domingo, diciembre 18, 2005

Trabajo infantil: el fin de la inocencia

El trabajo infantil involucra a un millón y medio de chicos de entre 5 y 17 años, según datos oficiales que serían dados a conocer hacia fines de este mes. La pobreza, la falta de empleo de los padres y la violencia familiar son algunas de las razones que los empujan a una actividad laboral

En verano, el sol del mediodía se desploma sobre el asfalto y lo vuelve un río de lava que derrite la suela de goma que todavía queda en las zapatillas sin cordones de Luis; zapatillas sucias y agujereadas de tanto ir y venir de una esquina a otra, de un auto a otro, de un malabar a otro, de una moneda a otra, o, según de qué lado se lo mire, de la nada a la nada. Así, todos los días. "Los pibes de malabares lanzan al aire tres o cuatro pelotitas y algunos con destrezas mayores juegan con cinco esferas desangeladas que dibujan un círculo en movimiento en algún recodo del espacio, mientras las manos pequeñas se mueven con el ritmo suave de las alas", dirá el sociólogo Alberto Morlachetti, creador de la Fundación Pelota de Trapo y coordinador nacional del Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo, una organización que reúne a 400 instituciones no gubernamentales de todo el país que trabajan con niños y jóvenes.

Este movimiento, tal vez la primera expresión de alarma, nació en 1987 en una humilde capilla de Florencio Varela, impulsado por Morlachetti y el padre Carlos Cajade, director del Hogar de la Madre Tres Veces Admirable, recientemente fallecido. En invierno, el frío del atardecer congela cuerpo y alma de quienes, como aquel Luis de las zapatillas agujereadas, no saben de estaciones porque siempre es lo mismo y nada cambia nunca.

De eso conoce bastante Walter Ramos, ahora mayor de edad, ex peón de un matadero de General Arenales –un pueblo cercano a Junín, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires– que todas las mañanas desde hace diez años recorre en una pierna la bajada de la autopista 25 de Mayo y Madero mientras arrastra, ayudado con un palo de escoba, la otra, la izquierda, la que le rompió en tres partes un camión en la ruta 7 cuando venía de Junín con su moto para forjar otra vida y se la dejó doblada para siempre; que él recuerde, nadie hizo nada bien para recuperar esa pierna inútil y, tal vez, doblarle el destino. Cerca de Walter, apenas a unos cien metros, Luis, zapatillas agujereadas –que anda por los doce y abandonó la escuela a mitad de camino–, cuenta monedas ("hoy es la tercera de un mango trucha...") mientras la luz verde del semáforo que frenó el vuelo corto de sus tres pelotitas da paso a una avalancha de autos, colectivos y camiones comandados por un ejército indiferente que llegará a su destino sin haber advertido que en esa esquina estaba Luis, zapatillas agujereadas, sentado en la vereda, recostado contra la pared y con el mentón apoyado sobre sus rodillas flexionadas, mirando el mundo pasar.

Venta ambulante, trabajo doméstico, llamadores en parrillas, peones de albañil, limpiavidrios, abrepuertas, mendigos, cirujas, malabaristas, botelleros, cadetes, floristas, canillitas, maleteros, lustrabotas, basureros, horneros, changarines, cuidacoches, quinteros, zafreros, cartoneros, cosecheros... Se calcula que entre un millón y medio y dos millones de chicos de entre 5 y de 14 años (el 22 por ciento de la población de esa edad) trabajan en algunas de estas actividades en la Argentina, de acuerdo con datos que maneja el Ministerio de Trabajo, a los cuales la Revista tuvo acceso, y con encuestas hechas por ONG que se ocupan de esta temática, entre ellas, Unicef.

La explotación laboral infantil, que es hija de la pobreza, reconoce también otras causas, que van desde la permisividad social y patrones culturales hasta la violencia familiar, la falta de oportunidades y el incumplimiento de la obligatoriedad de la educación. Sus consecuencias son tan predecibles como inevitables: profundiza la desigualdad, acelera el proceso de maduración, pero limita el educativo, y empuja al niño a un ambiente adulto y hostil, donde encontrará problemas de adaptación, traumas y abandono.

