miércoles, febrero 15, 2006

Se trata de control ambiental, no de soberanía

La instalación de papeleras en Fray Bentos enfrenta, a ambas márgenes del río Uruguay, criterios que tienden a hacerse más rígidos. Mirar sin prejuicios el conflicto ayudará a encontrar soluciones equilibradas.

Enrique Martínez. PRESIDENTE DEL INTI

En esta dolorosa y demasiado prolongada controversia alrededor de la instalación de plantas productoras de celulosa en Uruguay, acaba de aparecer un argumento que tiene un valor especial para poner en foco la discusión.Agregada a los otros reclamos de contaminación del aire, del río o del suelo, se habla de contaminación visual. Esto es: las gigantescas chimeneas y su humo, aun cuando fuera totalmente inocuo, quebrarán la armonía del paisaje en la zona turística cercana a Gualeguaychú.Es muy útil la referencia, porque deja en evidencia que estamos ante una situación donde es inevitable considerar criterios diferentes y esta diferencia se hace aquí notoria en aquello que se mira, aquello a lo que se presta atención corporal.

Para una sociedad no debería haber peor contaminación visual que la pobreza. No es para nada casualidad que las dictaduras hayan intentado tapar con paredes las villas miseria que bordean lugares de mucho tránsito. Lo que no se ve no existe, dice la conciencia dormida o mejor, domesticada.Si el programa forestal —celulosa y ojalá en un futuro papel, industria gráfica del Uruguay— permite a nuestros vecinos avanzar con fuerza en una camino industrial, reducirán la pobreza.

Si es así, una mirada serena y objetiva podrá ver una sociedad con mucho mejor calidad de vida que la actual, a pesar de que haya unas cuantas chimeneas más en el paisaje de la región, o tal vez por ello.Hay una condición para esa combinación virtuosa: que las chimeneas o las descargas al río o a rellenos sanitarios no pongan en riesgo la salud de los humanos o de la flora o de la fauna.Si los efluentes de la producción de celulosa no pudieran ser controlados para cumplir con esa condición, debería cambiarse el proceso o en última instancia no producirse celulosa blanqueada. Pero el punto es que pueden ser controlados.

Los argentinos tenemos varias historias trágicas por dar una mirada excluyente a lo productivo y olvidarse del hombre y de su entorno. Por mencionar un solo ejemplo, la minería del plomo en Jujuy destrozó los pulmones de miles de compatriotas por décadas. Si dedicáramos tiempo a esto, podríamos encontrar al menos un ejemplo grave en cada provincia argentina, algunos actuales.

Eso es posible y hasta previsible, porque nuestro sistema económico —el de casi todo el mundo— se motoriza por el lucro empresario y para las empresas el control ambiental es un costo, que la mayoría de las veces no tiene relación alguna con la calidad de su producto. O sea: pueden producir y vender leche, celulosa, azúcar o lo que sea, de alta calidad, mientras a la vez deterioran la salud de sus trabajadores y de la comunidad que las contiene.

¿Quién evita eso? Una legislación apropiada; organismos que la apliquen con rigor y seriedad; una comunidad informada y que reclame frente a toda duda razonable.Esa secuencia ha fallado groseramente en los primeros eslabones, especialmente en el segundo, en toda la región, lo cual lleva al descreimiento generalizado de las comunidades que podrían ser afectadas.

Diría que si alguna evidencia adicional se necesita para abonar ese juicio es la llamativa ausencia de protagonismo empresario en esta controversia, no sólo de aquellos involucrados de manera directa, sino de los industriales, tanto argentinos como uruguayos, ante el crecimiento de un sentimiento que los involucra negativamente.Hay empresas líderes de nuestro país que no estarían en condiciones de superar una audiencia pública sobre su política de control ambiental.

En este marco es que creo necesario llamar a la reflexión, como simple ciudadano común, fuera de toda responsabilidad de funcionario. Porque me resulta ciertamente angustiante que errores simétricos de enfoque lastimen la posibilidad de convergencia de un gobierno que reivindica todos los ideales con que sueño desde hace 40 años, como el del presidente Kirchner, con el gobierno de la fuerza popular por excelencia del Uruguay, que después de toda una vida de lucha puso en la Presidencia al doctor Tabaré Vázquez.

No estamos ante problemas de soberanía. Estamos ante la necesidad de reclamar a empresas internacionales, que dominan las mejores tecnologías disponibles, que demuestren frente a los técnicos de los dos países que controlan como corresponde los efluentes de sus plantas productivas y que a partir de allí se sometan a un monitoreo permanente de su trabajo.

Se trata de un caso en que se requiere la máxima expresión del Estado como promotor de la economía y de la vida, de modo inseparable, utilizando a las empresas como instrumento privado de una política pública, o sea poniéndole las condiciones que se consideren convenientes.Si eso sucede, un minuto después, debería seguir el mismo trabajo al interior de cada frontera, con cada sector industrial. Para bien de todos.

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