miércoles, febrero 08, 2006

La pasión según Evo

Por Abel Posse Para LA NACION

Lo que pasa en Bolivia es uno de los espectáculos políticos más fascinantes de nuestro tiempo. Despertó indudable interés mundial. Se trata de algo así como intentar dar vuelta un pulóver (o una chompa) que desde hace 500 años se viniera usando del revés. Con Evo Morales, la inmensa mayoría aborigen y andina asume la gestión de un país hasta ahora comandado por una minoría de criollos, mestizos y hombres ligados a la cultura occidental. El 10% de la población, desde otra cultura, comanda a un pueblo que no quiere renunciar a su ser. La resistencia cultural de los pueblos andinos es uno de los fenómenos políticos más fascinantes que me tocó conocer en mis dos estadías como diplomático en Perú.

En 1969 llegué desde Rusia, como segundo secretario político, ante el cambio que proponía el general Velazco Alvarado, que había derrocado al gobierno de Belaúnde Terry. En 1998 llegué como embajador ante la gestión de Fujimori; casi treinta años después de la primera estadía, al viajar por la sierra y los altiplanos, comprobé que aquella mayoría callada estaba aun peor o igual que en mi primera aproximación. Eran ciudadanos sin presencia, relegados, ninguneados.

Desde parte de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y hasta la puna argentina, el pueblo andino seguía olvidado del mundo y recluido en el bastión de su cultura ancestral. Vivían mal, morían antes, pasaban ciclos de hambre, eran considerados incapaces de gobernar el país y de gobernarse; pero no cedían en sus creencias, valores, idiomas, estilos y tradiciones. A esos pueblos andinos no les interesa el frenesí de la modernidad. No creen en el desarrollo globalizaante (no sabrían cómo abordarlo).

En 1938 el gran antropólogo Albert Métraux se encontró con los uros de las costas e islas del lago Titikaka y para su estupor recibió de uno de los caciques la sentida conmiseración hacia ese representante del mundo moderno. Le dijo: "Lamento que ustedes estén ya tan adelantados en el camino del progreso". Para el jefe uro el refinado Métraux era la prueba de la regresión del progreso de la cultura occidental, tan poderosa materialmente y tan enclenque en sus valores y dimensiones espirituales.

Desde las gestas de Bolívar y San Martín, la independencia fue para los blancos, los criollos progresistas y luego para los inmigrantes extranjeros. El mundo andino con sus llamas, sus ponchos, esa galerita que copiaron del paso de algún viajero británico, la austeridad; siguieron inmutables. El liberalismo y las naciones unificadas desde entonces no entraron en la Sierra si no como formas de explotación y de la más feroz dominación feudal.

El universo andino no cree en el destino prometeico, tecnológico-industrial. Las ideologías de izquierda o de derecha no las viven si no como peligros de otra dominación que arrasaría sus creencias y tradiciones. (Bien debe de haberlo aprendido Guevara en su vía crucis en Bolivia, sin lograr el apoyo indígena que supuso desde su marxismo universalista.) Quiere decir que los pueblos andinos, para afirmar su ser, ¿tienen que negar el concepto de ser, de tener y de hacer del hombre de la globalización occidentalista? Rodolfo Kusch, el más agudo filósofo en esta materia, inspirado en algunas ideas de Canal Feijóo, en su obra América profunda, opina que el aborigen de nuestro continente es un hombre del estar en contraposición con el de la cultura europea occidental: el hombre del ser, indiscutido creador del desarrollo industrial tecnológico que en los últimos 120 años llevó a la Tierra a una peligrosa crisis ecológica y al borde de ese nihilismo anunciado por Nietzsche. Pero también alcanzó la Luna y multiplicó por tres la vida media.

Kusch afirma, como el jefe uro entrevistado por Métraux, que el aborigen americano resistió en sus reductos andinos los embates de la cultura occidental porque no la aprecia ni quiere ser protagonista de una transculturación hacia lo que considera inferior. El hombre del estar se siente todavía parte del cosmos, del universo y hermanado con la Tierra. Creen vivir con una dimensión espiritual siempre agredida o deformada por los avances de la cultura del ser, del hacer y del tener que difunden criollos y mestizos, las grandes empresas y el orden jurídico económico creado por la minoría desarrollista, que formó una república imaginaria, con una Constitución parienta de las del liberalismo decimonónico, muy lejos de la forma de vida del 80% de la mayoría andina.