Más temprano que tarde, el niño que trabaja sufrirá agotamiento, afrontará enfermedades que se harán crónicas, padecerá infecciones, correrá el riesgo de cortaduras, quemaduras y amputaciones, y sus huesos, músculos y articulaciones dirán que ha crecido de golpe, tan de golpe que su cuerpo sentirá los mismos dolores que los de un obrero de la construcción de 30 años. La infancia, para ese entonces, ni siquiera será un recuerdo. La pobreza es un crimen y la infancia no espera, advierte Morlachetti. "Las oportunidades vitales que no se tienen durante las primeras edades son oportunidades perdidas para siempre.

Hay que hacer algo ya, cuando ellos están haciendo, ahora mismo, sus huesos, criando su sangre y ensayando sus sentidos, como dijo con literatura mayor Gabriela Mistral." Desde los fríos números, un informe publicado por el Programa Internacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (IPEC) señala que "la pérdida promedio de dos años de escolaridad a largo plazo significa un 20 por ciento menos de salario durante toda su vida adulta y pérdida de poder adquisitivo del mercado nacional".

Para la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el trabajo infantil implica la participación de niños, cualquiera que sea su condición laboral, o la prestación de servicios que les impidan el acceso, el rendimiento y la permanencia en la educación, se realicen en ambientes peligrosos, produzcan efectos negativos inmediatos o futuros, o se lleven a cabo en condiciones que afecten su desarrollo psicológico, físico, moral o social.

En la Argentina, el trabajo de los niños está regulado por la Ley de Contrato de Trabajo (de 1976), que establece en 14 años la edad mínima de admisión al empleo en cualquier actividad, persiga o no fines de lucro. Walter tenía 14 años cuando empezó a trabajar en el matadero. Y 20 cuando viajó a Buenos Aires para buscar otro futuro: "Mi idea era no ser peón toda la vida". Pero la oportunidad nunca llegó: sus huesos maltrechos limitaron su desarrollo y el más elemental sentido de supervivencia lo arrastró a las calles. "¿Quién le iba a dar trabajo a un rengo?", se pregunta, y al abrir un enorme silencio también se responde.

Qué hace el Estado

El crecimiento del trabajo infantil en los últimos diez años tuvo la velocidad del rayo: según Unicef, de los 250.000 niños que trabajaban en 1995 se pasó, en 2005, a casi dos millones. De ese total, 800.000 están en la provincia de Buenos Aires y 400.000 en zonas rurales del norte y el nordeste de la Argentina. "El trabajo infantil tiene muchas aristas. Una cosa es focalizarnos en quien explota laboralmente a los niños y niñas, y la otra es apuntar a la contención y el fortalecimiento familiar; hacer que los chicos no trabajen, pero que a su vez el ingreso familiar no se resienta, y lograr la inserción o reinserción y permanencia escolar, porque muchos de los niños que trabajan están o han estado escolarizados", dice desde el Ministerio de Trabajo de la Nación María del Pilar Rey Méndez, presidenta de la Comisión Nacional para la Erradicación del Trabajo Infantil (Conaeti).

La Conaeti fue creada por decreto en 2000 y la integran todos los ministerios –con excepción del de Defensa–, más el Episcopado, la Unión Industrial Argentina, la Sociedad Rural, la CGT, la CTA, la Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores (Uatre), la OIT, Unicef y algunas otras ONG. De la Conaeti depende también la Comisión Provincial para la Prevención y Erradicación Progresiva del Trabajo Infantil (Copreti), creada hace poco más de un año en el ámbito del Ministerio de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires.

Las doce comisiones provinciales que la conforman están coordinadas por la doctora Nelly Mendoza, asesora de gabinete de la cartera laboral bonaerense. "Nosotros –explica– apuntamos a dos líneas de trabajo: una es salir y hacer visible este fenómeno, y la otra es la intervención directa: trabajar con los municipios y encontrar soluciones o alternativas. La estrategia es que los municipios sean los principales receptores del problema y generen soluciones. Con ese fin, el gobierno provincial impulsó la descentralización de fondos para la atención de este problema."

