lunes, febrero 13, 2006

Felicidad al mejor postor

Por primera vez, un estudio sobre "economía de la felicidad" incluye datos para la Argentina. Cuánto influye el dinero en el bienestar psicológico.

Sebastián Campanario. La alegría no es sólo brasileña. La frase (que ojalá sea título de los diarios durante junio, cuando se juegue el Mundial de Alemania 2006) ahora tiene una demostración econométrica.Martin Bal, un economista estadounidense del Haverford College, publicó recientemente un estudio que analiza los niveles de "felicidad agregada" de distintos países, y llega a conclusiones económicas que en muchos aspectos contradicen lo que académicos que siguen esta rama venían sosteniendo hasta ahora. La investigación de Bal es interesante porque, además, se maneja con datos de la Encuesta Mundial de Valores, una base estadística que utilizan mucho los sociólogos y cientistas políticos, pero que es relativamente poco aprovechada por los economistas. Los números incluyen a 42 países y, por primera vez en este tipo de investigaciones, a la Argentina.

La denominada "Economía de la felicidad" es una rama teórica en expansión en los Estados Unidos y Europa. Se originó a mediados de los 70, cuando Richard Easterlin comenzó a introducir estadísticas de felicidad de la población en modelos econométricos. Así surgió la "Paradoja de Easterlin", que sostiene, palabras más, palabras menos, que el dinero no hace la felicidad. O, al menos, que influye sobre el bienestar psicológico de la gente menos de lo que se cree.

La paradoja fue comprobada en diversas oportunidades tanto a nivel microeconómico, con experimentos de laboratorio; como a nivel agregado, entre países. La prueba más conocida es la que muestra que países ricos, como Japón o los EE.UU, tienen una curva achatada de felicidad desde la década del 50, a pesar de que multiplicaron su ingreso per cápita.

Si lo que dicen Easterlin y sus seguidores es cierto, las implicaciones en materia de política económica son enormes: los gobiernos estarían equivocados al perseguir como objetivo el aumento del ingreso de los ciudadanos, y deberían concentrarse en aquellos factores que inciden más sobre la felicidad agregada de la población.

Billete, billete; lo demás...

El reciente trabajo de Bal contradice, sin embargo, la hipótesis de Easterlin. De acuerdo a los datos de la Encuesta Mundial de Valores, "el dinero compra algo de felicidad". En un panel de 42 países analizados, los valores de felicidad registrados en los grupos de mayores ingresos fueron superiores (en un nivel estadísticamente significativo), que en los estratos socioeconómicos más bajos. Además, y en promedio, las naciones más ricas evidenciaron números algo más elevados de felicidad que las más pobres.

En lo que sí coincide Bal con Easterlin y con sus seguidores es que el ingreso relativo pesa mucho más sobre la felicidad de las personas que el ingreso absoluto. "Tener más dinero que los vecinos, amigos o compañeros de trabajo influye más sobre el bienestar psicológico de la gente que el hecho de tener simplemente más dinero", sostiene el economista.

Y hay otra coincidencia: la felicidad que puede comprar con dinero es relativamente poca cuando se la compara con otras variables que inciden mucho más sobre este campo, como vivir en pareja, tener trabajo o gozar de buena salud.

¿Cómo está parada la Argentina en este ranking mundial de felicidad? De acuerdo a cifras de la segunda mitad de los 90, en una escala del 1 al 10, nos sacamos un 6,93; por encima de Chile, India o Japón; pero por debajo de los EE.UU, Inglaterra, Suiza, México y Brasil, claro.

La Argentina, también, resultó ser uno de los países con mayor diferencia de felicidad entre ricos y los pobres: 6,56 contra 7,05, en la misma escala. Al final, lo de los niños ricos que tienen tristeza resultó ser un mito, nomás.

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