Naturaleza en directo: pingüinos de Punta Tombo
A sólo 107 kilómetros de la ciudad de Trelew, en la provincia de Chubut, se encuentra la reserva natural Punta Tombo, que alberga la colonia de pingüinos más grande del planeta. Aquí, la crónica de un viaje a uno de los más bellos parajes de la Argentina
Punta Tombo, Trelew.–
Indiferentes a la presencia del grupo de curiosos que se junta a su alrededor, una pareja de pingüinos de Magallanes dormita a la sombra de un pequeño arbusto de mata jume. Detrás del matrimonio de aves, parapetado igualmente tras la vegetación, hay otro ejemplar de pingüino que se afana en la limpieza del pequeño hoyo que le sirve de nido. Un par de metros más allá puede verse también una segunda dupla de pingüinos, entregados estos al rito amoroso... No importa, en realidad, hacia dónde mire el visitante: este mediodía de fin de septiembre las mismas escenas se repiten miles de veces en la reserva natural de Punta Tombo.
No es exageración. Mucho antes de que las 210 hectáreas que forman la pingüinera de Punta Tombo fuesen declaradas área protegida por el Gobierno de la Provincia del Chubut, en 1979, una numerosísima colonia de pingüinos eligió las costas de este paraje patagónico, distante 107 kilómetros de la ciudad de Trelew, como lugar para aparearse y esperar el nacimiento de sus crías. Desde entonces, sus descendientes han vuelto a las costas agrestes de Punta Tombo para repetir su ritual reproductivo. Y en un número tal que, como comprobarán quienes acudan a la zona entre los meses de septiembre y abril, el tiempo que dura la temporada de reproducción obliga a dar crédito a los especialistas que aseguran que la concentración supera, en plena temporada de apareamiento, el medio millón de individuos.
Como en el caso de las ballenas, que año tras año se acercan para aparearse a la vecina península de Valdés, otro de los lugares mágicos que atesora la comarca de Trelew, la estancia de los pingüinos magallánicos en Punta Tombo se ajusta a un riguroso calendario.
Según explica la guía Pierina Torres, durante el trayecto por la ruta de ripio que une Trelew con Punta Tombo, los primeros en alcanzar el litoral son los machos, que comienzan a hacerlo a finales de septiembre. Ellos se encargan de preparar los nidos excavados en la tierra mientras esperan la venida de las hembras, que se produce alrededor de diez días después.
Cuenta la guía que los pingüinos de Magallanes –una especie identificable por lucir un característico doble collar blanco y negro en el cuello y a ambos lados del pecho– cumplen unas pautas de comportamiento que los distinguen. Una de ellas resulta muy particular, puesto que es algo que determina su conducta: su naturaleza monógama. "Son animales que mantienen su pareja de por vida", comenta Torres.
Un verdadero nido de amor
Además de ser ejemplarmente fieles, los pingüinos de Magallanes –que deben su nombre a Hernando de Magallanes, el navegante portugués que los avistó durante la travesía que, a través de las costas australes, lo condujo al descubrimiento, en 1520, del estrecho que comunica los océanos Atlántico y Pacífico– hacen gala de una singular inteligencia.
Al cronista no deja de sorprenderle un hecho: a lo largo de sus sucesivas visitas a la pingüinera, que se repiten durante los veinticinco a treinta años que acostumbran vivir, estas simpáticas aves conservan un mismo nido que van refaccionando. Uno se pregunta cómo son capaces de identificarlos entre los miles y miles que se multiplican entre la vegetación y las rocas de Punta Tombo. "De alguna manera, cada uno sabe reconocer su nido", responde Torres. A la reunión del macho y la hembra, que permanecen separados los seis meses que los animales pasan en el mar, sigue una ceremonia de cortejo que tiene algo de coreografía.
Esta mañana, bajo un cielo que luce intermitentemente, la escena es fácil de contemplar a poco que el curioso preste un poco de atención. Entre sonoros ruidos que recuerdan el rebuzno de un burro, la pareja se coloca frente a frente. Enseguida, con la misma "torpeza" con la que ejecutan la mayoría de sus movimientos cuando están en tierra, los animales comienzan a moverse en círculos. La danza viene acompañada de amagos de picotazos y un leve batir de alas. Al rato, sin mayor preámbulo, las aves inician la cópula, en la que el cuerpo del macho cubre a la hembra mientras ésta se coloca de espaldas. Una vez concretado ese reencuentro amoroso, cada pareja de pingüinos continuará respetando durante los meses venideros los ciclos y los tiempos que le dicta el instinto.
A comienzos de temporada resulta imposible ver cuáles son esos pasos, pero para averiguarlo siempre está el recurso de interrogar a alguno de los amables guías que, forzosamente y para garantizar que los visitantes sean cuidadosos con el entorno, deben acompañar a los grupos de más de cinco personas que ingresen en Punta Tombo. Aunque también cabe la posibilidad de preparar la visita con alguna lectura previa y consultar cualquiera de los muchos libros dedicados a la fauna patagónica.
Este cronista lo hizo con un hermoso volumen editado por el fotógrafo y ambientalista Alberto Patrian, donde se explican detalladamente las actividades que se suceden en el que es el asentamiento de pingüinos magallánicos más grande del mundo. "En octubre comienza la postura. La hembra pone dos blancos huevos y la pareja se turna para la incubación, que dura entre cuarenta y cuarenta y dos días. Los pichones empluman en noviembre. Durante las primeras semanas la pareja se alterna para empollar. Luego, ambos padres se lanzan al mar, alternativamente, en un busca de alimento, y regresan por breves períodos para alimentar a los pichones."