En el Gran Buenos Aires, el trabajo y la explotación infantil muchas veces está a la vista. Aunque las cifras que indican los distintos organismos no coinciden, sí coincide el diagnóstico. Roberto Mario Mouillerón, ministro de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires y presidente del Consejo Federal del Trabajo, reconoce: "El Estado siempre miró para el costado. Peor: se lo veía como natural; es más, de alguna manera parecía fomentarse el ingreso del chico en el mundo del trabajo. Y mire como terminamos. Aunque no contamos con cifras definitivas, calculamos que sólo en la provincia de Buenos Aires tenemos cerca de un millón de chicos trabajando".

Del Estado ausente a este primer relevamiento nacional sobre trabajo infantil, lo mejor que se puede decir es que alguien se ha puesto a pensar qué hacer. El problema no ha sido tema de debate en las campañas políticas de las elecciones de octubre pasado, pero no parece un mal comienzo averiguar qué está pasando en la calle con los chicos.

La Encuesta de Actividades de Niños, Niñas y Adolescentes (Eanna), realizada durante el último cuatrimestre de 2004, es un emprendimiento conjunto del Ministerio de Trabajo de la Nación y el Indec. Se trabajó en el Gran Buenos Aires, Mendoza, Jujuy, Salta, Tucumán, Formosa y Chaco, y abarcó al 50 por ciento de los niños de entre 5 y 17 años del país. Si bien las cifras serán difundidas hacia fines de diciembre, se presume que no se diferenciarán en mucho de las que se están manejando. "Hay una diversidad de encuestas con resultados aún más diversos, porque algunas no toman el trabajo doméstico o la mendicidad como trabajo infantil", explica María Ester Rosas, coordinadora a cargo de la encuesta. "Estaríamos hablando de alrededor de un millón y medio de chicos de entre 5 y 17 años trabajando, pero se trata de una encuesta no definitiva y, si bien es una cobertura importante, los resultados no pueden ser expandidos al resto del país. Sea como fuere, los resultados ya son estremecedores."

Causas y efectos

Para comprender mejor este fenómeno social, el doctor Jorge Andrés Kohen, especialista en medicina del trabajo, director del área Salud y Trabajo de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario, docente, investigador de la Unesco y autor de la tesis de doctorado La problemática del trabajo infantil y docente en el contexto de las nuevas vulnerabilidades (2004), señala que las madres de los chicos que trabajan son, en un 50 por ciento, amas de casa; un 20,1 por ciento de ellas abre puertas de taxis o trabaja con los chicos en la calle; un 17 por ciento es empleada doméstica; el 7,8 por ciento no trabaja y el 5,1 por ciento no responde. Por su lado, los padres son, en un 24,3 por ciento, cuentapropistas; un 17,3 por ciento, desocupados; un 13 por ciento, obreros de la construcción; un 11, 2 por ciento, empleados, y el 31,5 por ciento no contestó. "El dato del 31 por ciento que no contestó en qué trabaja se debe a que el padre está ausente del hogar o no vive con los chicos.

Otro dato a considerar es que un 2,6 por ciento de los chicos contesta que sus padres han fallecido." "Sé que las comisiones no están bien vistas –reconoce Rey Méndez–. Por eso, el primer paso fue crear conciencia en la gente de que el trabajo infantil es un problema muy serio. Después, costó mucho visualizar algunas modalidades, como la mendicidad, porque para la sociedad la mendicidad no es sinónimo de trabajo. Y lo es, porque es una estrategia de supervivencia.

De ser un país en estado de prevención respecto del trabajo infantil, pasamos a ser un país en estado de necesidad de erradicación del trabajo infantil." Héctor Recalde, abogado laboralista, asesor de la CGT y de la Comisión de Legislación del Trabajo del Congreso, dice que el fenómeno es tan viejo como el mundo, pero "uno no tiene que resignarse a esta realidad ignominiosa. El camino para erradicar el trabajo infantil tiene que apuntar a las causas, que son variadas, pero algunas, entre las más notables, tienen que ver con la distribución de la riqueza nacional.

