Los líderes enfermos
El periodista y médico Nelson Castro dice que la salud de los presidentes debe ser asunto de Estado. Y define al poder como "adictivo" y "peligroso".
Cuando Roberto Marcelino Ortiz aceptó su candidatura presidencial, en 1937, su esposa María Luisa se lo reprochó con tono sombrío. "Has hecho mal, Roberto, en aceptar esto. La presidencia nos matará a los dos", advirtió. Los dos eran diabéticos, y Ortiz, en particular, era un paciente tan indisciplinado como afecto a la buena mesa. La profecía se cumpliría inexorable. En 1940, María Luisa se desmayó en Mar del Plata, golpeó la cabeza, entró en coma y murió a la semana. Dos años más tarde lo siguió su esposo, afectado por las complicaciones oculares, cardíacas y renales de su enfermedad de base, que entonces eran mucho más difíciles de controlar. El vicepresidente Ramón Castillo, un ex juez catamarqueño, conservador, de escaso peso político, lo sucedería en el cargo. "
La indisciplina de Ortiz tuvo consecuencias médicas y políticas devastadoras", sentencia Nelson Castro (50) en su flamante libro "Enfermos de poder" (Vergara Grupo Zeta). Al igual que otros mandatarios a lo largo de la historia argentina, los problemas de salud de Ortiz trascendieron la esfera privada y devinieron cuestiones de Estado. "Para estas personas, el poder es como una adicción de tal fuerza que supera a la natural actitud de preservación de la vida", explica Castro a NOTICIAS.
El problema –agrega el ómbudsman del lector del Diario Perfil– es que la consecuencia puede pagarla la sociedad entera.Provocación. Nelson Castro está en inmejorable posición para plantear su hipótesis que, dice, quiere transformar en una tesis "provocativa" sobre la relación entre la salud y el poder. Es uno de los tres periodistas más creíbles de la Argentina según una encuesta de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino) y ganó numerosos premios nacionales e internacionales. También es médico: se graduó con diploma de honor en la UBA y se especializó en Neurología, aunque hace doce años que dejó el guardapolvo blanco y el estetoscopio. "Como las enfermedades afectan a las conductas de las personas, y esas conductas son las que determinan los hechos producidos por los seres humanos, la cercanía de las dos profesiones (médico y periodista) surge casi a la manera de un silogismo", justifica Castro en el prólogo.
"Enfermos de poder" analiza el historial clínico y el contexto político de diez presidentes argentinos de todas las épocas, desde Roque Sáenz Peña hasta Néstor Kirchner. "Los hechos son contundentes: la salud de un presidente es un tema de Estado", repite el autor, quien dice haberse sentido atraído por el tema desde aquella famosa cirugía de la carótida de Carlos Menem en 1993. Una de las visitas que Menem recibió durante su convalescencia en el ICBA fue la del ex presidente Raúl Alfonsín, a quien hacía mucho que no veía. Se saludaron y se sacaron fotos. Pocos meses después, ambos habrían de firmar el llamado "pacto de Olivos" que habilitaba la Reforma de la Constitución y la reelección.
Para Castro, esa fue "la consecuencia política más importante del episodio de la carótida".Pero Menem disfrutaba del poder, y la obstrucción de una arteria del cuello no parece vincularse a las tensiones de la función que ejercía, argumenta Castro. No se puede decir lo mismo de otros mandatarios: "No todas las personas tienen la misma preparación ni tolerancia al poder", asegura.
Manuel Quintana (1836-1906) falleció a los dos años de asumir, víctima de una infección generalizada con deterioro renal y colapso circulatorio. Un atentado fallido, pocos meses antes, había acentuado su deterioro físico.
Roque Sáenz Peña (1851-1914) sucumbió después de pedir reiteradas licencias por razones de salud. Tenía diabetes y, además, una "enfermedad secreta", que "en los pasillos del poder y su trastienda, tenía nombre y apellido: sífilis cuartelera (originada en) el tiempo pasado por Sáenz Peña en el frente de batalla durante la Guerra del Pacífico", escribe Castro.
El 21 de septiembre de 1955, la Junta Militar que había derrocado a Juan Domingo Perón designó como Presidente provisional al general Eduardo Lonardi. La hija de Lonardi, Marta, lo recibió en el Aeroparque dos días más tarde. Marta escribiría años más tarde: "Cuando se abrió la portezuela de la máquina y apareció mi padre supe que moriría pronto". En noviembre, Lonardi fue destituído y en marzo del año siguiente, un derrame cerebral, provocado por un cuadro de hipertensión arterial, terminó con su vida. Tensiones.
El Perón de la tercera presidencia no estaba en condiciones físicas de asumir tamaña responsabilidad. La revista norteamericana "Time" publicó en agosto de 1973 un diálogo entre el viejo caudillo y uno de sus médicos, Jorge Taiana. "Como amigo y médico debo decirle que usted no debe hacerse cargo de la presidencia y que tiene que disminuir el trabajo que está haciendo ahora", le recomendó Taiana. Pero Perón ni su entorno le hicieron caso. Resistió ocho meses y medio. Ni los influjos de José López Rega ("Faraón, siempre le di mis energías. Volvamos como antes", le decía a Perón mientras sacudía sus tobillos) pudieron evitar el desenlace.
Asumió Isabel y el resto es conocido. "Ser responsable implica reconocer las propias limitaciones físicas y las consecuencias de lo que pase", censura Castro.A Fernando De la Rúa, la presidencia le golpeó fuerte. Tuvo un derrame pleural espontáneo antes de asumir y luego, a mediados del 2001, una obstrucción coronaria que fue tratada mediante una angioplastía. De esa época se recuerda la frase de su Ministro de Salud Héctor Lombardo, quien afirmó que De la Rúa tenía arteriosclerosis. Una definición técnicamente correcta, pero inoportuna para la acepción popular de ese término.
En el prólogo de su libro, Castro rescata la teoría de un amigo de Ernest Hemingway, para quien los efectos de la enfermedad del poder aparecerían más temprano en las personas más desinteresadas. En cambio, "un hombre deshonesto conservaría su salud más tiempo ya que su propia falta de honradez lo protegería con una capa de cinismo".
Para Castro, el principal problema del ejercicio del poder es el estrés asociado al cúmulo de responsabilidades que implica. "Las tensiones y los desarreglos pueden agravar afecciones preexistentes", explica. El conductor de "Puntos de Vista" y "El Juego Limpio" describe los hechos y no aventura mecanismos psico-fisiológicos, pero otros científicos lo hicieron.
Para el cardiólogo Daniel López Rosetti, los "monos dominantes" o líderes de grupos sociales suelen tener una personalidad que predispone tanto al "éxito" como a distintas enfermedades. Stewart McCann, un psicólogo canadiense del University College of Cape Breton, en Nueva Escocia, analizó la longevidad y el historial político de 1.672 gobernadores norteamericanos. Comprobó que quienes habían alcanzado posiciones de liderazgo más temprano en la vida, también morían más jóvenes.
McCann supone que las tensiones, los desafíos y las obligaciones disparan o aceleran el deterioro físico de los líderes.Para Castro, las historias de su libro demuestran que la sociedad tiene derecho a conocer el estado de salud de sus líderes, incluso desde el mismo momento en que se transforman en candidatos.
Esto debería ser una norma de la cultura política."Hay personas que sufren el poder más que otras", insiste el médico periodista. "A Kirchner, por ejemplo, su colon irritable lo tiene a maltraer cada vez que vive un momento de tensión. Los rumores volvieron cuando echó a Lavagna. Es algo para tener en cuenta".
viernes, diciembre 23, 2005
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