Cambio de plumaje
"A mediados de enero –continúa explicando el libro de Patrian–, entre ochenta y ciento diez días después del emplume, los polluelos están en condiciones de valerse por sí mismos. Entonces se lanzan al océano para alimentarse solos y no regresan sino hasta el año siguiente. Los pingüinos jóvenes, en su primer año de vida, cambian el plumaje en febrero y los mayores lo hacen en marzo y abril. Terminado el proceso, que dura dos o tres semanas, emigran.
La actividad en la colonia va decreciendo hasta que a finales de abril queda desierta." Junto a uno de los senderos que se adentran por la reserva de Punta Tombo, un espacio que es además territorio predilecto de otras aves marinas, como las skúas y los petreles gigantes, y en el que también campean a sus anchas las maras y los guanacos, un macho de pingüino cabecea frente a una decena de turistas españoles. La insistencia con la que los curiosos se afanan en fotografiarlo parece perturbarlo especialmente. Podría tomarse por un acceso de timidez, pero en realidad su agitación responde a otros motivos. Mejor adaptados a la vida en el mar, a donde regresan cada tres o cinco días en busca de peces y calamares con los que alimentarse, a los pingüinos les resulta penoso trasladarse por tierra. En sus desplazamientos entre el agua y el nido, en los que pueden llegar a cubrir hasta un kilómetro de distancia, los animales sólo saben orientarse si siguen un itinerario en línea recta. Esta es la primera y principal regla que debe tener presente cualquiera que se acerque a Punta Tombo: no interferir en ese camino. Si lo hace, los propios pingüinos se encargarán de advertírselo con su contoneo impaciente.
El sentido común sugiere que, por una simple cuestión de respeto, el visitante debería además evitar tocarlos, ya que bastante trabajo tienen con las aves de rapiña y los zorros, que tratan de depredar los huevos y las crías. Pero no está de más recordarlo. Principalmente después de contemplar cómo en Punta Tombo no suelen ser ni uno ni dos ni tres los desaprensivos que se empeñan, aún a riesgo de un picotazo, en ponerle una mano encima a los pingüinos.
Por Sergio Sotelo (Enviado especial)
Detalles
El pingüino de Magallanes es un ave marina que vive exclusivamente en el hemisferio sur. Se caracteriza por su plumaje, blanco en el pecho y negro en el lomo, además de un distintivo collar blanco y negro desde el cuello y a ambos lados del pecho. Los pingüinos adultos pesan unos 5 kilos y miden entre 50 y 60 cm. Los machos suelen ser más grandes y sus picos son más gruesos y largos que los de las hembras. Fuera de la temporada reproductiva, su vida transcurre en el mar, e incluso duermen en él. Durante el período de migración hacia las zonas donde se alimenta, puede llegar hasta Río de Janeiro, en Brasil, en un viaje de 3000 km. Es capaz de mantener una velocidad de nado de 8 km por hora.
Desde Trelew El área natural protegida de Punta Tombo ocupa una estrecha y pedregosa franja de tierra que penetra unos 3,5 km en el mar, con amplias playas y un suave declive. Está situada 107 km al sur de Trelew, en la provincia de Chubut, desde donde se accede a través de una vistosa ruta de ripio en la que asoma la belleza indómita de la estepa patagónica. La ciudad de Trelew es también un privilegiado punto de partida para conocer otros de los encantos que guarda la región sureña.
Desde Trelew, el viajero puede acercarse a la península de Valdés, donde entre los meses de junio y diciembre cumple su ciclo reproductivo la ballena austral, o recorrer el vivo paisaje del valle inferior del río Chubut. Trelew también permite adentrarse en el fascinante legado de las comunidades galesas y conocer la historia natural de la Patagonia visitando el Museo Paleontológico Egidio Feruglio, ubicado en pleno centro de esta localidad chubutense.
Tierra de dinosaurios
La naturaleza viva que ofrece la reserva natural de Punta Tombo, donde conviven pingüinos con una interesante variedad de especies autóctonas de flora y fauna de la Patagonia, tiene su contrapunto en el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF), ubicado en pleno centro de la localidad de Trelew. Allí el visitante podrá disfrutar de la oportunidad de viajar en el tiempo para conocer todos los detalles de la vida los dinosaurios y asistir, de paso, a una cuidada reconstrucción de lo que era la vida prehistórica en los territorios más australes.
El MEF, que se destaca como el museo exclusivo de paleontología más importante de América del Sur, mantiene una muestra permanente que recorre una línea de tiempo hacia el pasado, desde los primeros humanos hasta el inicio de la vida en el planeta, destacándose la presencia de los dinosaurios que habitaban nuestro suelo. La institución cuenta con 30 dinosaurios y una colección de 5000 piezas.
Además, ofrece viajes educativos y experiencias programadas para docentes y estudiantes, como el recorrido temático en el Geoparque Bryn Gwyn, que devela un mundo salvaje en un verdadero museo al aire libre, en las cercanías de Gaiman. El argentinosaurus y el carnotaurus son los grandes protagonistas de este viaje al mundo prehistórico.
http://www.lanacion.com.ar/760837
domingo, diciembre 04, 2005
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