Siempre habrá un sector de chicos que trabajan, pero uno lo que tiene que evitar es lo evitable". En una entrevista publicada en el portal de Internet Periodismo Social, la secretaria de Trabajo de la Nación, Noemí Rial, admitió: "No vamos a erradicar el trabajo infantil si no somos un poco menos hipócritas, porque si les pagamos mal a los padres ellos no van a poder mandar a sus chicos a la escuela ni mantener una casa". "Trabajo infantil y explotación es lo mismo –resume Rey Méndez–. Quiero resaltar algo fundamental: el criterio del convenio 138 de la OIT acerca de la edad mínima de admisión en el empleo, ratificado por la Argentina, en realidad no es fijar una edad. El nuevo convenio habla de 15 años en lugar de 14, pero en realidad lo que dice es que la edad mínima de admisión en el empleo no deberá ser inferior a la edad en que finaliza el período de educación obligatoria o, en su caso, 15 años. Tenemos la obligación de ir adecuando nuestra normativa al convenio que hemos ratificado." "El proyecto de elevar a 15 años fue aprobado en Diputados, pero todavía no se ha convertido en ley", señala Recalde. Con una población apenas por encima de los 36 millones (el 47,8 por ciento en situación de pobreza y el 16,3 por ciento desocupado), la franja de chicos de 0 a 14 años es de 10.247.000 (Indec, 2001); de esta cantidad, casi 700.000 tenían, al momento del censo, 14 años, y 4 de cada 10 niños vivían en situación extrema (padre o madre ausente, menor asistencia a la escuela y mayor tasa de repitencia, trabajo en la calle y mendicidad).

El último censo reveló, también, que el 30 por ciento de los niños de esa edad habitaba villas miserias. Los números son demoledores. Pero son sólo eso, números. Sirven para cargarlos en un disco rígido y para ver qué se hará con ellos algún día, qué estrategia seguir. La estrategia de Gabina Argañaraz, una cartonera de José León Suárez que todas las tardes se trepa al tren blanco que la llevará hasta su mundo de vidrio y cartón, es la de manejar sus propios números, cargarlos sobre sus espaldas y resolver con sus mínimas armas su urgencia cotidiana. Siete son los hijos de Gabina, y cuatro de ellos, Cecilia, Damián, Miguel y Joana, se turnarán para arrastrar el carro por las calles de Villa Urquiza. Dice Damián: "El papel de diario está entre 10 y 12 centavos el kilo; el cartón, 20; las botellas de vidrio, entre 5 y 10; las latitas de gaseosa, 60 centavos el kilo. Con suerte, redondeamos unos 300 pesos por mes". Como Luis y como Walter, Gabina también reacciona empujada por la inacción de otros. "Yo tiro para adelante –dice Gabina–, pero uno no debe vivir de esta manera. Me entristece no poder soñar un futuro mejor para mis hijos porque los pobres tenemos prohibido soñar."

Extender responsabilidades

Trabajo infantil, pobreza, desempleo y precarización del trabajo van de la mano. Unicef señala que entre 1995 y 2002 la brecha de ingresos entre ricos y pobres se duplicó, y que entre 2001 y 2003 se empobrecieron 1570 chicos por día, alcanzando un total de 1.150.000 en ese breve período. Ahora, ¿se puede hablar de excepciones en este fenómeno?

Para la Conaeti, sólo hay una. "En la ley de trabajo agrario –explica Rey Méndez– se exceptúa de la denominación trabajo infantil cuando el titular de la explotación es del grupo familiar del niño. Es la única excepción." Héctor Rodríguez, secretario de prensa de la Uatre, apunta que "la cultura del trabajo rural hace que en época de cosecha, zafra o cultivos intensivos la familia lleve a sus hijos a trabajar. La mayor parte está en Misiones con la yerba y las tealeras, en el Chaco con el algodón, en La Rioja con las aceitunas, en Catamarca igual, en Salta y Jujuy con el cultivo de tomate, pimientos, acelga y tabaco. Y como este tipo de trabajo se paga por producción, cuanto más gente trabaja más se paga porque más se produce. Esto se debe a los míseros salarios vigentes. De todo lo que gasta el productor (semillas, maquinarias, agroquímicos), el trabajador rural apenas le cuesta al empleador el 1%. Y todo es a mano: la yerba, el té, el tabaco, el algodón; todo se cosecha a mano".

