad y volviera a las velas. Se trata de un problema de valores y de gustos, no del mercado. El mercado refleja los gustos y las preferencias de la gente. Si esos gustos están puestos en cosas ordinarias o superfluas, es algo que se tiene que corregir a través de la persuasión y la educación.

Por Sebastián Dozo Moreno, de la Redacción de LA NACION
http://www.lanacion.com.ar/777939

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