Salvo la religión católica, que el mundo indígena parcialmente adoptó, todas las instituciones e ideologías impuestas, el Estado, las autoridades regionales, el ejército, el sistema judicial, son para los andinos instrumentos de una minoría universalista que siente en el indígena una dificultad para el desarrollo. Lo fascinante del advenimiento al poder de Evo Morales es que, por fin, ante la prepotencia del desarrollismo industrial tecnológico mundializado, de alguna manera levanta la bandera del subdesarrollo o de un desarrollo y mejoría de vida acordes con los valores y tradiciones.

Esa bandera lleva el verde de la hoja de coca. La coca es alimento de contemplación y energía para la labor en las alturas. Su hija bastarda -occidental- es la cocaína. La coca corresponde al estar; la cocaína al vicio, al paroxismo, al delito o a la violencia. Las ideologías universales son enemigas de hecho de ese aristocrático sueño indígena de sosiego en las alturas. Evo Morales lo sabe, aunque cita a Guevara y a Mao y vitupera el neoliberalismo.

Sabe que su mayor presión vendrá de la izquierda universalista, con combativa tradición trotskista de las luchas mineras. Sabe que todos los impulsos modernistas de Bolívar no respetan al aborigen serrano. Sabe de la opinión mundial globalizante y del poder del complejo económico internacional. Equívocamente, Vargas Llosa definió esta espectacular apertura que sorprendió en todo el mundo como la instalación de un racismo al revés. En realidad, se trata de acabar con un racismo secular, el más largo apartheid de la historia, que Vargas Llosa conoce como nadie, por ser peruano.

Todos los que viajaron por la zona andina saben y comprueban cuál es el grupo dominador y cuál es el postergado a una ciudadanía nominal, de cuarta categoría. José María Arguedas, en Los ríos profundos, describió genialmente la realidad del pueblo indígena. Manuel Scorza, en Garabombo el invisible, pintó el ninguneo racialista que sufren los andinos. (Garabombo, el personaje, es tan poco considerado en la sociedad que prefiere actuar como invisible, y le va mejor?).

Pero la pasión de Evo Morales no cejará. En su discurso, señaló los puntos esenciales: 1) convocatoria a una asamblea constituyente en Sucre, precisamente para "dar vuelta a la chompa". Tratará de crear, más allá de las divisiones territoriales político-administrativas, un federalismo cultural. Algo así como "un país, varias culturas". 2) Garantizará el uso y cultivo de la coca en Bolivia, invitando a Estados Unidos a luchar con toda energía contra la producción de cocaína. Nacionalizará los recursos naturales, justamente con el propósito de garantizar a los andinos (y a las otras regiones) riquezas permanentes que permitan el bienestar y el desarrollo dentro de su calidad de vida y su cultura.

¿Cómo conciliar el estar con el hacer gubernamental de cada día? ¿Podrá Evo Morales, desde su pasión, vencer a los dioses del materialismo globalizante, del mercantilismo? ¿Podrá crear un Estado multicultural con economías convergentes? Los bolivianos tendrían que ejecutar una conversión tan profunda como la que realizó Kemal Ataturk en Turquía, pero con el sentido contrario al de la modernización.

Tendrán que hacerlo desde su visión diferente del tiempo y de "la posición del hombre en el cosmos", como escribió Max Scheler. Para la cosmovisión andina, la Tierra no es un instrumento de explotación. Merece el respeto de ese "contrato natural" que el hombre de la cultura occidental rompió.

Para los andinos, la Tierra está deificada y merece respeto, cuidado y culto (Pachamama). Para el judeocristianismo, fundamento principal de Occidente, desde el Génesis, la Tierra es instrumento para la dominación humana ("señorearás sobre los mares, las aves del cielo, los animales de la Tierra...", etc.).

La de Evo Morales es la apuesta más atractiva de nuestro tiempo. Nadie vaticinaría su éxito, pero encierra un germen de rebeldía contra el paroxismo tecnológico mercantilista que somete a muchas culturas del estar. Y hasta conlleva una larvada propuesta crítica o de modificación profunda de un Occidente espiritualmente agotado.

El autor es diplomático y escritor.
http://www.lanacion.com.ar/778832

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