La Uatre, que reúne a 300.000 afiliados en todo el país, denuncia que los chicos que trabajan en las zonas rurales superan los 400.000. El peón rural permanente cobra un salario de cerca de 700 pesos. Los trabajadores golondrina perciben por tablas salariales. En la yerba, por cada bolsa de 80 kilos de hoja verde que se cosecha se paga un peso, y en Mendoza, alrededor de 80 centavos el tacho de uva de 21 kilos. Si el trabajador va acompañado por cuatro chicos, se le cuadruplica la ganancia. "Esos chicos –explica Rodríguez–van a trabajar desde muy chiquititos y se quedan tirados en los surcos, cubiertos apenas por una colcha, a la intemperie. Y de ahí vienen las enfermedades: de cada tres niños que mueren, dos son por intoxicación con agroquímicos.

Ahora, en las grandes estancias, no vas a ver trabajo infantil. Lo que ocurre es que hay muchos minifundios que son absorbidos por algún capanga que compra producciones pequeñas para después vendérselas a las grandes empresas. Ahí es donde está el trabajo infantil." ¿Un círculo vicioso? En el caso de empresas que contratan trabajo infantil a través de terceros, Recalde sostiene que "el Estado debería extender las responsabilidades. Si las extendiera, pondría un obstáculo más a la explotación infantil porque ni el Estado ni las grandes empresas se pueden hacer los distraídos".

Según un estudio solicitado por la Uatre, el 70 por ciento de los niños que trabajan en el campo tiene afectada su salud por la exposición a agroquímicos tóxicos, algunos de ellos cancerígenos. Los niños producen mayor gasto de energía física. Al aumentar la energía para crecer, disminuye la posibilidad de resistencia a los tóxicos. "No sólo en lo físico el trabajo afecta a los niños; impacta muy fuerte también en lo anímico", dice Guillermo de Segovia, coordinador médico del Tren-Hospital ALMA. El pediatra, con una experiencia de quince años en el tren-hospital, cuenta: "El 80 por ciento de los chicos que atendemos no sigue el control con los médicos de la zona porque son hijos de trabajadores golondrina. En cuanto a su formación, aprenden lo mínimo y se largan a trabajar con sus padres porque es lo único que les queda. Para estos chicos, el futuro tiene forma de surco, y no va más allá del final del surco. A los 12, 13 años, los varones ya trabajan a la par de los grandes, y a los 14, 15 años, las niñas empiezan a tener hijos".

La última barrera

El doctor Jorge Kohen define el trabajo infantil como "la última barrera antes de que los niños y niñas que trabajan migren a la ilegalidad". Pero también aclara: "No es inexorable la migración a la ilegalidad si recuperamos la historia de vida, la historia cultural de estos chicos y las experiencias sociales por las que vienen transitando". Kohen relata su encuentro, en las calles de Rosario, con Gastón, que le dijo: "A mí me dicen El Tonga. Yo de muy chico trabajé mucho. A los 16 años me puse una verdulería con mi hermano y... fuimos laburando así. A lo último se fundió y yo salí a cirujear, y como no me traía plata el cirujeo salí a robar. Caí varias veces preso. Estuve preso en la cárcel, en todos lados. Conocí a un amigo y me invitaron a drogarme. Me drogué y salí a robar. Ahora hace poco salí de estar preso y quiero hacer un banco, quiero robar un banco, porque me voy a arriesgar, porque así me paro para toda mi vida. Voy a invitarlo a un muchacho amigo mío que se llama Indio. Quiero pararme para toda mi vida. No quiero robar más bicicletas, estéreos, todo esas pavadas, porque caés por una pavada y te matan a palos. Entonces, prefiero robar algo grande, pararme para toda mi vida y que sea lo que Dios quiera, porque si no, para que me maten a palos por una bicicleta, no da la bocha. Para comprarme una buena casa, tener mi familia bien... Yo sé que a mi familia no le gusta todo eso, pero lo tengo que hacer, si no hay laburo en ningún lado". El relato de Gastón –explicará Kohen– muestra con crudeza las distintas etapas que atraviesan los chicos de los sectores más vulnerables de la sociedad. "Vemos cómo en un primer momento el empeño está puesto en trabajar y realizar actividades que permitan adquirir satisfacciones a través del producto de ese trabajo. Cuando esta estrategia fracasa, cuando la escuela no logra retenerlos, cuando no existe organización social ni intervención estatal efectiva, los chicos que trabajan se enfrentan al principal riesgo del trabajo infantil en las regiones urbanas: la migración a la ilegalidad."

Con su postura crítica de los análisis de la OIT, del IPEC y, en ciertos aspectos, de la Conaeti, señala que no sólo no se ha mejorado el registro de niños que trabajan, sino que se trata de un fenómeno en crecimiento, producto de la pobreza, la desocupación y la exclusión educativa. "Es producto del fracaso del programa IPEC, de la OIT, tal como fue desarrollado hasta la fecha y en particular en la Argentina. Se enfoca la problemática del trabajo infantil desde una posición adultocéntrica vaciada de contenido. No basta con prohibir el trabajo infantil y ratificar los convenios de la OIT. Para pensar en las causas y en cómo encararlo es necesario reconocer que existe un plural de infancias y no una sola infancia. Un niño no es sólo un adulto pequeño. Recién ahora, con el gobierno actual, se están cambiando algunas cosas." Su tesis de doctorado, dirigida por el destacado médico sanitarista José Carlos Escudero, se basó en investigaciones e intervenciones en el campo en un período de 12 años. Sobre el trabajo infantil en particular, investigó desde 1998 hasta 2001. "El trabajo infantil –dice Kohen– surge como estrategia familiar de subsistencia y resistencia. Existe una confusión conceptual sobre qué es trabajo infantil, y además existen diversas cosmovisiones de qué es trabajo para los niños y adultos en situación de vulnerabilidad social. El niño que trabaja está sometido a un triple desgaste: el que le ocasiona el trabajo que realiza, el desgaste del trabajo invisible que realiza en el hogar y el trabajo intelectual que significa concurrir a la escuela después de haber estado trabajando." Según su investigación, el 70 por ciento de los niños que trabajan pertenece a aquel grupo que, en la medida en que no exista un sostén institucional, familiar o escolar, migrará a la ilegalidad. Las consecuencias de este triple desgaste son devastadoras, dice Kohen. "Los chicos pierden capacidad de reestructurar con plasticidad sus parámetros fisiológicos en el marco de la libertad que les dan las potencialidades de desarrollo propias de la edad y, de esta manera, transitan su vida más próxima al polo de la enfermedad que al de la salud."

Según Kohen, la Argentina conoció, en tiempos no tan lejanos, días en los que el trabajo infantil no era un problema social. "Fue a partir de 1945 y hasta mediados de 1970 –explica–. En esa época, el chico estaba en la escuela, convivía con su familia, se socializaba en el barrio y el juego constituía, junto con la educación, el centro de su actividad. A fines de los 60, las escuelas técnicas cubrían todo el país; hoy, en cambio, estamos como en el siglo XVIII."

De multas y rufianes

En 1998, cuando ya se intuía la gran crisis, Irene Konterllnik, por aquellos tiempos directora del área de Derechos del Niño de Unicef Argentina, advertía: "El problema de los chicos en la Argentina no pasa por los explotadores: es la desprotección en su barrio, en su comunidad. Además, algunos chicos trabajan acompañados por sus padres. Esos padres, ¿son explotadores? No, son gente que está hecha bolsa, destruida". "Armar un ámbito de contención para los chicos y sus familias requiere de un presupuesto", dice el ministro Mouillerón. "Hoy lo tenemos: ronda los 120 millones de pesos para este año. No parece suficiente, pero tampoco es poca plata. El asunto es hacer que esos fondos lleguen a los municipios y no se pierdan a mitad de camino." En la provincia de Buenos Aires, las multas aplicadas a las empresas que infringen la ley llegan hasta 5000 pesos por cada niño empleado. "Muchas empresas denominadas grandes emplean mano de obra infantil –denuncia Mouillerón–. Son empresas, en su mayoría, que comercializan papa y cebolla, que además de no cumplir con la ley laboral evaden impuestos." Excluyendo el Gran Buenos Aires, Mar del Plata y Villa Gesell son las ciudades en las que se observa mayor presencia de trabajo infantil. "La calle 3, de Gesell, es un muestrario patético –dice el ministro–. Allí a los chicos los usan en la recolección de residuos, para una tarea que se llama achique. Significa que el chico va juntando las bolsas y después pasa el recolector y las levanta todas juntas. Están subcontratados por los propios recolectores de basura."

Rufián, capanga, mediero, intermediario, explotador... Así se conoce a los que explotan laboralmente a los chicos. Y funcionan como verdaderas mafias organizadas. "Si lo de Gesell es alarmante, Mar del Plata no se queda atrás", cuenta Claudia Boulocq, licenciada en servicio social y agente regional de la Copreti. "En temporada, es muy común ver que vienen camiones de Jujuy, de Salta, de Tucumán, cargados con adolescentes, cuando no con familias enteras, traídas por estos medieros o intermediarios. Los reclutan, los traen a trabajar a una zona de quintas que se llama El Coyunco, los descargan y les hacen una especie de casting delante de los quinteros: a éste lo quiero, a éste no... Los que son desechados luego aparecerán mendigando por las calles de la ciudad." El trabajo de Claudia Boulocq está en la calle, todo el tiempo que pueda. "Es que para resolver esto, más allá de los programas y los fondos, hay que caminar, ver y hablar mucho. Eso lleva tiempo porque se trabaja puerta por puerta, esquina por esquina." Boulocq cuenta que la mayor resistencia en dejar el trabajo está no tanto en los chicos, sino en sus propias familias, sobre todo en la zona rural. "En las ciudades la cosa es más compleja porque intervienen otros factores y la reintegración familiar resulta casi imposible. Trabajar con las familias en las ciudades es más complicado porque ya nos estamos encontrando con la tercera generación sin trabajo y sin estudio. Por eso es muy difícil generar una cultura del trabajo diferente. Es que no sólo ese chico nunca oyó hablar de trabajo; tampoco come ni duerme en su casa. Las familias muchas veces nos dicen: si yo saco a mi hijo de la calle, ¿ustedes me van a dar los 70 pesos que él trae a casa? Y contra eso no se puede pelear." "Yo la peleo a mi manera –cuenta Walter–. Trabajo desde los 14 años; ahora tengo seis hijos que mantener y, encima, estoy discapacitado. Nunca accedí a un subsidio del plan Jefes de Hogar porque los punteros, que son los que manejan todo, no te lo dan si no les das un porcentaje. Me cansé de pedir el subsidio. Me cansé de pedir trabajo. Pero, claro, soy un rengo del montón. Haciendo lo que hago, junto unos veinte pesos por día. Y con eso vivimos yo, mi mujer y los chicos. Yo perdí una pierna, no la dignidad. Por eso ninguno de mis chicos trabaja ni pide limosna por ahí. Su lugar es la escuela y la casa. Y no como se ve en la calle, que los chicos limpian vidrios con una mano y con la otra aspiran epoxi mientras vos ves a los padres, ahí nomás, chupando vino y cerveza tirados en el pasto..." "Un país que condena a sus niños a las mínimas posibilidades de desarrollo –se lamenta Morlachetti– es un país que se condena a sí mismo. Un país sin un proyecto específico para la infancia es, en sentido estricto, un país sin proyecto. Sin embargo, el país se desangra en niños. Hay que darle cuerda a nuestra dignidad, decirles no a los accionistas de los niños descalzos. Montar en ganas: un vuelo rasante de palomas, un disparo de globos. No hay verdad más armada que la pura inocencia."

Por Jorge Palomar

Consecuencias en la educación

58,2 % de los adolescentes de 13 a 17 años que trabajan no asiste a la escuela
27 % de los niños con actividad laboral alta han repetido de grado al menos una vez
Entre 6000 y 7000 niños dejan la escuela durante la temporada de cosecha
(Fuente: Unicef) El trabajo infantil en el mundo

Según la OIT, hay en el mundo 351,7 millones de niños de entre 5 y 17 años que trabajan. El 80% de ellos lo hacen en la economía informal. Tres de cada cuatro niños trabajadores abandonan los estudios.

En América latina trabajan 17.000.000 de niños menores de 15 años. De cada cuatro adolescentes latinoamericanos que trabajan, sólo uno va al colegio. Más de 2.000.000 de niños y niñas son objeto de explotación sexual.

En Chile, 107.676 niños menores de 14 años trabajan en condiciones inaceptables.

En Uruguay trabajan 34.000 niños de entre 5 y 17 años (el 6,5 por ciento del total de la población de esa franja).

En Portugal trabaja el 5 por ciento de los chicos de entre 12 y 14 años.

Se calcula que en Paraguay hay 658.793 niños de entre 10 y 14 años; de ese total, trabajan 233.096.

Los niños de entre 5 y 17 años que trabajan en Brasil son 5.400.000. El 35 por ciento tiene entre 5 y 9 años.

En Asia, el trabajo infantil se observa principalmente en fábricas textiles, panaderías, canteras y minas. Un millón de niños y niñas son forzados a ejercer la prostitución en India, Tailandia, Taiwán y Filipinas.

En Africa, trabaja un niño de cada tres. Además, 120.000 niños están involucrados en conflictos armados.

En los Estados Unidos, 3.000.000 de chicos son explotados sexualmente.
Fuente: OIT

Qué hacen con el dinero que obtienen

44,2 % le entrega el dinero a su madre
19, 25 % destina el dinero para ir a videos
13 % compra ropa
6,5 % compra comida
2,6 % lo ahorra
Fuente: UNR

Las peores formas

Según la OIT, hay en el mundo 351,7 millones de niños de entre 5 y 17 años que trabajan. De ellos, 170,5 millones, el 48,5 por ciento, realiza actividades enmarcadas como "peores formas de trabajo infantil", que ponen en peligro su salud física y mental. Según el convenio 182, del 1° de junio de 1999, de la OIT, ratificado por 150 países, entre ellos la Argentina, la caracterización de las "peores formas de trabajo" son la esclavitud infantil, la prostitución y pornografía infantil, el denominado turismo sexual y el uso de menores para el narcotráfico y otros crímenes, así como en conflictos armados. "Se trata de un grave error conceptual incluir dentro de esta categoría los hechos o actividades que constituyen gravísimas violaciones de los derechos humanos.

La explotación sexual no es un trabajo: es un delito. En estas actividades no hay ningún proceso de trabajo que esté desarrollando, sea éste de tipo formal o informal; la relación se establece por vía de la coerción y degrada al ser humano", advierte el doctor Jorge Kohen.

Las patologías más comunes

Encuesta aplicada en escuelas de Rosario, que compara niños que trabajan con los que no lo hacen

Trabajan

Aumento de peso 50% Decaimiento 36% Hormigueo en las manos 42% Dolores articulares 26% Dolor de espalda 32% Picazón de nariz 36% Inapetencia 30% Respira con dificultad 20% Ardor estomacal 18% Tos crónica 14% Problemas auditivos 14.8% Picazón en la cola 4%

No trabajan

Aumento de peso 35.9% Decaimiento 35.9% Hormigueo en las manos 18.8% Dolores articulares 26.6% Dolor de espalda 21.9% Picazón de nariz 17.2% Inapetencia 12.5% Respira con dificultad 17.2% Ardor estomacal 14.1% Tos crónica 14.1% Problemas auditivos 10.9% Picazón en la cola 0%

Los síntomas de picazón en nariz y cola indican parasitosis. El aumento de peso está vinculado a que un niño que trabaja en la calle en el ámbito urbano hace una y hasta dos comidas más que un niño que no trabaja. El hormigueo en las manos es un síntoma de lesión neurológica periférica.

(Fuente: Facultad de Medicina, área Salud y Trabajo, Universidad Nacional de Rosario)

http://www.lanacion.com.ar/764533

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